"Hace un año pasé por momentos muy alegres. Empezaron a darse a las nueve
de la mañana cuando la Guardia Civil ocupó el colegio electoral de Sant
Julià de Ramis e impidió que el presidente Carles Puigdemont y otros
vecinos votaran en el referéndum ilegal convocado por la Generalidad. (...)
A ese primer chispazo de felicidad siguieron otros. La confirmación de
la noticia de que la policía había desmantelado el sistema informático
del referéndum y abortado los intentos del gobierno desleal de
reinstalarlo. Y, sobre todo, el éxito de las fuerzas antidisturbios. (...)
la Policía logró explicar a los revolucionarios de cuarto de estar cuál
era el precio del asalto a la democracia; y lo hizo con un bajo coste en
el que hubo sólo que anotar la pérdida del ojo de un asaltante. (...)
Mi alegría ante los hechos del 1 de octubre -la alegría de ver cómo una
democracia lograba rechazar la agresión nacionalista, sin dejar de
serlo- se prolongó hasta el día 3, cuando el Rey de España pronunció un firme discurso contra los golpistas, especialmente brillante en sus minutos iniciales.(...)
Cinco días después, el domingo 8, centenares de miles de catalanes,
más otros miles también de ciudadanos llegados solidariamente desde
lugares distintos de España, se reunían en una asombrosa manifestación
en defensa de la Constitución. Era la primera vez que en las calles de Cataluña se exponía con atrevimiento plástico una vieja certeza:
que la unidad civil catalana en torno al nacionalismo era un mito
falso.
La manifestación fue la alegría culminante de la semana pletórica
en que la democracia española encaró y venció a la sedición
nacionalista.
Por más que sea el único no voy a dejar de celebrar este aniversario." (Arcadi Espada, El Mundo, 02/10/18)
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