"(...) Se puede defender la liberación inmediata de los políticos presos -están
en la cárcel en prisión preventiva-, se puede creer que han sido objeto
de una gran injusticia y no son pocos los que discuten los tipos por
los que la instrucción pide que les juzguen. (...)
Nadie les discute por lo tanto que muestren su
rechazo a lo que sucede, sobre todo cuando las consecuencias jurídicas
del "pronunciamiento" de los independentistas son discutibles. Ahora
bien, cuando ellos, apoyados por todo el poder institucional de la
Generalitat, extienden su protesta, su oposición a todo el espacio
público, estamos asistiendo a una cuestión bien distinta.
Ya no hablamos
del derecho a oponerse a un gobierno, a unos jueces o a unas leyes,
estamos ante la ocupación por una parte de la sociedad de todo lo común
que tiene una democracia, con el apoyo del Gobierno catalán, con la
policía a su disposición y con los medios de comunicación públicos que
tienen la capacidad de proyectar que una parte de la sociedad catalana
es toda.
Es la expresión más clara que hemos visto en la Europa
Occidental de los últimos 15 años de expulsión de una parte de la
sociedad del espacio público común. Los lazos amarillos en el ámbito público representan el despojo de los derechos de quien no coincide con ellos, es la representación de cómo la mitad de los catalanes han perdido la condición de ciudadanos para la otra mitad.
Muchos quieren ser equidistantes,
algunos hasta se declaran equidistantes radicales, y no me sorprende.
Siempre ha habido dificultad para identificar los totalitarismos
mientras no han sido capaces de utilizar todo su poder. Es más, no han
sido pocos en la historia los que sólo han comprendido el fenómeno una
vez derrotado.
Al totalitarismo cuando nace se le puede confundir con
unas acciones gamberras, tabernarias, de contenido político; con un
exceso de celo, rechazable y comprensible a la vez, se puede llegar a
pensar que defiende una causa justa y hasta compartida, y también se le
puede ver como un peligro al que no merece la pena combatir porque nunca
se concretará.
Hasta se puede llegar a pensar al principio que unas
pequeñas dosis de autoritarismo son imprescindibles para imponer orden
en la sociedad o conseguir determinados objetivos políticos.
En Cataluña la acción concertada de las instituciones
y de una parte de la ciudadanía -no hay totalitarismo sin apoyos
sociales- es la representación de un autoritarismo naciente con una
fuerza insuficiente hoy en día para derrotar al Estado y a la UE.
Pero
cuando se convierte en chusma sin derechos a una parte de la sociedad,
sea mayoritaria o minoritaria, nos encontramos con una expresión de
totalitarismo en el grado que sea. Si los catalanes tienen que hablar,
dialogar, ponerse de acuerdo, la solución no puede ser satisfacer,
insatisfactoriamente siempre, a los independentistas.
Justamente por
esto, los ofrecimientos políticos made in Iceta
en la dirección de volver al último estatuto aprobado por el Parlamento
catalán y modificado a posteriori por el Tribunal Constitucional no
sólo sería en estos momentos plenamente insatisfactorio para los
independentistas, sino que oficializaría el olvido de los catalanes que
se han expresado sin complejos contra el procés.
La solución no pasa en estos momentos, si queremos ser coherentes con lo que decimos, por convertir a Torra en el único interlocutor de Cataluña, máxime cuando se ha empeñado en ser jefe o mandado de una parte.
Desde mi punto de vista, y espero que no sea tarde, el esfuerzo debe ir
dirigido a crear un marco político razonable en el que puedan dialogar
los diversos sectores de la sociedad catalana.
Pero para que ese deseo
se convierta en un hecho político necesita de dos requisitos. El primero
nos impone la derrota de las primeras expresiones de ese autoritarismo
que han aparecido en Cataluña.
La ventaja de la derrota, como explica Arendt,
es que después de derrotado al movimiento totalitario le quedan pocos
adictos -en contra de lo que pregonan los equidistantes radicales,
cuando se llega a este punto el acuerdo es imposible, siempre termina
con la derrota de unos y la victoria de los otros... La ventaja que
tenemos es que podemos elegir-.
Creo que siempre habrá en Cataluña
nacionalistas, independentistas, pero deseo que en el futuro sin tics
totalitarios -espero no ser demasiado optimista al negarme a creer que
sólo existen nacionalismos fanáticos y totalitarios-.
El segundo requisito es que una vez constatada la
inclinación efusiva de los independentistas hacia el autoritarismo
político, quien tiene toda la responsabilidad de conseguir ese marco
pacífico y libre es el Gobierno de España. Algunos piensan que no se le puede pedir a Sánchez lo que no se le pidió a Rajoy,
en contra de este pensamiento que niega la búsqueda incansable e
inalcanzable de la perfección humana.
Creo que, sobre todo los que
mostramos nuestra desazón por cómo se desenvolvió el anterior Gobierno
los últimos años en Cataluña, le podemos y debemos pedir al nuevo
Gobierno que no caiga en los mismos errores o en otros mayores. (...)" (Nicolás Redondo, El Mundo, 11/09/18)
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