26/9/18

Ya no hablamos del derecho a oponerse a un gobierno, a unos jueces o a unas leyes, estamos ante la ocupación por una parte de la sociedad de todo lo común que tiene una democracia... Es la expresión más clara que hemos visto en la Europa Occidental de los últimos 15 años de expulsión de una parte de la sociedad del espacio público común. Los lazos amarillos en el ámbito público representan el despojo de los derechos de quien no coincide con ellos... es la representación de cómo la mitad de los catalanes han perdido la condición de ciudadanos para la otra mitad. Cataluña es la representación de un autoritarismo naciente con una fuerza insuficiente hoy en día para derrotar al Estado

"(...) Se puede defender la liberación inmediata de los políticos presos -están en la cárcel en prisión preventiva-, se puede creer que han sido objeto de una gran injusticia y no son pocos los que discuten los tipos por los que la instrucción pide que les juzguen.  (...)

Nadie les discute por lo tanto que muestren su rechazo a lo que sucede, sobre todo cuando las consecuencias jurídicas del "pronunciamiento" de los independentistas son discutibles. Ahora bien, cuando ellos, apoyados por todo el poder institucional de la Generalitat, extienden su protesta, su oposición a todo el espacio público, estamos asistiendo a una cuestión bien distinta. 

Ya no hablamos del derecho a oponerse a un gobierno, a unos jueces o a unas leyes, estamos ante la ocupación por una parte de la sociedad de todo lo común que tiene una democracia, con el apoyo del Gobierno catalán, con la policía a su disposición y con los medios de comunicación públicos que tienen la capacidad de proyectar que una parte de la sociedad catalana es toda. 

Es la expresión más clara que hemos visto en la Europa Occidental de los últimos 15 años de expulsión de una parte de la sociedad del espacio público común. Los lazos amarillos en el ámbito público representan el despojo de los derechos de quien no coincide con ellos, es la representación de cómo la mitad de los catalanes han perdido la condición de ciudadanos para la otra mitad.

Muchos quieren ser equidistantes, algunos hasta se declaran equidistantes radicales, y no me sorprende. Siempre ha habido dificultad para identificar los totalitarismos mientras no han sido capaces de utilizar todo su poder. Es más, no han sido pocos en la historia los que sólo han comprendido el fenómeno una vez derrotado. 

Al totalitarismo cuando nace se le puede confundir con unas acciones gamberras, tabernarias, de contenido político; con un exceso de celo, rechazable y comprensible a la vez, se puede llegar a pensar que defiende una causa justa y hasta compartida, y también se le puede ver como un peligro al que no merece la pena combatir porque nunca se concretará. 

Hasta se puede llegar a pensar al principio que unas pequeñas dosis de autoritarismo son imprescindibles para imponer orden en la sociedad o conseguir determinados objetivos políticos.

En Cataluña la acción concertada de las instituciones y de una parte de la ciudadanía -no hay totalitarismo sin apoyos sociales- es la representación de un autoritarismo naciente con una fuerza insuficiente hoy en día para derrotar al Estado y a la UE. 

Pero cuando se convierte en chusma sin derechos a una parte de la sociedad, sea mayoritaria o minoritaria, nos encontramos con una expresión de totalitarismo en el grado que sea. Si los catalanes tienen que hablar, dialogar, ponerse de acuerdo, la solución no puede ser satisfacer, insatisfactoriamente siempre, a los independentistas.

 Justamente por esto, los ofrecimientos políticos made in Iceta en la dirección de volver al último estatuto aprobado por el Parlamento catalán y modificado a posteriori por el Tribunal Constitucional no sólo sería en estos momentos plenamente insatisfactorio para los independentistas, sino que oficializaría el olvido de los catalanes que se han expresado sin complejos contra el procés

La solución no pasa en estos momentos, si queremos ser coherentes con lo que decimos, por convertir a Torra en el único interlocutor de Cataluña, máxime cuando se ha empeñado en ser jefe o mandado de una parte. Desde mi punto de vista, y espero que no sea tarde, el esfuerzo debe ir dirigido a crear un marco político razonable en el que puedan dialogar los diversos sectores de la sociedad catalana. 

Pero para que ese deseo se convierta en un hecho político necesita de dos requisitos. El primero nos impone la derrota de las primeras expresiones de ese autoritarismo que han aparecido en Cataluña. 

La ventaja de la derrota, como explica Arendt, es que después de derrotado al movimiento totalitario le quedan pocos adictos -en contra de lo que pregonan los equidistantes radicales, cuando se llega a este punto el acuerdo es imposible, siempre termina con la derrota de unos y la victoria de los otros... La ventaja que tenemos es que podemos elegir-. 

Creo que siempre habrá en Cataluña nacionalistas, independentistas, pero deseo que en el futuro sin tics totalitarios -espero no ser demasiado optimista al negarme a creer que sólo existen nacionalismos fanáticos y totalitarios-.

El segundo requisito es que una vez constatada la inclinación efusiva de los independentistas hacia el autoritarismo político, quien tiene toda la responsabilidad de conseguir ese marco pacífico y libre es el Gobierno de España. Algunos piensan que no se le puede pedir a Sánchez lo que no se le pidió a Rajoy, en contra de este pensamiento que niega la búsqueda incansable e inalcanzable de la perfección humana. 

Creo que, sobre todo los que mostramos nuestra desazón por cómo se desenvolvió el anterior Gobierno los últimos años en Cataluña, le podemos y debemos pedir al nuevo Gobierno que no caiga en los mismos errores o en otros mayores.  (...)"                       (Nicolás Redondo, El Mundo, 11/09/18)

No hay comentarios: