26/9/18

Los ricos acumulan los agravios y escriben la historia... las comunidades nacionalistas que se quejan del trato de España figuran entre las más ricas... en Galicia, que ocupa el 10 º lugar en PIB per cápita, no ha arraigado el derecho a decidir... las de los ricos son las identidades de más prestigio en el conjunto de España... la principal herramienta de los poderosos es convertir en normal y plausible la desigualdad y el privilegio

"(...) Los ricos acumulan los agravios y escriben la historia

Se dice que la historia la escriben los vencedores. En los tiempos posmodernos parece que hay que invertir los términos: los vencedores son quienes consiguen establecer ‘su’  historia como versión canónica del pasado. 

Una de las piezas que ayuda a penetrar esta mistificación es la constatación de que las preferencias secesionistas se acumulan en el vértice de las variables estratificacionales: renta, nivel de estudios, lugar de residencia, apellidos nativos (origen). 

Para poner cifras del CEO del año pasado: solo el 32% de los catalanes con ingresos inferiores a 900€ son independentistas frente al 54% de los que ganan más de 4.000.

No parece este un dato irrelevante cuando hablamos de izquierda y derecha, de arriba y abajo. Que la agenda étnica haya desbordado a la social es un buen indicador de quienes son los vencedores.

 Que una alcaldesa de la nueva izquierda como Ada Colau asegure que el 22 de octubre pasado fue el día más terrible de los últimos 40 años (TV-3, 22/10/2017), da cuenta de la magnitud de los estragos cognitivos que provoca el nacionalismo, como anticipaba el juego de palabras del ensayo de Mario Onaindía (Los perjuicios que causan los prejuicios nacionalistas).

La incapacidad para identificar la naturaleza de ETA es heredera en parte de la deriva de los últimos años del franquismo cuando la izquierda confunde las reivindicaciones identitarias (comprensibles en la dictadura) con el programa de la democracia y la emancipación. 

Y esto mismo explica una segunda ceguera no menos cargada de consecuencias: la que impidió percibir y responder a la patrimonialización nacionalista por la que abertzales y catalanistas modelaron las instituciones autonómicas a su medida. Así se mantiene el tabú de la virginidad democrática de la inmersión lingüística; porque no se ha calibrado en su justa medida el calado de la homogeneización nacional (Gleichschaltung).

Si hay un rasgo que caracteriza los análisis desde una perspectiva social es la prioridad que conceden a los factores estructurales. Si ordenamos las regiones por el PIB per cápita, Cataluña se sitúa en cuarto lugar (28.590 euros), con un 19,3 % por ciento por encima de la media, sólo detrás de Madrid, el País Vasco y Navarra. 

De modo que, de acuerdo con estos datos, las comunidades nacionalistas que se quejan del trato de España figuran entre las más ricas. La correlación positiva entre opresión y riqueza es inédita en los anales históricos y solo explicable por la poderosa ingeniería social que manejan los tribalismos plutocráticos. Esto resulta más visible en términos comparados.

Podemos fijarnos, en primer lugar, dentro del mismo marco estatal en la otra comunidad histórica, Galicia: ocupa el 10 º lugar en PIB per cápita, situándose en un 10,9% por debajo de la media. El dato no resulta probablemente irrelevante para entender cómo en Galicia no ha arraigado el dad, pero es indispensable cambiar la lente que han patentado los supuestos agraviados para percibir el contraste.

Vayamos con otro dato: uno de los argumentos reiterados del agravio nacionalista es el centralismo y la falta de reconocimiento de las identidades nacionales vasca y catalana. Aquí el cotejo tiene que ser internacional. Podríamos comparar los niveles de autogobierno o de reconocimiento de la lengua y otras particularidades entre la parte de estos territorios situados en España con la contraparte francesa. (Y recordar al respecto la declaración de Macron en Córcega en febrero: “hay una lengua oficial, y es el francés”).

No hace falta detenerse mucho pues es notable la diferencia. Sin embargo, la acción de ETA se ha concentrado en el sur, mientras sigue usando el norte como plataforma propagandística, como en los actos de Cambó o la siniestra escultura del hacha en Bayona. Lo mismo pasa con el procés: nada parecido en el norte catalán. 

Sin embargo, según el Índice de Autoridad Regional (RAI, por sus siglas en inglés), España es el segundo país más descentralizado (33,6 puntos), solo precedido por Alemania (37). Suiza ocupa el séptimo lugar con 26,5 puntos y Francia el 16 con 20 puntos. 

También aquí fallan las explicaciones estructurales.
Veamos algo sobre la renta. En términos comparados y con datos del INSEE, la Cataluña norte ocupa el puesto 88 entre 100 unidades territoriales. Los ingresos medios por hogar son en Perpignan de 2067 euros brutos por mes para una media de 2520 en Francia (datos de 2012). 

 De modo que la comparación es doblemente elocuente, tanto en términos internos como cruzados. No me alargaré con el caso vasco, pero como pista reseñaré el acuerdo en abril pasado del Gobierno Vasco y la Oficina Pública de la Lengua Vasca para dedicar 1.930.000 euros para impulsar el euskera en Iparralde (Euskadi Norte) durante 2018. (¿Ayuda al desarrollo?). 

Si las variables duras (las condiciones objetivas) no explican la respuesta social, hay que acudir a las blandas, los procesos de ingeniería social que enmarcan la acción colectiva; lo que pone el caso catalán en el rubro de fenómenos como el Brexit, la elección de Trump, las últimas elecciones italianas o el referéndum colombiano. Estamos, pues, ante una mezcla de chauvinismo de ricos y populismo del bienestar. 

 Es el monopolio de capital simbólico y la hegemonía sobre la infraestructura de resonancia (medios, academia, instituciones) lo que permite explicar el procéscomo resultado de una nacionalización intensiva que se ha traducido en una radicalización de los sectores mejor situados y la apropiación de la calle, con eslóganes que hacen pensar en movilizaciones inciviles de infausta memoria.

Es significativo que las de los ricos sean las identidades de más prestigio en el conjunto de España. Lo muestra un factor compartido: la dirección de las transliteraciones (los cambios de o en los nombres) es uniforme hacia el euskera o catalán. 

Parece que en el caso de la vasca fue determinante para el prestigio la fascinación que la violencia ejerció en una parte de la juventud y el efecto de los primeros resultados electorales. La identidad de prestigio catalana debe más a la condición, en buena parte justificada hasta hace poco, de vanguardia cultural.

Sea como fuere, ser nacionalista catalán o vasco, es progresista y de izquierdas (paceArana, Egibar, Torras i Bages o Torra) y la crítica a esta posición es indefectiblemente devuelta con la acusación ad hominemde provenir del nacionalismo español y estar teledirigido desde Madrid; sucursalismo es una descalificación rotunda. 

No hay espacio para la laicidad identitaria en la arquitectura mental del nacionalismo. Lo que muestra igualmente una constante sociológica: la principal herramienta de los poderosos es convertir en normal y plausible la desigualdad y el privilegio.

 En este sentido, el dad sería una suerte de contraprestación diferencial a ese estatus superior que, por pudor, se envuelve en emulsiones esencialistas (derechos históricos, darwinismo social); es lo que rezuma la dualidad entre ciudadanía y nacionalidad en el texto del nuevo estatus de PNV-EH Bildu, para el País Vasco, o en las declaraciones del entonces alcaldable de la CUP y politransliterado Josep Manel Ximenis, asegurando en vísperas de las municipales de 2015 que la mentalidad castellana lleva en los genes la condición de mandado. Por no hablar de las “bestias con forma humana” del President en ejercicio.

 Por cierto, ¿imaginamos una declaración equivalente por alguien de ‘Madrid’? Esta asimetría en el impacto es un buen indicador de la recalcitrante fascinación nacionalista en ciertos sectores de la izquierda.  (...)"                     (Martín Alonso, Crónica Popular, 28/07/18)

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