"(...) Los ricos acumulan los agravios y escriben la historia
Se dice que la historia la escriben los vencedores. En los tiempos
posmodernos parece que hay que invertir los términos: los vencedores son
quienes consiguen establecer ‘su’ historia como versión
canónica del pasado.
Una de las piezas que ayuda a penetrar esta
mistificación es la constatación de que las preferencias secesionistas
se acumulan en el vértice de las variables estratificacionales: renta,
nivel de estudios, lugar de residencia, apellidos nativos (origen).
Para
poner cifras del CEO del año pasado: solo el 32% de los catalanes con
ingresos inferiores a 900€ son independentistas frente al 54% de los que
ganan más de 4.000.
No parece este un dato irrelevante cuando hablamos de izquierda y
derecha, de arriba y abajo. Que la agenda étnica haya desbordado a la
social es un buen indicador de quienes son los vencedores.
Que una
alcaldesa de la nueva izquierda como Ada Colau asegure que el 22 de
octubre pasado fue el día más terrible de los últimos 40 años (TV-3,
22/10/2017), da cuenta de la magnitud de los estragos cognitivos que
provoca el nacionalismo, como anticipaba el juego de palabras del ensayo
de Mario Onaindía (Los perjuicios que causan los prejuicios nacionalistas).
La incapacidad para identificar la naturaleza de ETA es
heredera en parte de la deriva de los últimos años del franquismo cuando
la izquierda confunde las reivindicaciones identitarias (comprensibles
en la dictadura) con el programa de la democracia y la emancipación.
Y
esto mismo explica una segunda ceguera no menos cargada de
consecuencias: la que impidió percibir y responder a la
patrimonialización nacionalista por la que abertzales y catalanistas
modelaron las instituciones autonómicas a su medida. Así se mantiene el
tabú de la virginidad democrática de la inmersión lingüística; porque no
se ha calibrado en su justa medida el calado de la homogeneización
nacional (Gleichschaltung).
Si hay un rasgo que caracteriza los análisis desde una perspectiva
social es la prioridad que conceden a los factores estructurales. Si
ordenamos las regiones por el PIB per cápita, Cataluña se sitúa en
cuarto lugar (28.590 euros), con un 19,3 % por ciento por encima de la
media, sólo detrás de Madrid, el País Vasco y Navarra.
De modo que, de
acuerdo con estos datos, las comunidades nacionalistas que se quejan del
trato de España figuran entre las más ricas. La correlación positiva
entre opresión y riqueza es inédita en los anales históricos y solo
explicable por la poderosa ingeniería social que manejan los tribalismos
plutocráticos. Esto resulta más visible en términos comparados.
Podemos fijarnos, en primer lugar, dentro del mismo marco estatal en
la otra comunidad histórica, Galicia: ocupa el 10 º lugar en PIB per
cápita, situándose en un 10,9% por debajo de la media. El dato no
resulta probablemente irrelevante para entender cómo en Galicia no ha
arraigado el dad, pero es indispensable cambiar la lente que han
patentado los supuestos agraviados para percibir el contraste.
Vayamos con otro dato: uno de los argumentos reiterados del agravio
nacionalista es el centralismo y la falta de reconocimiento de las
identidades nacionales vasca y catalana. Aquí el cotejo tiene que ser
internacional. Podríamos comparar los niveles de autogobierno o de
reconocimiento de la lengua y otras particularidades entre la parte de
estos territorios situados en España con la contraparte francesa. (Y
recordar al respecto la declaración de Macron en Córcega en febrero: “hay una lengua oficial, y es el francés”).
No hace falta detenerse mucho pues es notable la diferencia. Sin embargo, la acción de ETA se
ha concentrado en el sur, mientras sigue usando el norte como
plataforma propagandística, como en los actos de Cambó o la siniestra
escultura del hacha en Bayona. Lo mismo pasa con el procés: nada
parecido en el norte catalán.
Sin embargo, según el Índice de Autoridad
Regional (RAI, por sus siglas en inglés), España es el segundo país más
descentralizado (33,6 puntos), solo precedido por Alemania (37). Suiza
ocupa el séptimo lugar con 26,5 puntos y Francia el 16 con 20 puntos.
También aquí fallan las explicaciones estructurales.
Veamos algo sobre la renta. En términos comparados y con datos del
INSEE, la Cataluña norte ocupa el puesto 88 entre 100 unidades
territoriales. Los ingresos medios por hogar son en Perpignan de 2067
euros brutos por mes para una media de 2520 en Francia (datos de 2012).
De modo que la comparación es doblemente elocuente, tanto en términos
internos como cruzados. No me alargaré con el caso vasco, pero como
pista reseñaré el acuerdo en abril pasado del Gobierno Vasco y la
Oficina Pública de la Lengua Vasca para dedicar 1.930.000 euros para
impulsar el euskera en Iparralde (Euskadi Norte) durante 2018. (¿Ayuda
al desarrollo?).
Si las variables duras (las condiciones objetivas) no explican la
respuesta social, hay que acudir a las blandas, los procesos de
ingeniería social que enmarcan la acción colectiva; lo que pone el caso
catalán en el rubro de fenómenos como el Brexit, la elección de Trump,
las últimas elecciones italianas o el referéndum colombiano. Estamos,
pues, ante una mezcla de chauvinismo de ricos y populismo del bienestar.
Es el monopolio de capital simbólico y la hegemonía sobre la
infraestructura de resonancia (medios, academia, instituciones) lo que
permite explicar el procéscomo resultado de una nacionalización
intensiva que se ha traducido en una radicalización de los sectores
mejor situados y la apropiación de la calle, con eslóganes que hacen
pensar en movilizaciones inciviles de infausta memoria.
Es significativo que las de los ricos sean las identidades de más
prestigio en el conjunto de España. Lo muestra un factor compartido: la
dirección de las transliteraciones (los cambios de o en los nombres) es
uniforme hacia el euskera o catalán.
Parece que en el caso de la vasca
fue determinante para el prestigio la fascinación que la violencia
ejerció en una parte de la juventud y el efecto de los primeros
resultados electorales. La identidad de prestigio catalana debe más a la
condición, en buena parte justificada hasta hace poco, de vanguardia
cultural.
Sea como fuere, ser nacionalista catalán o vasco, es progresista y de izquierdas (paceArana, Egibar, Torras i Bages o Torra) y la crítica a esta posición es indefectiblemente devuelta con la acusación ad hominemde
provenir del nacionalismo español y estar teledirigido desde Madrid;
sucursalismo es una descalificación rotunda.
No hay espacio para la
laicidad identitaria en la arquitectura mental del nacionalismo. Lo que
muestra igualmente una constante sociológica: la principal herramienta
de los poderosos es convertir en normal y plausible la desigualdad y el
privilegio.
En este sentido, el dad sería una suerte de contraprestación diferencial
a ese estatus superior que, por pudor, se envuelve en emulsiones
esencialistas (derechos históricos, darwinismo social); es lo que rezuma
la dualidad entre ciudadanía y nacionalidad en el texto del nuevo
estatus de PNV-EH Bildu, para el País Vasco, o en las declaraciones del entonces alcaldable de la CUP y
politransliterado Josep Manel Ximenis, asegurando en vísperas de las
municipales de 2015 que la mentalidad castellana lleva en los genes la
condición de mandado. Por no hablar de las “bestias con forma humana”
del President en ejercicio.
Por cierto, ¿imaginamos una declaración equivalente por alguien de
‘Madrid’? Esta asimetría en el impacto es un buen indicador de la
recalcitrante fascinación nacionalista en ciertos sectores de la
izquierda. (...)" (Martín Alonso, Crónica Popular, 28/07/18)
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