27/9/18

El procés independentista es, para la derecha neoliberal catalana, una dinámica de afirmación de su poder de clase frente al Estado y contra el riesgo popular de desestabilizar su hegemonía

"La relación entre el nacionalismo y la izquierda siempre ha sido conflictiva. (...)

Aunque exista una diferencia entre nacionalismo e independentismo que, por ejemplo, afecta a sectores de la CUP, anticapitalistas, o de la anterior dirección de Podem (A. D. Fachín y su equipo), su participación en la dinámica de confrontación independentista ha estado subordinada al proceso de antagonismo nacionalista impulsado por Puigdemont. 

(...) la mayoría de esos sectores se declara formalmente ‘internacionalista’, no nacionalista, y su proyecto dicen que es anticapitalista o revolucionario: ya sea desde el enfoque leninista de la revolución por etapas, una primera democrática y otra segunda socialista, o para aprovechar el (supuesto) eslabón débil de la cadena imperialista de la UE. (...)

Pues bien, su estrategia está fundamentada en un error analítico favorable al voluntarismo y una actitud seguidista tras el nacionalismo, verbalmente rupturista con el Estado, pero con un poder institucional regresivo y exclusivista que queda embellecido.

No está claro que una República catalana hegemonizada por la derecha neoliberal esté más cerca de la revolución social, incluso de un Estado de bienestar más avanzado. Ni que la prioridad independentista y el antagonismo identitario genere unos valores y vínculos solidarios y una experiencia compartida para incrementar la relación de fuerzas para vencer a las derechas y generar la capacidad conjunta para avanzar en un Estado renovado y plurinacional más justo y, en todo caso, democrático. 

Ni que la acción propagandística para construir realidad política transformadora sea asimilable y capaz de contrarrestar la acción discursiva del gran poder mediático y cultural del bloque neoliberal que dirige el independentismo.

O sea, si el procés independentista, para la derecha neoliberal catalana, es una dinámica de afirmación de su poder de clase frente al Estado y contra el riesgo popular de desestabilizar su hegemonía, la versión izquierdista del procés pretende independizarse del Estado para, seguidamente, desbordar a su derecha nacionalista neoliberal. Hasta ahora es más demostrable lo primero que lo segundo.  (...)

Aparte de la dificultad de que sea factible la independencia, queda por demostrar el realismo y la coherencia de ese supuesto paso, como positivo o transitorio para pasar a la siguiente fase de desplazar a las élites nacionalistas neoliberales y sustituirlas por la auténtica representación popular que dirija un proceso hacia una República socialista.

 Incluso si ese primer proceso diese indicios de desestabilización social o rebelión popular abierta se enfrentaría al objetivo principal del bloque de poder independentista: reforzar su hegemonía de clase dominante. En todo caso, desde un mayor aislamiento nacional todavía sería más difícil superar las constricciones fácticas y económicas, estales, europeas y mundiales.

 Desde luego, las diversas experiencias históricas de enlazar la lucha democrática o de liberación nacional con procesos revolucionarios pro-socialistas no tienen nada que ver con la situación catalana. Ni la posibilidad inmediata de construir una democracia socialista en el actual corazón europeo capitalista.(...)

 Las clases dominantes tienen un gran control del poder económico e institucional (el Estado, que solo parcialmente es un instrumento neutro). Necesitan legitimación social y ahí tiene un papel crucial su capacidad para inculcar su relato, mantener su hegemonía cultural y su versión del sentido común.  (...)

 No obstante, las capas populares, sin casi control económico ni de poder gubernamental e institucional (o muy poco y periférico como la representación parlamentaria, la gestión de algunos municipios y la participación, cogestión o gobernanza dependiente en algunos organismos y empresas públicas…), tienen que construir ese (contra)poder relacional, esa capacidad transformadora y de influencia que deviene de su masividad cívica y su posición activa y democrática en las relaciones sociales, político-electorales y económicas. 

La vía ordinaria es acceder al poder institucional por la legitimidad democrático-electoral, con los discursos y programas representativos de su base social. Pero como están más en desventaja en las relaciones de poder, deben contrapesarla con mayor participación y activación democrática que la simple expresión electoral.  (...)

En definitiva, para las capas dominantes la actividad cultural, discursiva o mediática es un complemento a su poder efectivo, a efectos de cohesión nacional y legitimación social. Es lo que, hábilmente, ha sido capaz de desarrollar la derecha independentista. Y, en otro sentido, las nuevas derechas extremas (empezando por Trump) o los nuevos centros (Macrón).

Para las capas populares, ante la ausencia de poder económico-institucional alternativo, la subjetividad es todavía más importante, en la medida en que la integran en sus vidas, porque es una vía para conformar sujeto de cambio y fuerza sociopolítica. Pero con una función más compleja y difícil, así como con la exigencia de insertarla en las condiciones, experiencias y cultura de la gente. 

Las ideas y sentimientos deben estar conectados e incorporados por sectores relevantes de las clases subalternas que son las que construyen, con su práctica relacional, su capacidad transformadora.

El (contra)poder no lo construye el discurso, sino la gente con su acción cívica. Y como tiene sus dificultades por sus desventajas respecto de su menor poder económico y con solo un poco de poder institucional, debe aprovechar al máximo sus ventajas: su masividad, su interacción y su expresión democrática.  (...)

 En resumen, la solución viene desde el realismo crítico, la superación del idealismo y el determinismo o materialismo vulgar (también idealista), poniendo en primer plano al actor o sujeto social, a la gente real y concreta, a sus condiciones vitales, experiencias relacionales, culturas compartidas y aspiraciones comunes, así como a su diversidad y su plural interpretación. (...)"                   (Antonio Antón , profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, Rebelión, 22/09/18)

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