"El 12 de julio de 1997* —mañana hará 20 años—, el que este texto
suscribe era director de ‘El Correo’, el primer diario del País Vasco y
uno de los de mayor difusión y audiencia de España. Viví el secuestro y
asesinato de Miguel Ángel Blanco con una ansiedad nunca antes sentida,
porque se percibía de modo irremediable la brutalidad del crimen del
joven concejal del PP de Ermua.
Por primera vez llevé a mis hijos,
entonces muy pequeños, a la manifestación para reclamar su liberación,
por primera vez observé en las calles de Bilbao a ciudadanos anónimos
con lágrimas en los ojos, por primera vez escuché en las calles de la
capital de Vizcaya el silencio fúnebre de una sociedad consternada,
sobrecogida y anonadada. Por primera vez no sabía cómo tenía que
escribir el editorial que publicaría mi periódico.
Veinte años antes —en junio de 1977—, la banda terrorista ETA asesinó
también a Javier de Ybarra y Bergé en una zona boscosa próxima a Bilbao
después de mantenerle cruelmente secuestrado durante un mes. Era
entonces presidente del consejo de administración del periódico que yo
dirigía en 1997. Y su espíritu estaba presente, aunque cuando los
etarras martirizaron a Javier de Ybarra, no hubo manifestaciones, ni
‘espíritus ciudadanos’. (...)
El 12 de julio de 1997 se empezó a acabar toda la bazofia moral
colectiva, ese silencio cómplice, ese lodazal ético en el que chapoteaba
una parte importante de la sociedad vasca. Y nació el ‘espíritu de
Ermua’.
Pero arraigó en muchos vascos un horror irreversible, un
sentimiento de frustración insuperable, una desesperanza definitiva.
Pensamos entonces que si la banda terrorista ETA era capaz de asesinar a
Miguel Ángel Blanco con una crueldad matarife, ya no merecía la pena
seguir allí, más aún cuando poco más de un año después (septiembre de
1998) el PNV, Herri Batasuna, los sindicatos nacionalistas y el entorno
etarra se reagrupaban en el llamado Pacto de Estella, cuyo objetivo no
era otro que tratar de salvar la hegemonía del nacionalismo en el País
Vasco después de la reacción popular tras el secuestro y asesinato de
Miguel Ángel Blanco.
El 12 de julio de 1997, muchos vascos
decidimos que nos exiliábamos de nuestra propia tierra, que no era
posible educar a nuestros hijos en una sociedad que había consentido un
monstruo terrorista como era ETA, que, españoles por vascos, debíamos
hacer exactamente lo que nos aconsejó Xabier Arzalluz que hiciéramos.
Nos dijo: “Idos, idos, que ancha es Castilla”. Nos abrió la puerta y,
sí, entonces, salimos, y salimos a manta de Dios y nos vinimos a Madrid,
a Valencia, a Sevilla, a La Coruña, a Canarias. Declinamos en aquel
julio de 1997 toda esperanza de poder ser ciudadanos en plenitud en
nuestra propia tierra. Pensamos entonces que si la barbarie de ETA era
capaz de perpetrar aquel horrendo crimen —después de haber cometido
tantos otros sin cansancio ni conmiseración—, nuestro país no tenía
futuro.
No pudimos intuir aquel malhadado 12 de julio que tendrían que
pasar todavía muchos años, más crímenes, provocar más huérfanos, más
viudas y más padres inconsolables, antes de que la banda, carcomida por
su vesania, dijese que dejaba de matar y que dejaba las armas.
Que
nadie se engañe: hicimos bien en emigrar, en dejar de ser judíos en
tierra de exterminio social y de riesgo mortal, porque todavía se
regatea a Miguel Ángel Blanco —con argumentos supuestamente equitativos—
el homenaje que merece por su sacrificio y por lo que significó su
sacrificio. Siguen aún en el País Vasco y en Navarra —con honrosas
excepciones— las mismas euforias de los ‘bildutarras’ y algunas
insoportables ambigüedades.
Son estas excrecencias restos del oprobio
del 12 de julio de 1997. De hace 20 años, cuando tantos y tantos
decidimos el exilio interior y encontramos en él —sí, Arzalluz, ‘ancha
es Castilla’— la libertad y la ciudadanía que ETA, con tantas
complicidades, nos negó. Honor a las víctimas y honor a Miguel Ángel
Blanco." (José Antonio Zarzalejos , El Confidencial, 11/07/17)
No hay comentarios:
Publicar un comentario