24/4/18

Los obispos vascos y navarros piden perdón por sus “complicidades” con el terrorismo de ETA... pero, la iglesia vasca no se disuelve, ¿debería?

"Los obispos del País Vasco, el arzobispo de Navarra, y el prelado de Bayona (Francia) impusieron su voz respecto a la posición oficial expresada dos horas antes, en conferencia de prensa, por el portavoz de la Conferencia Episcopal, José María Gil Tamayo.

 “Somos conscientes de que se han dado entre nosotros complicidades y omisiones por las que pedimos sinceramente perdón”, dijeron. La declaración causó desolación entre varios prelados.

 Apenas cuatro horas después de que se conociera el comunicado de ETA, los tres prelados del País Vasco español (Bilbao, Vitoria y San Sebastián), más los dos de Navarra y el de Bayona emitían un largo comunicado, que muchos de sus compañeros reconocieron más tarde desconocer pese a que todos ellos asistían desde el lunes pasado a una asamblea plenaria en Madrid. Ni siquiera se esperaba el comunicado, lamentó uno de los presentes.

Lo cierto es que los obispos españoles han vuelto a hablar con sensibilidades distintas ante el problema del terrorismo etarra. Media hora antes del mediodía, el portavoz y secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE), José María Gil Tamayo, abandonó el plenario para afirmar, en primer lugar, la alegría por la anunciada disolución de ETA, con la severa advertencia de que toda “petición de perdón exige un compromiso de reparación”.

Apenas una hora más tarde irrumpió el largo comunicado firmado por el arzobispo de Navarra, Francisco Pérez González, los tres obispos del País Vasco (Mario Iceta, de Bilbao; José Ignacio Munilla, de San Sebastián; Juan Carlos Elizalde, de Vitoria), además de Marc Aillet, prelado de Bayona (Francia), y el obispo auxiliar de Pamplona, Juan Antonio Aznárez. 

“A lo largo de todos estos años, muchos de los hombres y mujeres que conforman la Iglesia han dado lo mejor de sí mismos en esta tarea, algunos de forma heroica. Pero somos conscientes de que también se han dado entre nosotros complicidades, ambigüedades, omisiones, por las que pedimos sinceramente perdón”, señalaron.

Inmediatamente, la posición oficial del episcopado pasó a segundo término y el foco se centró en ese párrafo. La disolución de ETA “es la victoria de la democracia y de toda la sociedad española”, había afirmado el portavoz de la CEE. “La gran tarea que queda es la reconciliación; es el trabajo más difícil, más costoso y que lleva más tiempo, el que exige más generosidad.

 La Iglesia ha ayudado y seguirá ayudando para que sea posible un clima de entendimiento y convivencia pacífica del pueblo vasco y la sociedad española. El sufrimiento no termina con una declaración de que ha acabado la pesadilla horrible, de sangre, de utilización de una violencia siempre maligna”, añadió.

Por su parte, los prelados del País Vasco, Navarra y Bayona consideran que la “deseada” disolución de ETA “ofrece nuevas posibilidades para la normalización” y defienden que es el momento de “atender las peticiones de los familiares de los presos inmersos en diversas necesidades humanitarias”. 

Recalcan también la importancia de que el “retorno de los excarcelados a sus lugares de origen se realice de forma que las víctimas del terrorismo no se sientan humilladas”, en referencia a los homenajes que ha organizado la izquierda abertzale para recibir a presos excarcelados.Los obispos vascos también muestran su solidaridad con todas las víctimas de la violencia y con sus familiares y, “de un modo especial”, con aquellos cuyos atentados no han podido todavía ser esclarecidos.

Las discrepancias del grueso del episcopado español frente a los prelados vascos viene de lejos, pero tuvieron su momento más delicado cuando en 2002 emitieron una pastoral advirtiendo contra la ilegalización de Batasuna. 

El entonces presidente Aznar calificó de inmoral la posición del episcopado, sin distinción, un conflicto que la CEE se vio obligada a zanjar haciendo su propia pastoral. Hasta el nuncio del Vaticano en Madrid terció en la disputa. No llegó a condenar la pastoral vasca, pero sí dijo que tenía “aspectos de inoportunidad”.            (Juan G. Bedoya, El País, 20/04/18)


 "La Iglesia vasca no se disuelve.

 (...) Coincidiendo con el anuncio de disolución de la banda de asesinos nacionalistas, los obispos del País Vasco, Navarra y Bayona emitieron este viernes un comunicado en el que piden perdón. Aunque no sé cómo lo sabe, el editorial de este periódico determinaba que era un «sincero perdón». 

El anuncio de la banda supone un importante progreso moral: por primera vez reconoce que algunos de sus asesinatos no estuvieron bien y pide perdón por ellos. O sea que ETA ya nunca pedirá perdón a todas sus víctimas. Hummm... Lo reconozco. Este titular deberá esperar quince días, que son los que faltan para que se produzca la disolución efectiva de la banda en el paisaje (¡pobre paisaje lo que le espera!) y su último comunicado, donde quizá lo dé todo.

El comunicado de los obispos vasconavarroiparraldes no anuncia su disolución (también debo ser prudente: a lo mejor quieren esperar quince días para coincidir con el brazo militar), pero la noticia que trae es sensacional. Una de las grandes noticias españolas del último tiempo. Está contenida en este párrafo: «Somos conscientes de que también se han dado entre nosotros complicidades, ambigüedades, omisiones... por las que pedimos sinceramente perdón». En todos los periódicos los titulares están mal puestos. 

Dos ejemplos: «Los obispos vascos se disculpan por sus 'complicidades' con el terrorismo». «Los obispos vascos piden también perdón por sus complicidades con ETA». Los titulares padecen de un efecto simpático. El adverbio del segundo permite advertirlo con claridad. También. El efecto está lógicamente condicionado por la sincronía. 

Y provoca la importante consecuencia de colocar a los obispos en el perímetro moral de los asesinos. Tal vez no andaba tan incierto el editorial del periódico como yo pensaba. Si los obispos han elegido pedir también perdón (y el mismo día) debe de ser una petición sincera, porque significa que aceptan ser parte de ETA, y entiéndase parte como debe entenderse, aunque en realidad me importa un rudo pimiento cómo se entienda. 

Vuelvo al centro. La petición de perdón de los obispos no es el titular que corresponde a esta fase de la formación social capitalista. El titular correcto y el que daría exacta noticia del asombro sería de este estilo: «La Iglesia vasca reconoce su complicidad con ETA». No aclara la Iglesia en cuál de las tres versiones descritas por el diccionario:

1. Que manifiesta o siente solidaridad o camaradería. Un gesto cómplice.
2. m. y f. Participante o asociado en crimen o culpa imputable a dos o más personas.
3. m. y f. Persona que, sin ser autora de un delito o una falta, coopera a su ejecución con actos anteriores o simultáneos.

Es muy importante la versión de que se trate. La primera actúa únicamente en la esfera moral. Pero las dos restantes entrañan claras responsabilidades penales. Tal vez prescritas, pero indiscutibles. Ya comprendo que urgida por la pasión redentora la Iglesia vasca se haya comportado de un modo omnicomprensivo.

 Pero una vez descargada, a la imborrable manera de aquel Laín Entralgo, debería aclarar este punto. Y no hay que descartar que la Fiscalía pueda ayudarla. Pero no debo desviarme en consideraciones terrenales. Hay que volver a la magnitud exacta de la tragedia. Se puede calibrar leyendo el punto 4 del comunicado.

 Que dice: «Además del inmenso y prolongado sufrimiento infligido por la violencia, nuestro pueblo ha padecido un daño espiritual y social incalculable, provocado por las ideologías totalitarias e idolátricas que alimentaron el fenómeno terrorista. 

En el momento presente, nuestra sociedad tiene que afrontar el reto de la reconstrucción moral y de la reconciliación. La Iglesia quiere contribuir a esta tarea consciente de que la reconstrucción moral está en íntima conexión con los valores evangélicos». Es decir: la Iglesia vasca (sinécdoque) se adhirió a las ideologías idolátricas y traicionó los valores evangélicos sobre los que ahora pretende basar la reconstrucción moral de la sociedad vasca. Pas mal! Cada vez lo veo más como el periódico. Cada vez más sincero.

Explícito y bien titulado el reconocimiento de la idolatría, ya estamos mejor preparados para abordar la cuestión concreta del perdón y su sinceridad. Sobre el perdón yo he mantenido siempre con algunas víctimas la discrepancia contenida en uno de mis más célebres aforismos: «El problema de los que exigen perdón a ETA es que habrán de dárselo». Pero dejemos eso ahora. 

El perdón a los etarras ha concitado una vasta literatura. Por ejemplo: para la hipótesis de que ETA llegue a pedir perdón en forma, y aunque sea en el último minuto, se ha insistido siempre en varias condiciones previas. Casi todas tienen una textura de sinceridad y otras gelatinas que me resulta poco manejable. Pero una me ha parecido de interés: la obligación de que ETA aclare todos aquellos crímenes, con sus complicidades, que no han sido expuestos. Muchos asesinatos de la banda nacionalista son de autor desconocido

. Pero eso solo es la punta del hielo. Hay una hermética y terrible historia sumergida de ETA que solo ETA conoce y de la que debe dar cuenta. Entre las más elementales condiciones para el otorgamiento del perdón está el reconocimiento de la culpa. 

Y reconocer la culpa es, primero, exponerla en toda su dimensión. ¡Tenemos que saber de qué estamos hablando! Ni siquiera veo que se trate de una exigencia moral. Yo la veo puramente mecánica, lógica, sucesiva. Primero una cosa y luego otra.

O sea que ya se sabe por dónde muerdo. Después de la importante noticia, genérica, panorámica, que dio ayer la Iglesia vasca es el momento de entrar en los detalles. No debería amilanarle a la Iglesia el conocido refrán: «El diablo está en los detalles».

 Personas con más autoridad que el anónimo refranero, como Flaubert o Mies van der Rohe (©Los días y las frases) han sostenido que es precisamente el buen Dios el que está en los detalles. Hay que ponerse. He insinuado que la Iglesia vasca no parece tener intención de disolverse y dispone, así, de mucho más de quince días (y no hablemos si entra en liza su complicidad con lo eternal) para dar detallada noticia de lo que fueron esas complicidades. 

Nombres, apellidos, fechas, circunstancias, texto y contexto de su caída sin fondo en la idolatría. Como detalla la estupenda guía del Opus Dei, las imprescindibles 4C para una buena confesión:

Clara: señalar cuál fue la falta específica, sin añadir excusas.

Concreta: decir el acto o pensamiento preciso, no usar frases genéricas.

Concisa: evitar dar explicaciones o descripciones innecesarias.

Completa: sin callar ningún pecado grave, venciendo la vergüenza. (...)"                   (Arcadi Espada, El Mundo,22/04/18)

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