"El racismo supremacista ario es algo que no solamente está en las
bases del nazismo, con Auschwitz como punto culminante, sino que
también lo está en las del nacionalismo regionalista (catalanista,
galleguista y bizcaitarra), tan bien asentado actualmente en las
instituciones políticas españolas.
En el caso del galleguismo la vía de penetración del racismo más grosero (arianista) fue el celtismo.
El celtismo es un movimiento ideológico decimonónico, no
exclusivo de Galicia, pero que el galleguismo va a utilizar como
justificación del “hecho diferencial” gallego. Lo celta va a ser el núcleo a partir del cual Galicia, en la concepción nacionalista, quede recortada como realidad nacional fragmentaria (“sitio distinto”), y desconectada, incluso confrontada, con el resto de España.
Una desconexión nacionalista respecto a la historia de España que se ha llegado a normalizar,
en buena parte de la historiografía, y por la que la “Historia de
Galicia” se ha convertido, en realidad, en una historia del galleguismo
(la historia de Galicia entre los siglos XVI y XVIII -los llamados
“siglos oscuros”- carece de interés para esta historiografía, es como si
no existiera).
Fue en el libro Historia de Galicia, de Verea y Aguiar,
publicado en 1838, en donde por primera vez aparece el celtismo como
base reivindicativa del “hecho diferencial” gallego. Así lo advierte su
autor en la dedicatoria inicial, dirigida al rectorado y claustro de la
Universidad de Santiago, afirmando que su libro es “fruto de mis tareas
en la vindicación de los derechos históricos de la respetable Galicia”.
La impronta celta sobre Galicia es tal que el propio topónimo se debe,
según Verea y Aguiar, a dicha influencia: “Galicia fue un pueblo, tan
radicalmente céltico, que aún no pudo borrarse su nombre tan espresivo
[sic] de aquella antigüedad; y por tanto participante de aquellas
prerrogativas que constituyen grande la nación céltica” (Historia de Galicia, p. 15, Ferrol, 1838).
Alfredo Brañas, en su obra capital El Regionalismo, también
va a reivindicar un “celticismo” que, impugnando a la escuela de Pezrón
(que identifica a galos y a celtas, siendo Francia su cuna), defiende el
origen peninsular, castizo, de los celtas de España. A esta escuela
pertenecen Masdeu, Larramendi, Sabau, así como también, precisa Brañas,
Verea y Aguiar, Vicetto y Murguía:
“Después de leer a Verea y Aguiar,
Martínez Padín , Murguía, Huerta, Vicetto, y en general a todos los
historiadores gallegos […] no admite discusión que ya en aquellas
remotas edades latía en el corazón de los gallegos el sentimiento
regionalista, germen del vigoroso y lozano espíritu patriótico que hoy
nos anima y reconstituye, a pesar de nuestras miserias y debilidades”
(Alfredo Brañas, El Regionalismo, ed. La Voz de Galicia, 1981, pp. 224-225).
Ahora bien, será sobre todo de la mano de, precisamente, Vicetto y
Murguía (desde la “cova céltica”, en la que se reunían en La Coruña), en
sus correspondientes Historias de Galicia, como el mito del
celtismo adquirirá ya tintes racialistas supremacistas en relación al
resto de España, representando Pondal, en este sentido, la completa
apoteosis reivindicativa del celtismo hasta el punto de considerar a
Galicia (así en el himno autonómico actual, con letra tomada de la Queixume dos Pinos de Pondal) como grey céltica, como la “nación de Breogán”, desconectada ab origen
del resto de España y perteneciente, vía racial, al conjunto de
“naciones célticas” del área de difusión “atlántica” (según la
concepción posterior de Risco).
Un mito que ha valido pues, y sigue valiendo, para justificar la
premisa fragmentaria fundamental del galleguismo: los gallegos son la “nazón descendiente de Breogán”,
siendo así que cualquier otra influencia (íbera, semita, etc.) será
vista como exógena, incluso hostil, sobre todo si proviene de “la
meseta”, toda vez que Galicia se identifica íntegramente con la nación
celta.
Breogán, por su parte, es una figura legendaria (que el evemerismo medieval quiso hacer real), procedente del libro Lebor Gabála (Libro de las Invasiones)
perteneciente al ciclo mitológico irlandés -de ahí la toman, tamizada
por Macpherson, Murguía y Pondal-, y en el que se narran las diversas
oleadas emigratorias que van ocupando, in illo tempore, la isla de Irlanda. El libro de H. D’Arbois de Jubainville, El ciclo mitológico irlandés y la mitología celta (ed. Visión libros, 1986), sigue siendo de referencia obligada como análisis del Libro de las Invasiones y su interpretación desde el evemerismo medieval.
Un mito céltico, por lo demás, cuyo supremacismo racial engranará (en
el galleguismo) con el mito antisemita de la raza aria, buscando con su
cultivo el que Galicia no se degrade, así lo dirán Murguía, Pondal,
Risco sin tapujos, dejándose arrastrar por el predominio de castas
inferiores (negros, bereberes, semitas) propias de otras regiones
españolas (fuertemente contaminadas de semitismo):
“Y es que esta raza
[la gallega], que por una serie de circunstancias forma en España el
pueblo sensato y pacífico por excelencia, digno por su misma sensatez de
mejor suerte, está destinado a servir, con su cordura y pacíficos
instintos, de contrapeso a las exageraciones y locuras de otros pueblos y
otras razas revueltas y levantiscas, que llenas de la sangre semita que
circula por sus venas, parece que viven en la civilización a despecho
suyo, y que solo ansían volver a sus desiertos, a la soledad de sus
tiendas y a la vida de la tribu, que es la única que les cuadra,
comprenden y practican” (Manuel Murguía, en la revista La Ilustración Gallega y Asturiana, 1879).
En esta misma línea, por si no quedaba suficientemente claro,
concluye Murguía su discurso de los Juegos Florales de Tuy, en 1891,
diciendo que hay que extirpar de España a la “raza semítica” en tanto
que obstáculo para homologarnos con los “hombres europeos”: “Pensemos
que no en balde tenemos en Galicia los restos de aquel celeste guerrero
[Santiago Matamoros], enemigo de la gente de Mahoma.
Hombres europeos,
hombres de Cristo, la victoria es para nosotros. Los hombres del Corán,
los semitas que aún van errantes como sombras por las tierras de España,
solo importan porque son un peligro o un estorbo. He dicho” (Risco, Manuel Murguía, Ed. Galaxia, 1976, p. 90).
En todo caso, sin duda, será Pondal quien lleve más lejos la
“bardomía” celtista, autoproclamándose, con tanta solemnidad como
arrogancia, bardo de la “nación gallega”, y expresando sin disimulos, en
múltiples lugares, ese supremacismo racial de la raza gallega en unos
términos bien directos y sinceros, de un maniqueísmo grosero y
jactancioso. Así, en su poema titulado precisamente Da Raza (poema 22 de la colección Novos Poemas) dirá lo siguiente:
“Vosotros sois de los cíngaros,de los rudos iberos,de los vagos
gitanos,de la gente del infierno;[…]Nosotros somos de los
celtas,nosotros somos gallegos”.
El orensano Vicente Risco, por su parte, ya en la primera mitad del
siglo XX, continuará en esta línea de exaltación de los valores arios de
la raza celta e insistirá en el elemento rubio (“loiro”) como
característica de la población gallega que, por su superioridad (así lo
dice abiertamente), resiste cualquier tipo de infiltración de razas
exógenas (íbera, romana):
“sea por la mejor adaptación a la tierra, sea
por la superioridad de la raza, lo cierto en que ni la infiltración
romana, ni la infiltración ibérica consiguieron destruir el predominio
del elemento rubio centroeuropeo en el pueblo gallego. La raza gallega
sigue siendo la bella raza celta” (V. Risco, Teoría nacionalista, pp. 58-59, ed Akal, 1981).
E interpretando a Murguía, en una biografía que escribe sobre él y
que será publicada, significativamente, en el año 1933, dirá Risco lo
siguiente: “pero el predominio absoluto del elemento étnico europeo y
nórdico en la población gallega tiene para Murguía una significación
capital: venía a representar para él la superioridad de la raza gallega
por encima de todas las demás de la Península” (Risco, Manuel
Murguía, p. 29, Galaxia, 1976).
Una superioridad que se cifra, de nuevo,
en el carácter ario de la raza gallega, tal como se prueba, dice Risco,
en las “últimas investigaciones” (refiriéndose con ello a Gobineau), y
que Murguía había leído ya en sus “maestros arianistas”.
En definitiva, concluye Risco reexponiendo a Murguía, la regeneración
de la vida peninsular vendrá de la mano de los “hijos de Breogán”,
precisamente por su carácter ario y rubio, siendo así que “esto
fundamenta la superioridad de la Raza Gallega en la Península, puesto
que el predominio suevo-celta entre nosotros se opone al predominio del
elemento moreno de origen africano en las otras regiones, especialmente
del Duero y del Ebro para abajo” (Risco, Manuel Murguía, p. 33, Galaxia, 1976).
He aquí pues, concluimos, y creo que esta selección de textos habla
por sí misma, los “padres fundadores” del nacionalismo gallego. Como
tales se les conoce, y reconoce, hoy día." (Pedro Insua , profesor de Filosofía y autor de los libros ‘Hermes Católico’ y ‘Guerra y Paz en el Quijote’, El Español, 27/02/18)
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