"(...) en Cataluña hay unos cuántos miles de personas que están dispuestos a utilizar cualquier medio para llegar a la secesión.
Lo vimos hace unas semanas, cuando se descubrió una célula que estaba
preparando explosivos y lo estamos ratificando esta semana de violencia
creciente.
Esto había sido desatendido de una manera alarmante por la
opinión pública, por los políticos y, lo que es más preocupante, parece
ser que por el Gobierno, (...)
Como digo, dentro de los independentistas (dentro de los
independentistas, lo de los infiltrados no merece la más mínima
credibilidad) hay un grupo violento; pero el problema no se limita a la
existencia de este grupo.
El problema es la tolerancia hacia la violencia, la idea de que existen
formas de violencia que no son tales y la sumisión de las instituciones a
los violentos. Iremos uno a uno.
En Cataluña existe tolerancia hacia la violencia cuando se dirige contra constitucionalistas.
Lo he explicado muchas veces: los acosos a las carpas de Cs, de SCC o
de S'ha Acabat! no han sido considerados como graves por las
instituciones o por los políticos.
El silencio ha seguido muchas veces a los ataques, cuando no la recriminación contra los atacados, a los que se ha acusado de buscarse problemas. Esta tolerancia hacia la violencia y la recriminación implícita hacia quienes discrepan del nacionalismo por mostrar públicamente sus opiniones es gravísima y la padecemos desde hace décadas, y ahí está el germen de lo que ahora está sucediendo.
De insultar se pasa a boicotear, de ahí al lanzamiento de objetos y a los empujones, de esto a los golpes y lo siguiente es lo que nos estamos encontrando ahora: incendios, barricadas, levantamiento de vías, ataques a comercios, lanzamiento de cohetes caseros a helicópteros y lo que vendrá a continuación.
No hay solución de continuidad entre unas cosas y otras, es una pendiente en la que cada vez se baja más rápido. Por supuesto, cuando ya no solamente se tolera, sino que se alienta desde las instituciones la violencia, el desastre está garantizado. (...)
El silencio ha seguido muchas veces a los ataques, cuando no la recriminación contra los atacados, a los que se ha acusado de buscarse problemas. Esta tolerancia hacia la violencia y la recriminación implícita hacia quienes discrepan del nacionalismo por mostrar públicamente sus opiniones es gravísima y la padecemos desde hace décadas, y ahí está el germen de lo que ahora está sucediendo.
De insultar se pasa a boicotear, de ahí al lanzamiento de objetos y a los empujones, de esto a los golpes y lo siguiente es lo que nos estamos encontrando ahora: incendios, barricadas, levantamiento de vías, ataques a comercios, lanzamiento de cohetes caseros a helicópteros y lo que vendrá a continuación.
No hay solución de continuidad entre unas cosas y otras, es una pendiente en la que cada vez se baja más rápido. Por supuesto, cuando ya no solamente se tolera, sino que se alienta desde las instituciones la violencia, el desastre está garantizado. (...)
Finalmente, es lamentable la sumisión de las instituciones a los violentos. En estos días estudiantes han ocupado rectorados
y amenazado a los equipos de gobierno de las Universidades, quienes han
acabado cediendo a estos violentos. Ver cómo la fuerza se impone a la
dignidad de las instituciones es tremendamente doloroso, una muestra de
la degradación de nuestra sociedad. (...)" (El Jardín de las hipótesis inconclusas, blog, 18/10/19)
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