"La primera muerta del conflicto catalán fue la imaginación. Nunca se
pensaron soluciones imaginativas. Por ejemplo: catalanizar España, y eso
hubiera sido posible desde el catalanismo, porque éste permitía
sentirse catalán y español a la vez.
Sin embargo, el nacionalismo
catalán de estos últimos cinco años exige una renuncia contundente y
pública a sentirse español si uno quiere ser reconocido como un catalán
verdadero. El nacionalismo en su versión irredenta ha vuelto, y da
miedo.
El miedo a la desgracia política es un sentimiento que nadie
debería de experimentar cuando se vive en una democracia avanzada,
cuando se vive en un país europeo. Y sin embargo reconozco que tuve
miedo cuando se acercaba la intervención de Puigdemont la tarde del
martes 9 de octubre, en donde debía proclamar la República Catalana.
Y
yo mismo me increpé censurándome mi miedo. ¿Por qué el miedo a estas
alturas de mi vida? Y aún peor, ¿por qué la vida de cualquier ciudadano
se tiene que ver ocupada por la presencia de personajes inanes y
mediocres? Tal vez eso sí que da más miedo: el acceso a la fama de
políticos de una holgada banalidad en todo el arco ideológico de la
política española y catalana.
La mayoría de la gente desconoce el nombre
de los escritores, de los artistas, de los científicos españoles y sin
embargo reconoce hasta la saciedad los rostros de Rajoy, de Puigdemont o
de Junqueras. Hace ya unas semanas vi a Ada Colau y a Carmena en una
conversación televisada en donde ambas exhibieron en su discurso los
tópicos políticos más gastados. Pensé: la fama política es pura
frivolidad. A nadie se le exige tan poco como a un político. Eso da
miedo. (...)
Cuando oigo decir a Anna Gabriel que quiere “una independencia sin
fronteras”, o a Casado que “Puigdemont puede acabar como Companys” me
vuelve el miedo. Es el miedo a la chabacanería como una forma de
pensamiento.
(...) el 12 de junio de 1985 España entró a formar parte de la Unión Europea,
entonces se llamaba la Comunidad Económica. Ese fue un hecho
trascendental que Puigdemont y Junqueras acallan, porque el secesionismo
lleva tiempo construyendo una imagen de una España deprimente que nunca
comprobó si se ajustaba a la realidad.
Descubren ahora que España no es
Francoland, en palabras de Antonio Muñoz
Molina, quien precisamente ya advertía de que la España exótica y
pintoresca se fue desvaneciendo a lo largo de estos últimos cuarenta
años de democracia. Por eso, da la sensación de que Puigdemont se acaba
de dar cuenta hace cinco minutos de que si Cataluña se va de España se
va también de Europa, porque España es Europa
¿Cómo es posible arriesgar
la identidad europea de Cataluña? Eso da miedo, mucho miedo. La España
de la que habla el secesionismo no existe. Toda España cambió, pero el
nacionalismo catalán no lo quiso ver. Y como la historia es cínica e
irónica, quien ha venido a despertar a los muertos vivientes del museo
de los horrores del fascismo español ha sido el nacionalismo de
Puigdemont, por lo que debemos estarle muy agradecidos. (...)
Muchos catalanes que padecieron la crisis económica del 2008 y
asistieron impávidos a los mil casos de corrupción de los políticos del
PP optaron por la secesión como legítima forma de protesta y de
exploración de un futuro diferente.
Nadie les explicó que esa crisis era
global y que la corrupción de los políticos del PP también la padecían
el resto de españoles. El problema que tiene el secesionismo no es tanto
España como el mundo globalizado, un mundo occidental que tiene una
sola economía.
El secesionismo como protesta política podría haber sido
compartido por muchos españoles si no se hubiera mostrado bajo la
toxicidad del nacionalismo supremacista. Porque el nacionalismo lo único
que produce es miedo. Por eso se van las empresas, porque hasta el
dinero tiene miedo." (Manuel Vilas, El País, 14/11/17)
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