"(...) Hay una identidad fuerte, heterogénea, difusa de gente
que se considera española. Lo hace de un modo laico, no excluyente y
sabiéndose parte de una pluralidad de seres humanos. Lo que quiero decir
es que el nacionalismo español es minoritario. Tanto es así, que para
buscar la hegemonía tiene que camuflarse en el
nacional-constitucionalismo e incorporar irremediablemente al PSOE.
Es
cierto que puede haber muchos ciudadanos españoles que sean
nacionalistas sin saberlo; pero, en todo caso, minoritarios. Lo digo de
una manera directa para evitar equívocos: la identidad española, en sus
diversos grados y motivaciones, no significa la presencia mayoritaria de
un nacionalismo excluyente y autoritario.
Algunos lo dijimos desde el comienzo con desigual suerte,
es verdad. El paso del nacionalismo catalán al independentismo iba a
generar, tarde o temprano, la presencia de una minoría de grandes
dimensiones española y hasta españolista. La pluralidad de culturas
existente en Catalunya ha coexistido en un marco autonómico porque nadie
iba a ser sometido a elegir entre Catalunya y España.
Este era un salto
con consecuencias porque catalanes que se sienten españoles con toda
normalidad y naturalidad ven en peligro, no solo su identidad sino que
empiezan a vivir dramáticamente una “condición post española” que los
convierte en extraños en su propia tierra que, dicho sea de paso, muchos
la han construido con sus propias manos en condiciones de sobre
explotación y, paradojas de la vida, defendiendo los derechos nacionales
de Catalunya.
La realidad ha evidenciado más cosas que convendría no
olvidar ahora que estamos ya en plena campaña electoral. Las últimas
elecciones autonómicas catalanas el movimiento independentista las
planteó como un plebiscito. No ganaron, mejor dicho, tuvieron mayoría
parlamentaria pero no consiguieron la mayoría del electorado.
Los
partidos mayoritarios tenían varias posibilidades y escogieron una
especialmente arriesgada: romper con la legalidad estatutaria e iniciar
un proceso de secesión. Hay que decir que han conseguido movilizar a una
parte significativa de Catalunya y que esta movilización ha sido
sostenida en el tiempo en una dialéctica muy pensada de acción/reacción
que ha situado al gobierno español en un escenario con muchas
dificultades.
El cálculo estratégico se ha hecho explícito con el
tiempo. El punto de partida era, en principio, potente: control de las
instituciones del Estado en Catalunya, específicamente, de los
funcionarios y de los Mossos a lo que había que añadir una influencia
determinante en los medios de comunicación públicos.
El régimen
pujolista creó una “trama” entre poderes políticos, económicos y
comunicacionales que, solo en la fase final, ha entrado en crisis. Todo
esto –es bueno insistir sobre ello- con una movilización muy importante
(centenares de miles de personas) que han encontrado en la independencia
de Catalunya su “utopía concreta” transversal y liberadora.
No creo que sea aventurado decir que en los cálculos
estratégicos del núcleo dirigente independentista estaba, en primer
lugar, la idea de que la Unión Europea (confundir la Unión Europea con
Europa es arriesgado siempre) sería neutral o que incluso podría apoyar
el proceso independentista. Imagino que algo sabrían y que deberían de
tener alguna información que el resto de los mortales no conocíamos.
Un
segundo elemento llevaría a pensar que el movimiento independentista
vislumbró, pensó que el Estado español no tendría fuerza suficiente para
bloquear o impedir el proceso. Habría un tercer elemento que no sabemos
a estas alturas si se tuvo en cuenta cuando se inició el proceso.
Me
refiero a la capacidad del gobierno de construir una amplia mayoría
parlamentaria articulada en torno a unos medios de comunicación casi
unánimes y con el apoyo, más o menos explícito, de una parte
significativa de la población española.
La estrategia de Mariano Rajoy ha sido, en muchos
sentidos, inteligente. A la “guerra de maniobras” emprendida por el
gobierno de la Generalitat ha respondido con una “estrategia de
desgaste” que no solo le ha dejado la iniciativa al adversario, sino que
le ha permitido ganar tiempo, acumular fuerzas y hacer evidentes las
contradicciones del contrario.
Rajoy jugó fuerte desde el principio. Lo primero fue
ganarse el apoyo del amigo americano, hoy especialmente complicado por
la figura de Donald Trump. Luego, tejer acuerdos con la Unión Europea,
sus gobiernos e instituciones y, más allá, intentar neutralizar una
campaña internacional del gobierno catalán especialmente eficaz.
Rajoy dejaba hacer, les permitía avanzar favoreciendo que
el gobierno independentista fuese cada vez más audaz rompiendo amarras
con una parte de la población catalana, haciendo emerger todas sus
contradicciones. La hipótesis de una dirección plebeya del proceso que
confirmaría la autonomía del movimiento en Catalunya, al final no ha
dado mucho de sí.
Cuando el presidente Puigdemont, en el último minuto,
intentó pactar una salida que impidiera la aplicación del 155, ya era
demasiado tarde. Rajoy se dio cuenta de que había ganado la partida y
estaba en condiciones de ceder o no y dejarle al presidente de la
Generalitat la decisión definitiva. La proclamación de la supuesta
independencia habría que calificarla de proclamación/fiasco.
La
desbandada fue general y entramos ya de lleno en una campaña electoral
que, a mi juicio, puede producir sorpresas significativas. El ingreso en
prisión de una parte del gobierno de Catalunya y la orden internacional
de búsqueda del resto, ha sido el inicio de una represión que se está
aplicando con una calculada gradualidad. Se habla, incluso, de que no
habrá presos el día de las elecciones
Creo que se puede decir que la lucha contra la represión
ha impulsado de nuevo un movimiento que había perdido el norte y que
carecía de una sólida dirección política. Ahora estamos en el “sálvese
quien pueda” electoral y, a partir de ahí, reorganizar fuerzas y
reformular una estrategia que ha demostrado enormes carencias. (...)
La llamada crisis catalana es también la de España como país y como
Estado. Se puede eludir y hasta ignorar, pero la crisis del Régimen del
78 sigue abierta; se podría matizar diciendo que la restauración ha
avanzado y que las fuerzas de la ruptura democrática han perdido
influencia, se han dividido y tienen dificultades para definir un
proyecto de sociedad, de gobierno y de Estado diferentes. (...)" (Manuel Monereo
, eldiario.es, 17/11/2017)
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