"El 25 de marzo de 1980 ETA asesinó a Enrique Aresti Urien, conde de
Aresti, con un tiro en la nuca. Dos fueron las razones para su
«ajusticiamiento» según un comunicado de la banda asesina: tratarse de
un «representante cualificado del gran capital» y «haberse negado a
contribuir económicamente a modo de impuesto revolucionario».
Treinta y cinco años después me decido a contar la verdad para
desnudar la mentira de terroristas, cómplices y políticos oportunistas.
Tenemos la obligación moral de desenmascararlos a todos. Mi padre
(Q.E.P.D.) trabajaba como agente de seguros. El entorno de ETA había
descubierto que si creaba una agencia de seguros podía conseguir grandes
comisiones, en base, como siempre, a amenazas y coacciones.
Y él tuvo
la valentía de denunciar públicamente la argucia en el Colegio de
Agentes de Seguros de Vizcaya. Al terminar su intervención, un compañero
y amigo que estaba sentado a su lado le dijo: «Enrique, acabas de
firmar tu sentencia de muerte».
Meses más tarde, recibió una carta exigiéndole el pago del mal
llamado impuesto revolucionario. Después de leerla me dijo: «No van a
conseguir echarme de mi tierra porque si me matan me enterrarán en
Gordejuela». Para quienes no están familiarizados con la zona,
Gordejuela es un entrañable pueblo de Vizcaya. Sabía que lo iban a matar
y no quería protección para evitar más muertes inocentes. Redactó un
acta ante un notario de Bilbao que transcribo:
«En Bilbao a 7 de febrero de 1979, yo, notario del Ilustre Colegio de
Burgos con residencia en esta Villa, por la presente, hago constar:
Que comparece ante mí, don Enrique Aresti Urien, conde de Aresti,
mayor de edad, viudo, abogado, vecino de Bilbao, con domicilio en Gran
Vía, número 26, tercero y con DNI número X.
El señor (…) conde de Aresti manifiesta: Que nació en Gordejuela
(Vizcaya) el 7 de octubre de 1917 y declara su condición de católico,
vasco y español. Como católico, apostólico y romano, pide a Dios perdón
por el mal que haya podido hacer y sobre todo por el bien que haya
dejado de hacer. No admite discusión en su condición de vasco y de
español con cualquier advenedizo que pudiera discutir estas realidades.
Manifiesta que, habiendo sido requerido para satisfacer un impuesto
revolucionario y amenazado de muerte en caso de no satisfacerlo, no está
dispuesto a entregar un solo céntimo en tal concepto porque el hacerlo
supondría una traición a su condición antes declarada de católico, vasco
y español.
Lógicamente de dicha oposición pueden derivarse dos consecuencias: a)
La muerte. b) La retención para obtener, bajo amenazas, lo que
voluntariamente no está dispuesto a dar. En el supuesto a) que, antes o
después a todos llega, no se necesitan instrucciones especiales. En el
supuesto b) ordena a todos sus familiares que se atengan a su deseo
expreso y terminante de no entregar cantidad ninguna por su liberación a
pesar del mucho cariño que le puedan tener y precisamente en aras de
ese cariño.
Esta orden la hace extensiva a todos los que a través de
cualquier relación económica pudieran sentirse obligados a hacerlo y
manifiesta que no reconocerá como válida ninguna deuda que en su nombre
ni en el de sus familiares se pudiera contraer con ninguna entidad
bancaria en orden a su liberación.
Al agradecer a Dios el regalo de la Fe, le pide que le ayude, en
cualquier circunstancia que surja, a cumplir con su deber. Se despide de
sus hijos agradeciéndoles el cariño que siempre le han tenido y lo
mucho que le han acompañado y les anima a que, con alegría, sigan el
camino que haga posible que un día se vuelvan a encontrar con su madre
bajo el amor de Dios (…)».
El 25 de marzo de 1980 lo mataron, obviamente por la espalda. Con el
alma desgarrada lo velamos en casa junto con los innumerables amigos de
verdad, que afortunadamente eran muchos, y a quienes desde aquí repito
nuestro más profundo agradecimiento.
En aquella fecha el Consejo General Vasco tenía su sede en la Gran
Vía de Bilbao, justo enfrente de nuestra casa. Su presidente era Carlos
Garaicoechea (uno de los políticos oportunistas) que no consideró
oportuno ni siquiera cruzar de acera para manifestar su pesar. Él sabrá
los motivos. Al día siguiente, después del funeral, lo enterramos rotos
de dolor en su querida tierra de Gordejuela.
Tres años más tarde, el Ayuntamiento de Bilbao presidido por el
alcalde José Luis Robles (otro político oportunista) decidió cambiar el
nombre de la plaza del Conde de Aresti (abuelo de mi padre y diputado
general de Vizcaya entre 1898 y 1902), aumentando gratuitamente nuestro
dolor e intentando borrar parte de la historia de Vizcaya.
Mi padre nos enseñó, entre otras muchas cosas, a no odiar a nadie.
Siempre nos decía: «Breve o larga, la vida sólo vale algo si en el
momento de entregarla no tenemos que sonrojarnos de ella». Nosotros
estamos orgullosos de tu ejemplo y eso no nos lo puede quitar nadie.
Los asesinos no encontrarán nunca la paz interior y vivirán atormentados. Muchas veces esa vida es peor que morir." (CARLOS ARESTI LLORENTE, EL CORREO – 24/03/15, en Fundación para la Libertad)
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