"Resulta extraño escuchar
constantemente la acusación que muchos nacional-catalanistas hacen
contra el resto de españoles de ser “franquistas” o de que territorios
como Castilla poseen “permanencias del franquismo”.
Si hay un territorio
español que se benefició del franquismo, ese es Cataluña. Y si hay un
territorio -junto al País Vasco- donde el nacionalismo franquista dejó
hábitos, formas de actuar y de comprender la realidad que se
transmitieron e integraron de inmediato con el nacional-catalanismo, es
por supuesto, toda la Cataluña interior.
Cataluña
ganó la guerra civil junto a Franco: las élites, los grandes burgueses
huyeron a Burgos y se pasaron al enemigo o se escondieron para evitar
que los republicanos los aniquilaran; volvieron a salir todos ellos con
las tropas franquistas, recuperaron sus negocios y se vengaron con saña
de la persecución.
Luego se hicieron aún más ricos, protegidos por unas
leyes que sometían y amedrantaban a los obreros y alentaban la
especulación de las grandes fortunas catalanas. Pero eso no fue todo.
Los tenderos, comerciantes y pequeños empresarios, de los que tan
poblada estaba la Cataluña de entonces, los payeses de alguna tierra, se
alegraron también de que Franco expulsara a quienes les habían
confiscado las fábricas o las tierras, las habían nacionalizado o
socializado.
Como muestran los estudios de historia económica, jamás la
pequeña industria y el pequeño negocio en Cataluña prosperó más de lo
que lo hizo en los años centrales del franquismo, protegido por unas
leyes franquistas hechas a su medida.
Toda la
Cataluña interior, la Cataluña carlista, los padres y abuelos de los
Llach, Junqueras y Puigdemont, ganaron la guerra con Franco. Porque los
carlistas fueron los que de verdad ganaron, no los falangistas, que eran
pocos y sin apoyos.
La Cataluña carlista ganó la guerra con Franco. (...)
En general, Franco no mató
catalanistas (Companys no es más que un caso, triste y simbólico, pero
un caso). Porque los catalanistas o bien eran ricos y le habían apoyado,
o se habían escapado a Francia (y algunos volvieron, muchos a ocupar
sus puestos o mejores).
Como en el País Vasco, la burguesía catalanista
que se había significado en la República recibió, como mucho, multas. A
quien Franco mató fue a los anarquistas, los mismos a los que las
juventudes de Ezquerra Republicana de Catalunya -un partido que se
acercó mucho al fascismo durante el periodo de entreguerras- habían
perseguido e insultado por ser “murcianos”.
Si fueron
los inmigrantes castellanos, murcianos, andaluces y extremeños quienes,
junto con los obreros y obreras catalanes fundamentaran la potencia
económica de Cataluña, resulta extraordinariamente doloroso el escuchar
una y otra vez el agravio de la disparidad de las balanzas fiscales.
Al
cabo, quienes emigran de una tierra suelen ser siempre los más jóvenes,
los más fuertes y capaces y con ello descabezan la capacidad social de
progreso en el lugar del que se van. El éxito económico de Cataluña está
construido en parte importante con la condena al retroceso en otros
territorios.
Es más:
los planes de desarrollo franquistas, en especial el llamado “plan de
estabilización” de 1959, que fueron letales para Castilla, los
redactaron y pensaron sobre todo catalanes. Alguno de ellos, como Joan
Sardà Dexeus, economista de la órbita de ERC, que durante la guerra
había trabajado con Companys y al que, lejos de encarcelar, el
franquismo le llamó para preparar una liberalización que arrancaría las
pocas defensas que tenían los obreros: porque eso venía bien para llenar
Cataluña de la mano de obra barata, emigrantes, que la industria
catalana precisaba.
Y todavía
más: los planificadores catalanes franquistas conspiraron con toda
consciencia para reducir Castilla a una tierra predominantemente
agrícola: todos los planes del franquismo invertían en desarrollo
industrial en Cataluña y el País Vasco (el 25% total de las inversiones
del Instituto Nacional de Industria franquista fueron a parar a la
provincia de Barcelona por apenas unas décimas para todo el conjunto de
Castilla, incluyendo a Madrid).
Pero esos mismos planes sólo preveían
regadíos y ordenación agraria para Castilla, sumiendo para siempre a un
territorio mayor que muchos países europeos en la dependencia económica y
el subdesarrollo industrial. De este modo, la industria catalana (y la
vasca) recibían mano de obra barata y dócil y se evitaban competencia
futura.
De
aquellos polvos, estos lodos. El nacionalismo franquista se convirtió en
catalanista cuando llegó la transición: centenares de alcaldes
franquistas, de procuradores en cortes, de elegidos por el tercio de
familias se pasaron de la noche a la mañana a CiU y a ERC. El
nacionalismo es nacionalismo, no varía más que el nombre. El fascismo
soterrado de buena parte del nacional-catalanismo actual se explica muy
bien así, por su continuidad con el fascismo franquista.
Si tenemos que reconstruir
puentes -y soy firme partidario de ello-, es necesario que las buenas
gentes de Cataluña entiendan el papel jugado por su tierra en el
infradesarrollo económico y social de Castilla. Si la balanza fiscal es
desfavorable a los territorios ricos (lo cual incluye a Madrid, claro),
la balanza demográfica y económica lo es para con Castilla y su
Extremadura.
Los catalanes pueden quejarse de escasas inversiones en
carreteras, de tener que pagar peajes. Pero han de tener en cuenta que a
nosotros su desarrollo nos ha costado no sólo una desventaja económica,
sino la desaparición física, biológica.
Y el genocidio cultural de
pueblos y más pueblos castellanos y extremeños en los que la cultura
propia ha desaparecido para alimentar los extrarradios barceloneses con
emigrantes y sus hijos y nietos, que ahora hablan catalán, votan a la
CUP y no tienen ni idea de lo que es un mayo, una rondeña o el juego del
guá." (José M. Faraldo||
, historiador, escritor, Crónica Popular, 09/02/19)
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