"(...) Si para Pujol el andaluz era
un “hombre destruido”, para Torra los catalanes castellanohablantes son
“bestias”, “hienas” y “víboras”. ¿Se puede concebir un nacionalismo sin
xenofobia?
No, ni tampoco sin una complexión uniceja. Esa
obsesión cohesionadora del enemigo a las puertas, del forastero que por
serlo es un peligro potencial, mantiene, al modo nacionalista, a los
garrulos arracimados alrededor de la hoguera protectora.
Luego, además —como en las sectas que tienen un
platillo volante en el granero para que se salven los elegidos— el
nacionalismo también dispensa un delicioso complejo de superioridad, una
certeza
de ser mejores y de atribuir por tanto a la presencia del
extranjero todo cuanto está mal.
Según el filósofo Aurelio
Arteta, la inmersión lingüística obligatoria es la palanca básica de la
construcción nacional. ¿Comparte su opinión?
Más bien la inmersión doctrinal, ¿no? La educación
artera. La lengua es un elemento de distinción, no tan poderoso como el
de la religión diferente —véase el Ulster—, que, bien usada, debería
servir sólo de enriquecimiento cultural.
Otra cosa es que el
nacionalismo la use, como usa la historia inventada, para acreditar
naturalezas históricas distintas.
Es habitual escuchar a los nacionalistas decir que “España no quiere a Cataluña”. ¿Qué les respondería?
Que estamos mayores para lloriquear como adolescentes
con crisis emocional. Creo que hablo en nombre de todos si digo que lo
que no queremos es a los distópicos nacionalistas. Pero eso no es un
sentimiento exógeno. No es una incomprensión mesetaria.
Tampoco los
quieren todos esos catalanes que hicieron que Ciudadanos ganara las
elecciones y que quiebran el retrato-robot unívoco creado por el
nacionalismo en su apropiación de Cataluña.
¿Y a los que sostienen que el llamado “derecho a decidir” es incuestionable?
Dónde lo pone.
En un artículo, se preguntaba
cómo era posible que el presidente de una de las regiones más prosperas
de Europa hubiera sido capaz de invocar una vía tan dramática como la
eslovena.
Sí, y sólo hallé como respuesta que, en vez de jugar a
las revoluciones de PlayStation, Torra necesita que lo lleven a ver un
cadáver de verdad, un tío con la cabeza volada de verdad.
Hay un veneno
moral ahí, inoculado por la picadura del bicho nacionalista. También
vivían en una región próspera y libre los vascos que decidieron que
había que ponerse a disparar en la cabeza al prójimo. (...)" (Entrevista a David gistau, novelista, Óscar Benítez, El Catalán.es, 18/01/19)
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