"(...) --Con Europa concentrada en
cómo acabe la negociación del Brexit, ¿qué influencia puede tener lo que
ocurra tras el juicio a los políticos independentistas en España?
--El proceso soberanista, como hemos defendido Joaquim Coll, Manuel Arias Maldonado y yo mismo en el libro Anatomía del procés
(Barcelona, Debate) terminó en otoño del año pasado, tras el fiasco de
la DUI simbólica. Siempre ha sido intelectual y políticamente
insostenible pensar que, sin alcanzar siquiera la mayoría social en un
territorio y al margen de la legalidad constitucional, sería posible
alcanzar la secesión y romper de paso una democracia avanzada, que
pronto será el cuarto Estado más importante de la UE.
Pero, hasta
octubre de 2017, al menos se podía juguetear con el beneficio de la
duda: ¿estaban preparadas las estructuras de la República catalana y
dispuesto el soberanismo al control efectivo del territorio? ¿cómo se
comportaría la mitad de catalanes que no es independentista? ¿qué
actitud tendrían las grandes empresas? ¿estaría el Estado (entendido
como organización pero, sobre todo, como comunidad política) dispuesto a
aceptar esa amputación? ¿cuál sería la reacción internacional y, en
particular, de la UE?
Ahora ya tenemos respuestas a todos esos
interrogantes y, aunque el mundo independentista se debate todavía entre
la negación y la ira, ya empiezan a aparecer los que piensan en términos de negociación.
Luego vendrá la depresión y al final la aceptación. Esas etapas del
duelo pueden durar más o menos, pero el independentismo ha de pasar el
duelo.
--¿Por tanto?
--El juicio muy posiblemente hará más prolongado el
momento de la ira (y es posible que sectores relevantes del
independentismo queden atrapados en esa fase de forma indefinida) pero
no alterará lo fundamental: el conflicto solo puede resolverse con
amplios consensos en el interior de la sociedad catalana y del conjunto
de España respetando los mecanismos propios del sistema constitucional.
Como esa es la posición defendida por el propio Estado, es imposible que
movilizaciones populares, actitudes decisionistas del Gobierno catalán u
otros desarrollos impactantes vayan a alterar la actitud de las
diplomacias nacionales y de las instituciones europeas con respecto al
asunto.
La UE,
más allá de algunos políticos minoritarios que expresan su opinión
legítima y del lógico interés por ver resuelto este conflicto tan
molesto en un socio muy importante, no va a intervenir en la crisis
interna de un Estado miembro.
Si lo hace, será en el terreno declarativo
que ya vimos el año pasado y para defender la interpretación que haga
el Gobierno nacional, el parlamento nacional y el Tribunal Constitucional. Lo que ahora mismo más preocupa en la Comisión, París o Berlín con respecto a España es que se atreva a implicarse más en la gobernanza europea post-Brexit.
Cataluña, y menos aún si se trata de una sentencia del poder judicial,
muy difícilmente hará alterar esa alineación política tan clara entre
las capitales.
Sin embargo, puestos a fantasear con una implicación
europea que supusiera mediar, téngase claro que eso no llevaría a la
ruptura de España ni a la imposición de ningún referéndum binario de
secesión; instrumento no precisamente popular ahora mismo en Bruselas.
A
la luz de lo que la UE ha hecho en otros dos conflictos dentro de su
territorio con comunidades partidas por líneas nacionalistas (Irlanda de Norte y Chipre) lo que se favorecería serían arreglos consociacionales y repartos de poder que más bien reducirían el poder actual del nacionalismo catalán en la Generalitat.
--¿Acierta o se equivoca el Gobierno español en relación al problema catalán?
(...) Entre los países occidentales hay pocos casos de democracias tan
plurales (y, por tanto, difíciles de gestionar) como la española. Y allí
donde se pueden hacer comparaciones imperfectas, como Reino Unido, Canadá, Bélgica, Italia o incluso Francia,
se descubre que no existe ningún antídoto eficaz contra el
independentismo.
Sistemas muy distintos de encaje (que incluyen
referendos pactados, exigencias de claridad, procesos de práctica
confederalización, descentralización a cámara lenta e incluso jacobinismo) no han evitado que en los últimos 20 años el independentismo haya rozado también el 40/50% en Escocia, Quebec, Flandes, Véneto o Córcega.
Pero es que en ninguno de esos casos, ni siquiera en el de Quebec a
mitad de los noventa, los gobiernos regionales habían adoptado ni de
lejos una estrategia de desobediencia como la de Cataluña entre 2012 y 2017
(especialmente a partir de enero de 2016). Visto con perspectiva, por
supuesto que se han cometido equivocaciones por exceso y por defecto
desde los años ochenta.
Los gobiernos de España podrían haber hecho más por plasmar la pluralidad del Estado (por ejemplo, en el terreno de la lengua)
y favorecer un auténtico reparto territorial del poder que fuese más
allá de una descentralización competencial por otro lado generosa. (...)
Si enfocamos el juicio a la etapa más reciente, hubo graves errores en la gestión del Estatut
y, desde 2012 el Gobierno podía haber sido más inteligente y menos
legalista con el desafío soberanista. No obstante, como creo que éste
fue sobre todo un proceso endógeno de sobrepuja nacionalista, a partir
de cierto momento daba un poco igual lo que Madrid hubiera hecho.
El procés
estaba casi condenado a evolucionar como lo hizo. Estaba condenado a
llevar la subasta hasta el final. Y demostrar así que el premio de la
República no estaba al final del camino.
--¿Acierta el Gobierno
español de Pedro Sánchez al acercarse al Gobierno catalán, pese a las
críticas que recibe?¿Fue una buena idea la reunión en Barcelona del
consejo de ministros? ¿O el independentismo se debe combatir con una
defensa del 155 como hace la derecha?
--Mariano Rajoy gestionó mal el 1 de octubre. La Historia será severa con sus declaraciones en Washington asegurando que no habría referéndum (ante la incredulidad de un Donald Trump
que sorprendentemente demostró conocer mejor que él lo que pasaría) o
con el dispositivo policial de aquel día, regalando las conocidas
imágenes de antidisturbios golpeando a los votantes.
Sin embargo, lo
hizo razonablemente bien a partir de ese momento y eso que era bien
difícil aplicar el inédito artículo 155 de la Constitución.
El presidente Pedro Sánchez ha optado por la distensión
y la oferta de dialogo (sin perjuicio de trazar como línea roja el
respeto al orden constitucional e impulsando un activismo internacional
mayor que el del Gobierno anterior).
Esta nueva estrategia tiene la
ventaja de poner de manifiesto la rigidez del actual president
de la Generalitat, debilitar al independentismo y apuntar para el
futuro una solución política de consenso entre catalanes y entre el
conjunto de los españoles que es la única posible. Yo creo que en
general acierta y que por ejemplo hizo bien en reunir al Consejo de
Ministros en Barcelona.
Hubo un comunicado conjunto muy ambiguo y
algaradas callejeras pero el resultado fue positivo en términos de presencia simbólica del Estado en Cataluña.
En todo caso, nada de eso debe llevar a pensar que se conseguirá
resolver la crisis a corto plazo, algo que solo será posible cuando el
independentismo transite todas las etapas del duelo a las que antes me
refería. (...)"
(Entrevista a Ignacio Molina, investigador principal del Real Instituto Elcano, Manel Manchón, Crónica Popular, 06/01/19)
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