"La noche del
domingo previo al lunes en que empezaba a aplicar de hecho el artículo
155, Roberto Bermúdez de Castro salió a cenar con un su amigo de
Barcelona, conocedor de las interioridades y de los personajes de la
vida pública catalana. (...)
Al cabo
de tres noches, el miércoles, muy inquieto Bermúdez de Castro, le pidió a
su amigo volver a cenar con él.
No podía creer la colaboración y la diligencia que
había hallado en tan insignes independentistas como Elsa Artadi, Pere
Aragonès o Víctor Cullell: le obedecían escrupulosamente en su horario
de oficina y luego por la tarde salían por los medios de comunicación a
hacerse los irredentos resistencialistas. Le pareció todo tan bizarro
que le preguntó a su amigo si creía que podía ser una trampa. Y su amigo
le contestó: «No, Roberto, no. Es la política catalana».
La aplicación del 155 fue improvisada y algo vergonzante
Lo
empezamos a preparar 8 meses antes con abogados del Estado muy jóvenes y
preparados como Eugenio López, Paco Sanz, Enrique Lasso o Juan Ramos.
Trabajamos con todos los ministerios, calculamos todos los escenarios y
el peor fue el que al final nos encontramos.
Fue una solución muy blanda a un problema muy grave.
El
155 no puede ser más duro o más blando, sino más corto o más largo. No
es un cheque en blanco: tienes que aplicar la Ley. El presidente optó
por un 155 porque temíamos que se montara la mundial, y luego no pasó
nada.
El 155 lo aplicó prácticamente usted solo.
Sentí
soledad pero a cambio pude trabajar con tranquilidad. Tuve muchos
apoyos: la Policía y la Guardia Civil, y líderes políticos como Inés
Arrimadas o Miquel Iceta, que se portaron conmigo estupendamente. Un día
me encontré a Pedro Sánchez en el Hotel Marina y me felicitó y me dio las gracias.
¿Y el presidente Rajoy?
Tuve
siempre su apoyo y el afecto de personas tan importantes como Carmen
Martínez Castro o María Pico (jefa de prensa de la entonces
vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría). Pablo Casado
también estuvo conmigo incondicionalmente. Pero era incómodo, muy
incómodo para ellos ir a Cataluña.
Con la vicepresidenta las cosas no fueron fáciles.
Yo
creo que en aquel monento tan complejo la vicepresidenta quiso
mandarnos de cortafuegos para que todo aquello le salpicara lo menos
posible. Y cuando vio que no sólo no causábamos baja sino que la
intervención fue un éxito -por lo menos en los términos en que se había
previsto- y que además la prensa nos trataba razonablemente bien, tuvo
la sensación de que habría podido tomar algún riesgo más.
¿Conserva alguna relación con ella?
No coincidimos, no.
¿Qué significó la aplicación del artículo 155?
Cataluña
era una olla a presión y nosotros quitamos el tapón, y eso fue bueno,
aunque cuando nos fuimos, volvió el tapón, y ahora hay que volverlo a
quitar. De todos modos, fue interesante que los independentistas vieron
que cuando el Estado se mueve es tremendo. Y también que quedara claro
que el artículo 155 se podía aplicar sin que pasara nada. Lo negativo
fue que, por desconocimiento, los sectores más duros de Madrid nos
pedían cosas que no podíamos hacer. Había que normalizar la vida
política catalana, desinflamarla, y durante un tiempo lo conseguimos.
Aplicando la mínima fuerza posible, como hacía siempre Rajoy.
Cuando
se aprobó la aplicación del artículo 155, el portavoz de Esquerra en el
Senado me acusó de liderar las tropas invasoras. ¿Qué tropas, si fuimos
tres personas? Y cuando llegamos todo el mundo se puso a nuestra
disposición. No dimitió nadie. Nadie se negó a ejecutar una orden, y son
los que ahora están mandando.
¿No le sorprendió?
¡Claro
que fue una sorpresa! Raúl Romeva intentó incendiar a los funcionarios y
luego fue su secretario general, Aleix Villatoro, el que se «cepilló»
el Diplocat y cerró una a una las «embajadas» que le mandamos cerrar.
155 de día, independentistas de noche.
Ahora
lo intentan tapar y hacen como que no nos conocen, pero nos reuníamos
cada semana, la colaboración era absoluta. Nos pedían favores y se los
hacíamos. Muchos estaban hartos de la deriva enloquecida y agradecieron
la tregua que en cierto modo supuso el 155. Y todos, sin excepción, querían seguir cobrando.
Además hubo un cierto desencanto con la gente: los funcionarios más
hiperventilados nos contaban que esperaban una reacción multitudinaria
en las calles que impidiera «de hecho» la aplicación del 155. Y que el
lunes, al ver que todo el mundo fue a trabajar, pues ellos también.
Guarda buenos recuerdos de las personas con las que trabajó.
Elsa
Artadi y Pere Aragonès fueron dos colaboradores admirables. Cumplieron
con prontitud y diligencia con todos sus cometidos. Fue un placer
trabajar con ellos, por su disponibilidad y su eficacia. Josep Lluís
Cleries, senador de Convergència, estuvo siempre a mi lado y fue conmigo
un caballero. Además, la administración funcionó bien mientras nosotros
estuvimos.
Neus Lloveras, la presidenta de la Asociación de Municipios
dijo que nunca antes los ayuntamientos habían cobrado tan puntualmente
las subvenciones de la Generalitat.
¿Tuvo miedo? ¿Le insultaron cuando iba por la calle?
Nunca
tuvimos ninguna situación tensa, ni en los despachos ni en la calle. Al
principio llevábamos seguridad, luego ni eso. Cuando llegamos, frente a
la Delegación del Gobierno había 4 filas de vallas. Cuando nos fuimos
no quedaba ninguna.
¿Qué habría podido hacer el independentismo para boicotear el 155 desde dentro?
Si
hubieran bloqueado la Sanidad, si los médicos hubieran recetado más o
hubieran operado más despacio -por poner dos ejemplos- nos habrían
creado un drama. Pero todo el mundo cumplió perfectamente. También en el
mundo educativo estuvieron los ánimos muy calmados. En los días previos
a nuestra llegada, cada día había una huelga de estudiantes. Mientras
duró la intervención, no hubo ninguna.
Pero cuando el 155 decayó, volvimos a las andadas.
Creímos que con algunos gestos podríamos desinflamar la situación y nos equivocamos. Seguramente pecamos de ingenuos.
¿Les sorprendió el resultado electoral del 21-D?
Nos
sorprendió que Puigdemont pudiera engañar con tanta facilidad a tantos
votantes, prometiéndoles que volvería para ser investido presidente si
ganaba.
¿Contaban con Esquerra como interlocutor válido?
Partiendo
de la base que todos son independentistas, ERC parece a veces más
pragmática. Pero al final he llegado a la conclusión de que Junqueras es
un lobo disfrazado con piel de cordero. Aparenta una cosa y luego es la
otra, y hace lo mismo que Puigdemont. A principios de 2017 creímos que
podía ser un interlocutor pero luego nos dimos cuenta de que haría
exactamente lo mismo lo que hiciera su entonces «president».
¿Cuál es la peor sensación que se llevó de su experiencia al frente del 155?
Dos
malas sensaciones. La primera, que nos dimos cuenta de que no había
espacios públicos del Estado en Cataluña. La propia Delegación del
Gobierno llevaba 8 años cerrada por obras. Creo que todavía está
cerrada. Nosotros trabajamos desde la subdelegación. El Estado tiene que
volver a existir en Cataluña, física y mentalmente.
La segunda,
el bajo nivel de algunos políticos. El más bajo, el de Josep Rull.
Cuando el primer día de la aplicación del 155 se hizo aquella foto en su despacho,
como haciendo ver que trabajaba con normalidad, tuvimos que mandarle a
un «mosso» de la misma consejería para decirle literalmente que dejara
se hacer el ridículo y que se fuera a su casa. Y se fue, claro.
Lo de
Carme Forcadell gritando con un megáfono frente a los juzgados fue
esperpéntico. ¡Era la presidenta del Parlament!
Basándose en su experiencia, ¿qué reacción espera a la sentencia del juicio del 1-O?
Habrá una semana de lío, si es que llega a ser una semana, y luego todo el mundo a trabajar. Como siempre.
Y más a largo plazo, ¿qué solución le ve al conflicto?
No
se trata de dar dinero o ceder competencias, sino de desinflamar. Pedro
Sánchez ha intentado ir de buena fe pero tarde o temprano se topará con
la irracionalidad de los locos. En el País Vasco, tras el plan
Ibarretxe, cambiaron los dirigentes. Aitor Esteban, Andoni Ortuzar, Josu
Jon Imaz o el lehendakari Urkullu puede que sean independentistas, pero
son sensatos, y desde la discrepancia se puede hablar y razonar con
ellos.
En Cataluña, con los actuales líderes, es imposible cualquier
diálogo. La locura de Puigdemont impide que los moderados puedan
moverse. Y además, se ha deformado tanto la realidad que cualquiera que
intenta plantear algo sensato acaba como Santi Vila.
Por lo tanto...
Lamentablemente
la única solución es la que plantea Pablo Casado: un 155 largo,
indefinido, hasta que se recupere el orden y se rebaje la tensión. Y hay
una generación de políticos que tiene que dejar paso a otra."
(Entrevista a Roberto Bermúdez de Castro, exsecretario de Estado para Administraciones Territoriales, Salvador Sostres, ABC, 03/02/19)
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