"Las ansias de independencia de una parte significativa
de la población catalana tienen raíces y razones poderosas. La primera,
un sentimiento de nación que los poderes del Estado se niegan a
reconocer. Pero el procés es otra cosa. Es una estrategia de poder. Y para ello, ‘el fin justifica todos los medios’. Empezando por sacrificar la verdad.
Por eso ejercer un periodismo honesto ha sido tan complicado en Catalunya desde hace muchos años. El procés
viene de lejos y cada periodista podría contar cómo lo ha vivido en su
propia experiencia profesional. Algunos deberían explicar cómo lo han
alimentado. Otros, recordar cómo lo han sufrido. Pero nadie puede
afirmar que ha ejercido su trabajo sin verse afectado por él. Porque, en
Catalunya, el periodismo ha estado en el epicentro del seísmo, y de sus
constantes réplicas.
Sin la complicidad de muchos periodistas y de
numerosos medios de comunicación, hubiera resultado imposible crear una
realidad paralela. Basada en las emociones y no en los hechos. La verdad
empírica, factual, no solo fue despreciada por los políticos que
lideraban el procés, sino por responsables de los
medios, periodistas, articulistas, tertulianos… Porque una parte de la
población premiaba con su audiencia estos comportamientos. Y así se fue
creando una inmensa burbuja emocional.
A la hora de construir la posverdad,
el poder político contó con la complicidad de numerosos medios de
comunicación públicos y privados y la implicación de una parte muy
importante de la ciudadanía. La suma era imbatible. El resultado
encajaba perfectamente en la definición que el diccionario Oxford hizo
del término posverdad. Es decir, cuando “las llamadas a la emoción y de la creencia personal influyen más en la gente que los hechos objetivos”.
Los motivos que han llevado a prácticamente la mitad
de la población catalana al independentismo tienen fundamento. Son el
resultado de viejos agravios y desprecios recientes. Pero el camino
trazado para conquistar el derecho a la autodeterminación estaba fuera
de la realidad. Y, sin embargo, muchos periodistas y medios de
comunicación, en lugar de velar por su veracidad, le dieron su aval. Lo
amplificaron.
Contaron las bondades de una travesía que acabó en
desastre. Renunciaron a la información y, conscientes o no, entraron en
el territorio de la propaganda. ¿Por sectarismo? ¿Por convicción? ¿Por interés? En cualquier caso, una parte del periodismo, en Catalunya, renunció a su compromiso con la verdad. (...)
El periodismo de trinchera es el
más fácil y el más rentable. Tiene la audiencia asegurada. Es una
tentación tan fuerte que periódicos convencionales o, incluso, algunos
de los que se presentan ahora como regeneradores acaban eligiendo bando.
Acaban escribiendo aquello que su público quiere oír, antes que la
información que debería conocer. Renuncian a la responsabilidad de
asumir el riesgo de cantar las verdades a quienes no las quieren oír.
Pero esta actitud tiene sus costes. Ahora muchos periodistas que alimentaron el procés
se sienten prisioneros de sus propios lectores. Algunos persisten.
Otros optan por la discreción. Y quienes reconocen errores, son
dilapidados en las redes. Porque el ‘monstruo’ creado con tantos años de
posverdad ya tiene vida propia en Catalunya. Por
eso mantenerse en tierra de nadie, navegar a contracorriente, resulta
muy duro. Pero vale la pena. Es la mejor garantía para sentirse libre."
(Josep Carles Rius. Exdecano del Col·legi de Periodistes de Catalunya y editor de ‘Catalunya Plural’. Rebelión, 22/12/18)
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