"Un buen y antiguo amigo, abogado, experto jurista y
juez durante más de 20 años, me explicó el otro día que el
independentismo catalán se basaba en preservar la esencia de Cataluña.
Así, nada más. Ante mi sorpresa y la necesidad de que me explicara en
qué consiste esa esencia acabó balbuceando que es en el espíritu de
trabajo de los catalanes.
Al parecer, no solamente el resto de los españoles no
sabe o no quiere o no puede trabajar con la formalidad y la puntualidad
de los catalanes sino que esa cualidad constituye una esencia que hay
que defender.
Defender de los ataques del Estado español y de la
contaminación que supone la convivencia con los charnegos y emigrantes
que no la poseen, para lo cual no hay más solución que la separación con
el resto de España. De esa manera se gobernarán por sí solos, sin
injerencias del gobierno central ni imposiciones de solidaridad con las
otras regiones españoles. (...)
Interrogado sobre qué consideraba esencia, si se
refería a la definición aristotélica o a la de Santo Tomás o a la de la
Academia de la Lengua que se limita a decir que “la esencia es aquello invariable y permanente que constituye la naturaleza de las cosas”,
con lo cual los catalanes serían por su propia naturaleza -ya sabemos
que algunos se ha referido al ADN- trabajadores irreprochables y
creadores de riqueza, mientras el resto de los españoles tendrían en su esencia la pereza y la falta de preparación y atención, se limitó a permanecer callado, mirándome con gesto de reproche.
Con este relato, como se denomina ahora tanto a la
ideología como al análisis político o sociológico -y no olvidemos que el
relato es un cuento- al parecer se agita el espíritu revolucionario de
las masas catalanas que, con manifestaciones multitudinarias y en
acciones de rechazo que rozan la violencia, reclaman el reconocimiento
de su esencia por parte de los
enemigos: el Estado español, los españolistas, los unionistas, los
federalistas y todos aquellos que no compartan la emoción que supone
sentirse poseedores de una esencia de la que no pueden presumir el resto de los españoles.
Olvidada ya la máxima de que España nos roba,
que tanto éxito tuvo hace unos años para exaltar el ánimo
independentista de los que se sentían víctimas de tal expolio, sobre
todo porque sus inventores percibieron la imagen avarienta y tacaña que
estaban difundiendo, y en consecuencia el rechazo y el rencor que
causaban en los trabajadores del resto de España, ahora se trata de
defender la esencia de ser catalán. (...)
El personaje que conmigo dialogaba había militado en el PSUC y se creía marxista. Aduciendo la esencia
de ser catalán, quería decir que, independientemente de la revolución
industrial en la que Cataluña tuvo un papel fundamental con su industria
textil, la química, la pequeña metalurgia, la farmacéutica y el impulso
de las transacciones mercantiles que le dio el Decreto de Nueva Planta
del odiado Felipe V, aboliendo las trabas que se habían pactado entre
Fernando e Isabel sobre el comercio a las colonias, el catalán posee una
esencia indivisible, inalienable y transmitida generación tras
generación, que siempre lo hará el mejor de los trabajadores.
Por supuesto, ni siquiera respondió a mi alegación de
que el 50% de los trabajadores en Cataluña, son, desde hace más de un
siglo, de origen andaluz, extremeño, gallego y murciano. Y que han sido
ellos los que han hecho grande la industria, el comercio y los
servicios, y de los que la burguesía ha extraído su mayor plus valía.
De
la misma manera que nuestros mayores y nuestros niños han sido
cuidados, lavados y mantenidos en buena salud por las mujeres de todas
esas regiones que constituyen la mayoría del sector de empleadas de
hogar.
Por tanto, me quedé sin saber si esos trabajadores, a su
entender, han retardado el progreso que los catalanes podrían haber
llevado a cabo -y esa explicación también me ha sido ofrecida por algún
obseso independentista- o si en contacto con los catalanes e instruidos
por ellos cambiaron su esencia de vagos, incapaces e impuntuales.
Pero teniendo en cuenta que la esencia es lo que se mantiene intacto a pesar de los cambios superficiales que pueda sufrir la persona. De tal modo, en la esencia
y no en el alma –no pronunció este término porque se reclama ateo- se
poseen cualidades inamovibles que definen a los seres humanos.
Y ése es el problema, que los catalanes están definidos por su esencia
y, por tanto, no hay posibilidad de cambio ni de adaptación. La única
manera, al parecer, de que puedan desarrollar esa esencia con total
libertad, sin ser coartados ni parasitados por los demás españoles, es
la de separar su territorio del resto de España.
Argumentos semejantes son los que utilizan los
supremacistas blancos, los racistas y xenófobos de todos los países. Y,
aunque en la actualidad, al menos los dirigentes del movimiento
independentista catalán, han abandonado el discurso de las pérdidas
económicas y el latrocinio que sufren para beneficiar a vagos y
maleantes del resto de las regiones españolas, en el fondo subyace esa
convicción.
De otro modo, no tiene sentido explicar que los catalanes
poseen una esencia trabajadora que los distingue del resto de los
despreciables españoles.
Es conocida la acusación de que los trabajadores
pobres y emigrantes llegan a los países prósperos a vivir a costa del
trabajo de los naturales, que han construido una sociedad próspera y
avanzada con un enorme esfuerzo personal.
Esa explicación la repiten
desde el Frente Nacional de Francia a los gobiernos de Hungría y de
Italia, y fue la que se impuso en los años 30 del siglo pasado y en la
guerra de Yugoeslavia para excitar los sentimientos nacionales y el
rencor de las masas ignorantes hasta conducir a Europa al fascismo y a
la guerra.
Ciertamente, no estamos en aquella época, y aunque las
masas siguen siendo ignorantes no padecen la miseria que asolaba
entonces al continente, por lo que no es probable que se lanzaran a la
temeraria aventura de provocar otra guerra. Pero el discurso xenófobo y
esencialista está siendo utilizado por todos aquellos cabecillas y
pretendientes a dictadores en Europa y América.
Aunque creo que España, como Portugal, está vacunada
de aventuras fascistas, resulta enormemente triste que incluso aquellos
intelectuales que fueron en su tiempo comunistas defiendan hoy semejante
ideología. Aunque no hay que olvidar que Mussolini militó primero en el
Partido Socialista italiano.
Madrid, 11 noviembre 2018." (Lidia Falcón, Crónica Popular, 17/11/18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario