"¿Las izquierdas no han tenido proyecto propio de país? ¿Cuál proyecto ha sido entonces el suyo?
Pensaban que eso de dedicarse a inventar países era
una cosa extravagante propia de partidos minoritarios y objetivos
exóticos, que esta agenda se iba a ir disipando con la globalización
pues esta, así el argumento pero también la intuición política de fondo,
iba a empujar automáticamente a los nacionalismos fuera del escenario
político. Aceptadas estas premisas era y sigue siendo difícil tomarse en
serio el intento de crear un nuevo país.
En realidad yo creo que más
bien se ha tratado de una especie de escapismo: se decía que no había
que hacer nada pero, en realidad, no se sabía
hacer nada, no había inventiva ni recursos políticos para intentarlo con
lo cual resultaba mucho mejor tratar a “España” como a un ente tan
natural e inamovible como “Cataluña” o “Euskadi”.
Era mucho más fácil y
también más cómodo abrazar la causa pasiva de la globalización y de la
construcción de Europa en espera de que ellas solas se ocuparan de
solucionar el problema y sin poder calcular naturalmente las
consecuencias que podía llegar a tener esta pasividad, consecuencias que
empezaron a hacerse visibles cuando José María Aznar se apropió de los
espacios vacíos dejados por las izquierdas para plantar una inmensa
bicolor en la Plaza de Colón, meternos en una guerra patriótica y mandar
a sus chicos a la Isla de Perejil.
El procés le
ha pillado a mucha gente soñando el sueño de que el tema nacional no era
importante a pesar de que los gobiernos nacionalistas gestionan
territorios que casi suman la mitad del todo el PIB del país. Lo bueno
es que al menos ha obligado a todo el mundo a despertarse.
Por lo demás, uno de los intelectuales más conocidos y
reconocidos de Podemos y de Unidos Podemos, Manuel Monereo, no ha
dejado de escribir sobre n nuevo proyecto de país. ¿No le hacen caso… o
le han hecho demasiado caso?
Lo que escribía Monereo antes del 1 de octubre
apuntaba en el sentido correcto y yo tenía la esperanza de que su
vinculación a la dirección de Podemos iba a permitirle, al menos a esta
organización, superar el síndrome de Estocolmo.
Pero no sé cómo se toman
ahí las decisiones, desde luego no a la luz del día y además todo esto
no es fácil pues exige un golpe encima de la mesa, un “¡hasta aquí hemos
llegado!” bastante decidido y que me temo que las cosas no han madurado
políticamente todavía hasta ese punto y las coaliciones con los
movimientos nacionalistas de izquierdas mandan por encima de todo como
han mandado también en el PSOE-PSC y no digamos que en Izquierda Unida:
en el seno de los partidos de la izquierda sigue prevaleciendo no sólo
el funcionamiento, sino sobre todo el imaginario confederal y
precisamente por ello creo que el cambio sólo se puede producir desde
fuera de estos partidos.
En cualquier caso: liberarse del síndrome de
Estocolmo significa identificar la principal arma política utilizada por
el nacionalismo en las tres últimas décadas para mantener secuestrada a
la izquierda: la cuestión democrática. Abordar la cuestión democrática
es rechazar, de una vez por todas por antidemocrático e inaceptable, que
los derechos de los unos puedan librarse a costa de los derechos de los
otros.
Pasa por abordar históricamente el famoso derecho a la
autodeterminación, por aproximarse también históricamente al problema
del estado mismo e identificar lo que este significa hoy
y dejar de hacer comparaciones entre el estado español moderno, con el
zarista de 1917, el imperio otomano, el régimen de Franco o los estados
occidentales de antes de la segunda guerra mundial y presupuestos
públicos por debajo del 10% del PIB.
Y pasa por desmontar la retórica
del “derecho a decidir” que es, como ha señalado Miguel Candel, una
expresión redundante y vacía inventada por Ibarretxe para alcanzar sus
propios objetivos, pero que en la práctica se convierte en un sórdido
“derecho a dividir” que obliga a las personas, sobre todo a aquellas con
identidades mixtas, a optar por una de las dos para posicionarse frente
a una dicotomía impuesta que, literalmente, las destruye.
En
definitiva, pasa por desenmascarar la estrategia de construcción de una
nación eterna en busca de su independencia para despejar el camino hacia
la construcción de un país nuevo en el que quepamos todos y basado en
los principios de solidaridad, de sostenibilidad y de justicia social, y
dotado de políticas redistributivas horizontales y verticales.
Si la cosa es tan fácil, tan evidente, ¿cómo es que no se dan cuenta?
No hay que subestimar la fuerza de la inercia en
política, de las frases hechas, de las convenciones, de los rituales y
también de las propias identidades partidarias que, como hemos visto,
pueden reducir mucho la capacidad de las organizaciones de identificar
la realidad que tienen delante de sus propias narices.
Además siempre se
le puede echar a otros la culpa de los propios errores: las cloacas del
Estado, el poder los medios de comunicación, las traiciones personales
etc
El hecho es que todos estamos pagando un enorme coste por el procés
pero que este, al menos tiene esa ventaja: ha puesto al descubierto las
verdaderas intenciones de los nacionalistas sacado a la luz pública sus
verdaderas intenciones y los argumentos en los que se apoya, una parte
de los cuales permanecía hasta ahora en la esfera de la privacidad de
una parte de las “progresivas” clases dominantes catalanas que son las
que encabezan el procés.
El procés ha puesto a cada uno en su sitio, ha
desbanalizado las intenciones y las retóricas nacionalistas empujando a
mucha gente a dar un fuerte golpe encima de la mesa para decir: ¡hasta
aquí hemos llegado!
¿Por qué la izquierda insiste una y otra en el
ejercicio del derecho de autodeterminación? En algunas formulaciones de
ese derecho, autodeterminación de todos los pueblos, sin excepciones, no
se habla de opresiones nacionales ¿De dónde viene esa pasión nacional
autodeterminista?
Viene de la falta prolongada de una acción del estado
en favor de la satisfacción de las necesidades de las mayorías. Lo que
venía de Madrid era muy poco en términos de PIB y, cuando llegaba algo
en los tiempos de Franco, era en forma de represión.
Las comarcas y los
territorios periféricos, incluidos los muchos que forman parte de la hoy
es la Comunidad de Madrid, van desarrollando así una fuerte conciencia
de que dependían de sí mismos, y no hay nada mejor para ilustrarlo como
la importancia que adquirieron las cajas rurales y de ahorros en España
durante más de 150 años destinados a captar e invertir el ahorro local
en ausencia de iniciativas estatales.
El vigor que llegó a tener el
movimiento anarquista español, es otro ejemplo la falta de estado
proveedor de bienestar y su reducción a su naturaleza de estado
represivo. Entre 1978 y principios de los años 1990 cambiaron las cosas
con la construcción del estado del bienestar.
Sin embargo fue un período
demasiado breve que, además, no se basó en un diseño consensuado y
ampliamente discutidos de un nuevo modelo territorial como el que
proponemos aquí, sino en el resultado de una dura negociación entre
partidos -los partidos nacionalistas pero también ETA fueron
fundamentales- así como en la introducción de mecanismos competitivos
que eran los que les interesaban a los territorios más ricos: Cataluña,
País Vasco y Madrid.
Con la penetración de las recetas neoliberales a
partir de la crisis de 1992 los territorios empezaron a competir cada
vez más entre sí. Y no ya sólo en términos competenciales e
identitarios, sino directamente en términos económicos.
Nos cuentas algo más sobre estos “términos económicos”
Cuando las élites políticas a norte y al sur del Ebro
deciden dar un giro hacia un liberalismo cada vez más radical en los
años 1990, vuelven a alimentar una vez más la vieja inercia histórica
del enfrentamiento entre liberales y comunitaristas que se sucedió a lo
largo de todo el siglo XIX, un enfrentamiento que siempre tiene al
estado como eterno perdedor: los liberales -apoyados por los
intelectuales- deseaban y desean el menos estado posible porque creen
que solo la propiedad y la iniciativa privadas pueden generar desarrollo
social y porque no están dispuestas a enfrentarse a los que más tienen
para recaudar más impuestos; y los comunitaristas -apoyados por la
iglesia- porque un estado con más recursos reducía y reduce su poder
local y su influencia ideológica.
Es un enfrentamiento diabólico, que
tiene al estado como eje oculto y pocas veces confesado por interés de
liberales y comunitaristas/autonomistas, pero que trastoca la dinámica
izquierda-derecha y dificulta las políticas basadas en criterios de
clase.
La dinámica neoliberal fue reforzando así de forma natural el
anhelo de “autogobierno” de todos los territorios y la falta de un
proyecto de país común, que habría tenido que incluir necesariamente la
construcción de una nueva identidad compartida, les dejó el campo
abierto a los nacionalistas que fueron creando pequeños estados dentro
del estado bajo el paraguas, aparentemente inocuo, del “autogobierno”.
Esta palabra empezó a ser asociada así a la creación de nuevas
infraestructuras sanitarias y educativas reforzando la legitimidad del
nacionalismo de cara la población catalana y vasca. Es un concepto de
inspiración territorial y nacionalista antes que democrática pues el
verdadero autogobierno es el que ejercen directamente los ciudadanos
mismos y el lugar donde es posible hacerlo son los municipios y no las
nuevas burocracias de Vitoria, Sevilla o Barcelona.
Si no se hace así,
si no existe un espacio institucional central legitimado políticamente,
la dinámica competitiva entre territorios va generando espacios no
sometidos ninguna fiscalización exterior creándose así estructuras
corruptas que se ven alimentadas por la extraordinaria importancia que
tienen los partidos políticos para el funcionamiento de la
administración pública española.
Esto afecta hoy a las comunidades
autónomas pero también a los ayuntamientos pues no existe, por ejemplo,
un cuerpo de secretarios municipales, que son los que levantan acta
sobre lo que se hace con el dinero público, financiado por el estado
sino que son los propios ayuntamientos los que contratan a dichos
secretarios a cargo de su presupuesto generándose así constantes
conflictos de intereses y el casi inevitable aumento de la malversación.
Por tanto la única forma de reducir ese eterno anhelo de “autogobierno”
a nivel regional es la democratización fuerte de las instituciones del
estado, su dotación de más recursos económicos para que llegue ahí donde
no llegan los gobiernos autonómicos, pero sobre todo el aumento de los
presupuestos de los ayuntamientos porque es ahí, a nivel municipal,
donde realmente se puede ejercer el autogobierno.
Ayuntamientos también
asistidos directamente por el Estado y no sólo por las Comunidades
Autónomas. (...)" (Entrevista a Armando Fernández Steinko, Salvador López Arnal , Rebelión, 19/07/18)
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