7/9/18

El nacionalismo en las tres últimas décadas ha mantenido secuestrada a la izquierda con su principal arma política: la cuestión democrática. La izquierda necesita liberarse de su síndrome de Estocolmo, señalando que la cuestión democrática es rechazar, de una vez por todas, por antidemocrático e inaceptable, que los derechos de los unos puedan librarse a costa de los derechos de los otros. El procés ha puesto a cada uno en su sitio, ha desbanalizado las intenciones y las retóricas nacionalistas empujando a mucha gente a dar un fuerte golpe encima de la mesa para decir: ¡hasta aquí hemos llegado!

"¿Las izquierdas no han tenido proyecto propio de país? ¿Cuál proyecto ha sido entonces el suyo?
 
Pensaban que eso de dedicarse a inventar países era una cosa extravagante propia de partidos minoritarios y objetivos exóticos, que esta agenda se iba a ir disipando con la globalización pues esta, así el argumento pero también la intuición política de fondo, iba a empujar automáticamente a los nacionalismos fuera del escenario político. Aceptadas estas premisas era y sigue siendo difícil tomarse en serio el intento de crear un nuevo país.

 En realidad yo creo que más bien se ha tratado de una especie de escapismo: se decía que no había que hacer nada pero, en realidad, no se sabía hacer nada, no había inventiva ni recursos políticos para intentarlo con lo cual resultaba mucho mejor tratar a “España” como a un ente tan natural e inamovible como “Cataluña” o “Euskadi”. 

Era mucho más fácil y también más cómodo abrazar la causa pasiva de la globalización y de la construcción de Europa en espera de que ellas solas se ocuparan de solucionar el problema y sin poder calcular naturalmente las consecuencias que podía llegar a tener esta pasividad, consecuencias que empezaron a hacerse visibles cuando José María Aznar se apropió de los espacios vacíos dejados por las izquierdas para plantar una inmensa bicolor en la Plaza de Colón, meternos en una guerra patriótica y mandar a sus chicos a la Isla de Perejil. 

El procés le ha pillado a mucha gente soñando el sueño de que el tema nacional no era importante a pesar de que los gobiernos nacionalistas gestionan territorios que casi suman la mitad del todo el PIB del país. Lo bueno es que al menos ha obligado a todo el mundo a despertarse.

Por lo demás, uno de los intelectuales más conocidos y reconocidos de Podemos y de Unidos Podemos, Manuel Monereo, no ha dejado de escribir sobre n nuevo proyecto de país. ¿No le hacen caso… o le han hecho demasiado caso?

Lo que escribía Monereo antes del 1 de octubre apuntaba en el sentido correcto y yo tenía la esperanza de que su vinculación a la dirección de Podemos iba a permitirle, al menos a esta organización, superar el síndrome de Estocolmo. 

Pero no sé cómo se toman ahí las decisiones, desde luego no a la luz del día y además todo esto no es fácil pues exige un golpe encima de la mesa, un “¡hasta aquí hemos llegado!” bastante decidido y que me temo que las cosas no han madurado políticamente todavía hasta ese punto y las coaliciones con los movimientos nacionalistas de izquierdas mandan por encima de todo como han mandado también en el PSOE-PSC y no digamos que en Izquierda Unida: en el seno de los partidos de la izquierda sigue prevaleciendo no sólo el funcionamiento, sino sobre todo el imaginario confederal y precisamente por ello creo que el cambio sólo se puede producir desde fuera de estos partidos. 

En cualquier caso: liberarse del síndrome de Estocolmo significa identificar la principal arma política utilizada por el nacionalismo en las tres últimas décadas para mantener secuestrada a la izquierda: la cuestión democrática. Abordar la cuestión democrática es rechazar, de una vez por todas por antidemocrático e inaceptable, que los derechos de los unos puedan librarse a costa de los derechos de los otros.

 Pasa por abordar históricamente el famoso derecho a la autodeterminación, por aproximarse también históricamente al problema del estado mismo e identificar lo que este significa hoy y dejar de hacer comparaciones entre el estado español moderno, con el zarista de 1917, el imperio otomano, el régimen de Franco o los estados occidentales de antes de la segunda guerra mundial y presupuestos públicos por debajo del 10% del PIB.

 Y pasa por desmontar la retórica del “derecho a decidir” que es, como ha señalado Miguel Candel, una expresión redundante y vacía inventada por Ibarretxe para alcanzar sus propios objetivos, pero que en la práctica se convierte en un sórdido “derecho a dividir” que obliga a las personas, sobre todo a aquellas con identidades mixtas, a optar por una de las dos para posicionarse frente a una dicotomía impuesta que, literalmente, las destruye. 

En definitiva, pasa por desenmascarar la estrategia de construcción de una nación eterna en busca de su independencia para despejar el camino hacia la construcción de un país nuevo en el que quepamos todos y basado en los principios de solidaridad, de sostenibilidad y de justicia social, y dotado de políticas redistributivas horizontales y verticales.

Si la cosa es tan fácil, tan evidente, ¿cómo es que no se dan cuenta?

No hay que subestimar la fuerza de la inercia en política, de las frases hechas, de las convenciones, de los rituales y también de las propias identidades partidarias que, como hemos visto, pueden reducir mucho la capacidad de las organizaciones de identificar la realidad que tienen delante de sus propias narices. 

Además siempre se le puede echar a otros la culpa de los propios errores: las cloacas del Estado, el poder los medios de comunicación, las traiciones personales etc 

El hecho es que todos estamos pagando un enorme coste por el procés pero que este, al menos tiene esa ventaja: ha puesto al descubierto las verdaderas intenciones de los nacionalistas sacado a la luz pública sus verdaderas intenciones y los argumentos en los que se apoya, una parte de los cuales permanecía hasta ahora en la esfera de la privacidad de una parte de las “progresivas” clases dominantes catalanas que son las que encabezan el procés. 

El procés ha puesto a cada uno en su sitio, ha desbanalizado las intenciones y las retóricas nacionalistas empujando a mucha gente a dar un fuerte golpe encima de la mesa para decir: ¡hasta aquí hemos llegado!

¿Por qué la izquierda insiste una y otra en el ejercicio del derecho de autodeterminación? En algunas formulaciones de ese derecho, autodeterminación de todos los pueblos, sin excepciones, no se habla de opresiones nacionales ¿De dónde viene esa pasión nacional autodeterminista?

Viene de la falta prolongada de una acción del estado en favor de la satisfacción de las necesidades de las mayorías. Lo que venía de Madrid era muy poco en términos de PIB y, cuando llegaba algo en los tiempos de Franco, era en forma de represión. 

Las comarcas y los territorios periféricos, incluidos los muchos que forman parte de la hoy es la Comunidad de Madrid, van desarrollando así una fuerte conciencia de que dependían de sí mismos, y no hay nada mejor para ilustrarlo como la importancia que adquirieron las cajas rurales y de ahorros en España durante más de 150 años destinados a captar e invertir el ahorro local en ausencia de iniciativas estatales. 

El vigor que llegó a tener el movimiento anarquista español, es otro ejemplo la falta de estado proveedor de bienestar y su reducción a su naturaleza de estado represivo. Entre 1978 y principios de los años 1990 cambiaron las cosas con la construcción del estado del bienestar.

 Sin embargo fue un período demasiado breve que, además, no se basó en un diseño consensuado y ampliamente discutidos de un nuevo modelo territorial como el que proponemos aquí, sino en el resultado de una dura negociación entre partidos -los partidos nacionalistas pero también ETA fueron fundamentales- así como en la introducción de mecanismos competitivos que eran los que les interesaban a los territorios más ricos: Cataluña, País Vasco y Madrid. 

Con la penetración de las recetas neoliberales a partir de la crisis de 1992 los territorios empezaron a competir cada vez más entre sí. Y no ya sólo en términos competenciales e identitarios, sino directamente en términos económicos.
Nos cuentas algo más sobre estos “términos económicos”

Cuando las élites políticas a norte y al sur del Ebro deciden dar un giro hacia un liberalismo cada vez más radical en los años 1990, vuelven a alimentar una vez más la vieja inercia histórica del enfrentamiento entre liberales y comunitaristas que se sucedió a lo largo de todo el siglo XIX, un enfrentamiento que siempre tiene al estado como eterno perdedor: los liberales -apoyados por los intelectuales- deseaban y desean el menos estado posible porque creen que solo la propiedad y la iniciativa privadas pueden generar desarrollo social y porque no están dispuestas a enfrentarse a los que más tienen para recaudar más impuestos; y los comunitaristas -apoyados por la iglesia- porque un estado con más recursos reducía y reduce su poder local y su influencia ideológica. 

Es un enfrentamiento diabólico, que tiene al estado como eje oculto y pocas veces confesado por interés de liberales y comunitaristas/autonomistas, pero que trastoca la dinámica izquierda-derecha y dificulta las políticas basadas en criterios de clase. 

La dinámica neoliberal fue reforzando así de forma natural el anhelo de “autogobierno” de todos los territorios y la falta de un proyecto de país común, que habría tenido que incluir necesariamente la construcción de una nueva identidad compartida, les dejó el campo abierto a los nacionalistas que fueron creando pequeños estados dentro del estado bajo el paraguas, aparentemente inocuo, del “autogobierno”. 

 Esta palabra empezó a ser asociada así a la creación de nuevas infraestructuras sanitarias y educativas reforzando la legitimidad del nacionalismo de cara la población catalana y vasca. Es un concepto de inspiración territorial y nacionalista antes que democrática pues el verdadero autogobierno es el que ejercen directamente los ciudadanos mismos y el lugar donde es posible hacerlo son los municipios y no las nuevas burocracias de Vitoria, Sevilla o Barcelona. 

Si no se hace así, si no existe un espacio institucional central legitimado políticamente, la dinámica competitiva entre territorios va generando espacios no sometidos ninguna fiscalización exterior creándose así estructuras corruptas que se ven alimentadas por la extraordinaria importancia que tienen los partidos políticos para el funcionamiento de la administración pública española. 

Esto afecta hoy a las comunidades autónomas pero también a los ayuntamientos pues no existe, por ejemplo, un cuerpo de secretarios municipales, que son los que levantan acta sobre lo que se hace con el dinero público, financiado por el estado sino que son los propios ayuntamientos los que contratan a dichos secretarios a cargo de su presupuesto generándose así constantes conflictos de intereses y el casi inevitable aumento de la malversación.

 Por tanto la única forma de reducir ese eterno anhelo de “autogobierno” a nivel regional es la democratización fuerte de las instituciones del estado, su dotación de más recursos económicos para que llegue ahí donde no llegan los gobiernos autonómicos, pero sobre todo el aumento de los presupuestos de los ayuntamientos porque es ahí, a nivel municipal, donde realmente se puede ejercer el autogobierno. 

Ayuntamientos también asistidos directamente por el Estado y no sólo por las Comunidades Autónomas. (...)"                (Entrevista a Armando Fernández Steinko, Salvador López Arnal , Rebelión, 19/07/18)

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