"Conviene no decir la verdad y hacer como si no nos diéramos cuenta
del lío en que estamos metidos. Demasiados años admitiendo las mentiras que nos decían y sin apenas posibilidad de denunciarlas, porque eso hubiera significado atentar contra “el oasis”, y ahora resulta que hemos de cargar con el fardo. La Generalitat está dirigida --es un decir-- por un fascista.
¡Nosotros que nos escandalizábamos, y con razón, porque en Madrid el presidente era un reaccionario! La paz social
se había convertido en una sabia fórmula que lo impregnaba todo y te
cerraba la boca, porque si bien nos habíamos disfrazado de países
nórdicos, la realidad tenía visos de mafia siciliana.
¿Pero qué dice
este tío?, salió gritando un plumilla, un tonto solemne como Enric Juliana después de desgranar el filibusterismo ideológico de menor cuantía sobre “el catalán enfadado”, o emprenyat para la parroquia.
Eso, tras una pausa para redactar el editorial colectivo de los periódicos de Cataluña, doce, todos subvencionados por la Generalitat según sus méritos. La dignidad de Cataluña,
se titulaba el exordio, y apareció un día de noviembre de 2009,
amenazando la tormenta y sin despeinarse luego por todo lo que trajo
consigo.
¿Cuántos hicieron caja con el procés? ¡Ay, la generación de Bandera Roja y sus herederos! Consiguieron asesorar a Convergència, a Esquerra, a Podemos y hasta a la CUP.
Y no me digan que no tiene mérito, porque eran los mismos, y hasta lo
son ahora agazapados tras ese divertimento para cerebrinos patrimoniales
que es la CUP y sus felices cofradías que emulan a sus papás.
¿Quién no
fue rojo mientras era joven? Ya llegará el tiempo del seny y poner a los currantes en el lugar que les corresponde para que sirvan al imperio de la ratafía
y los Países Catalanes. Ni una palabra sobre el supremacista y meapilas
en la presidencia de la Generalitat. Es uno de los nuestros, que edita
libros subvencionados y promueve homenajes a sus antecesores
parafascistas que tenían ocultos detrás de la cortina.
No vivimos buenos tiempos para la lírica aunque excelentes para los trepas, ejerzan o no de poetas. El oficio periodístico
se ha cubierto de mierda pero con la particularidad de ser inodora,
incolora e insípida porque, te guste o no, has de tragarla durante un
tiempo tan largo que estamos todos estragados, incluso los que no han
dicho nada y miran para otro lado, o los que desdeñan esa vulgaridad que
emerge de la calle y que se llama linchamiento.
Había un país y ahora hay dos; uno que constituye la
mayoría de la población catalana y otro que asume la representación
política del conjunto, y éste es el meollo de la cuestión. Mientras no
tengamos claro que la ciudadanía está formada por esa sociedad
desequilibrada, cualquier intento de abordar las heridas, de airearlas para que se cautericen, está condenado al ejercicio de los filósofos de ocasión, ágrafos pero tertulianos, abundantes de palabras y cortos de coherencia intelectual.
No conozco otro lugar donde se hable tanto de hacer política
y donde no se sepa qué carajo quieren decir, como si volviéramos a las
charlas inanes de hace muchas décadas. La política es tratar de millones
de ciudadanos pero parece que se refieren a negociar entre media docena
de indocumentados sobre cómo seguir hablando de lo mismo.
La charlatanería tertuliana parece haberse convertido en el referente de lo que es hacer política, de ahí que los políticos profesionales
se hayan asilvestrado para hacerse aprobar por la caja idiota o la
alcachofa de madera, y que los periodistas se coloquen en los medios
como plataforma de lanzamiento para una eventual carrera hacia el poder.
Vivimos otra transmutación de valores, esta sí que de muy baja estofa. La coherencia intelectual, que es el único patrimonio que debe cuidar un político, ha devenido en lo contrario. El president Torra, representante genuino de esta deriva hacia la sublime estupidez, ha amenazado a Pedro Sánchez
con un argumento al que no me hubiera atrevido a dar crédito si no
estuviera explicado por él.
“Tengo a los hijos colocados, una edad
madura y el patrimonio asegurado, no hay nada que me dé miedo”. Es
decir que, de no ser así, lo mejor es que no se hubiera metido en
política. ¿Hay prueba más contundente de que estamos ante la gran
oportunidad de un simple de espíritu?
La
gente así debería seguir haciendo las mismas simplezas que le llevaron a
hacerse mayor, tener hijos asentados y un patrimonio asegurado. Quizá
sea la sociedad la que menos haya cambiado y habremos de acostumbrarnos a
soportar la trivialidad de los cambios de unos políticos con envoltorio desechable." (Gregorio Morán, Crónica Global, 14/07/18)
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