"(...) El secesionismo dispone de una estrategia espléndida,
diseñada por el político ibérico, con Felipe González, más brillante
del siglo XX: Jordi Pujol. Ninguna de sus divisiones actuales quiebra la
hegemonía que Pujol construyó.
Pujol enfrentó un desafío de magnitud desconocida a
líderes catalanistas precedentes: la inmigración española. El subsistema
catalán del capitalismo franquista importó una clase obrera, y media
demografía. Cataluña ya no era un pueblo, se convirtió en dos. Uno els de casa, otro els de fora.
Sin éstos, Cataluña no era viable, pero dejaba de ser lo que había
sido. Pujol adoptó como misión disolver esta antinomia. Su objetivo no
es la fusión de los dos pueblos.
Es esperar al declive demográfico y
cultural de “los otros catalanes” para consolidar la supremacía de els de casa.
Una estrategia de décadas. Que “Cataluña, un solo pueblo” pasara a ser
el lema del catalanismo fue precisamente para ocultar el objetivo: dos
pueblos desiguales.
Ya que desempatar poblaciones a corto era imposible —al matrimonio
Pujol, sus clases medias, no les imitaron su fecundidad—, Pujol
desarrolló tres políticas que sostuvieran su larga marcha.
La primera fue la superioridad moral. El momento
estelar de Pujol fue cuando, contratacando en el caso Banca Catalana,
proclamó: “a partir de ahora, de ética hablaremos nosotros”. Como saben
los revolucionarios, y Pujol lo es, ética es lo que ellos tienen y lo
que el enemigo no tiene. Con la superioridad ética —real o aparente es
políticamente irrelevante— inmovilizó al adversario, desde entonces a la
defensiva.
La segunda consistió en una administración y medios
de comunicación nacionalistas. Pujol, que conoce mejor España que
cualquier líder español Cataluña, previó la indolencia e inocencia de
los gobiernos centrales, quien cedieron las competencias precisas para
que desde el Govern se fortaleciese la
capacidad de insurrección de medio país, tanto que hoy las bases
soberanistas son más radicales que sus líderes, quienes les temen, como
les teme el gobierno español.
El soberanismo siempre ha tenido media
población —que por décadas no votasen independencia es elogiable
paciencia— y ha contado, y volverá a contar, con la Generalitat. Esta
combinación arriba-abajo explica la admirable organización del 1-O.
La tercera fue la inmersión educativa en catalán. No
existe para integrar sino para señalar qué mitad del país impone su
supremacía. Con ella, a las barreras políticas —un voto de Cornellá vale
la mitad de un voto de Lleida—, sociales —los apellidos de las elites
catalanas son reveladores— se añaden las culturales. La inmersión es un
pivote estratégico: conseguida da todo lo demás porque ablanda la
identidad de los inmigrantes.
Por eso, el momento revolucionario de las
pasadas elecciones fue cuando Arrimadas animó a votar en honor a las
raíces andaluzas de los trabajadores del cinturón barcelonés. No
sorprende que, morena, socialmente ascendente, sin complejos, atraiga
tanto odio africano.
Misión, objetivos, políticas, son elementos de una
estrategia, pero no su esencia. Ésta es aplicar los recursos disponibles
en el momento que tengan un efecto decisivo sobre las fortalezas clave
del oponente. En el designio pujolista, la oportunidad será en unos
cinco años, cuando hayan fallecido la mayoría de los llegados a Cataluña
en los 50 y 60.
Entonces el independentismo superaría el 50% de los
votos, incluso podría llegar al 60-65%. Si se han sentido tan amos
como para montar un golpe con menos del 50% de la población, es
imaginable lo que harán con más. El ritmo maoísta de Pujol tendría un
final leninista: un pequeño empuje sería suficiente. Europa, con esos
porcentajes, ya no bloquearía la secesión (hipótesis verosímil).
La falta de sangre fría de los sucesores de Pujol estropeó el timing
previsto. No han estado a su altura. Han revelado debilidades. La mayor
es la aversión de sus clases medias a las consecuencias económicas de
un conflicto intenso. La pela es la pela: principio de realidad,
medrosa, sin patriotismo.
Por ello, los independentistas inteligentes
sugieren una legislatura “técnica”, relajar la confrontación, recuperar
el ritmo lento. Y cuando llegue el momento demográfico volver a
intentarlo, porque siguen disponiendo de los recursos que Pujol
construyó y porque no soportan la herida narcisista de haber perdido,
otra vez.
¿Qué hacer para derrotar esa estrategia? Toda
estrategia debe surgir de la superioridad moral. Este no es sólo un
conflicto político. Es antropológico. No exactamente —hay miles de
excepciones— pero si esencialmente: donde residen apellidos castellanos
se vota constitucionalismo, donde catalanes, independentismo. Intentar
independizar Cataluña dejando atrás a media población es una
inmoralidad.
Ahora de ética tiene que hablar el constitucionalismo,
superior moralmente al golpismo, no porque España sea mejor que
Cataluña, ambas flatus vocis en un mundo
global, sino porque la clase obrera, media población de la residente en
los kilómetros cuadrados conocidos como Cataluña, ha sido despreciada.
Esta superioridad moral posibilita políticas: ni nación, ni mayores
competencias en cultura y educación, ni referéndum. No es humillar. Es
ganar.
Pero el tic-tac demográfico
continua. La negligencia estratégica de décadas obliga al
constitucionalismo a un arriesgado cambio de ritmo, a adelantar el
conflicto. Existe una batalla que sorprenderá a los soberanistas, que
piensan que el constitucionalismo no se atreverá a ello. Se aplica a su
centro de gravedad.
Es tan decisiva que los independentistas no tendrán
más remedio que acudir al envite, emplear todos sus recursos, luchar
hasta el final, unidos, contando con un PNV que se pondrá “estupendo”.
Pueden ganar, pero si pierden agotarán su voluntad y recursos. Es la
confrontación máxima, concentrada, final. Esta batalla es llevar una
reforma constitucional que cancele la inmersión lingüística educativa en
una sola lengua. Si el constitucionalismo no se atreve a plantearla,
ahora, Cataluña será independiente, cuando “toque” que diría Pujol.
Hace tiempo, Puigdemont exclamó encorajinado “Nos
tienen miedo y más miedo nos tendrán”. Gracias al trabajo extraordinario
de Jordi Pujol ha sido y es cierto lo primero, y probable lo segundo, a
no ser que, en honor de los trabajadores venidos a Cataluña de otras
partes de España —esforzados, humildes, respetuosos con la cultura
catalana— se tenga finalmente lo que Pujol ha tenido: voluntad y
estrategia." (José Luis Álvarez, doctor en Sociología por la Universidad de Harvard, es profesor de INSEAD (Fontainebleau-Singapur), El País, 15/02/18)
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