"Cuando Josep Borrell se dirigió a la multitud que le
escuchaba el 8 de octubre pasado y dijo aquello de que “l as fronteras
son las cicatrices que la Historia ha dejado grabadas a sangre y fuego
[…] no levantemos más ” no hacía más que recuperar un discurso que la
izquierda española abandonó en la propia transición y que desde entonces
ha permanecido siempre silenciado.
Menos se recuerda que el ex ministro
socialista, ex presidente del Parlamento Europeo y breve líder del
socialismo español, dijo también en aquella misma tribuna que “todos
tenemos culpa por haber callado demasiado”. Tal cual. Y se le entendió
muy bien.
Como se le entendió fenomenal a Francisco Frutos
cuando se presentó como un “botifler, un traidor a las mentiras que os
inventáis todos los días” “un botifler contra el racismo que estáis
creando”.
Muchos izquierdistas españoles le agradecieron de corazón esas
palabras, especialmente Justiniano Martínez Medin, ex secretario
general del Partido Comunista, ex parlamentario catalán, ex guerrillero,
que agradeció a su camarada Paco que recordase que “las instituciones
catalanas democráticas no fueron producto de apaño”
Joan Coscubiela ya había protestado semanas antes en
el Parlament, en el día aciago de la aprobación tramposa de las leyes de
ruptura, manifestando que para él “Los derechos de los demás son mis
derechos”, en una expresión muy propia del liberalismo político del que
siempre bebió la izquierda no integrista. (...)
Volviendo a Borrell y su reconocimiento de culpa, es
obvio que la izquierda cayó en los 70s y 80s en la trampa nacionalista
de confundir con progresía todo lo que sonase a antifranquismo y bajo
los efectos de esa adormidera política ha pasado hasta hoy, en que el
independentismo, destapado y desaforado, ha comprobado que entre sus
muchas torpezas ha estado la de despertar el sentimiento unitario de la
izquierda en España, que creía no anestesiado sino muerto.
Abandonado por la izquierda cabal, que poco a poco se
espabila del sopor antiespañol y que empieza ya a decir España, en
lugar de “el Estado”, al independentismo se le cuartea el barniz de
progresía que injustamente mantuvo durante décadas y solo le queda ya a
la vista su supremacismo. Es por eso que, para desesperación del
expresident huido, nadie con mando en plaza le escucha y solo encuentra
en Europa el apoyo de la extrema derecha racista y xenófoba, justamente
los amigos con los que no querría ser visto. (...)
La jugada del líder catalán es audaz para Cataluña, pero en el resto de
España continuará la lenta, consciente e imparable subida de las aguas
antinacionalistas entre los militantes y votantes de la izquierda
española, entre los que los que pocos habrán dado ya el paso de sacar a
su balcón la bandera constitucional que compraron para el mundial, pero
que a casi ninguno habrá causado rechazo, si acaso algo de pudor, y eso
de momento." (Carlos Gorostiza , Vox Populi, 15/11/17)
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