"La revolución este miércoles venía mal, entre semana y sin avisar.
Casi todo el mundo en Barcelona tenía otra cosa que hacer. Seguramente
saldrá mejor si convocan una manifestación tal día a tal hora, con
tiempo, pero al menos esta vez la ciudad no salió a la calle a la llamada grave de los líderes independentistas.
A última hora de la tarde, a la salida del trabajo, la principal
concentración, frente al Departamento de Economía, ya era una cosa más
vistosa, con miles de personas, pero durante todo el día hubo un claro
desfase entre cómo lo contaban ellos y cómo se vivía en la calle, por no
hablar de cómo se ve en la tele, que las madres llaman alarmadas sus
hijos en Barcelona a ver si están bien y ellos les dicen que no pasa
nada de nada.
Alguien que caminara siete horas por el centro de la capital catalana
y los principales focos de protesta podría decir que había poca gente
para la altísima tensión que transmitían los políticos y el ritmo informativo.
Si esperaban que la calle desatascara este embrollo político y les
sacara a hombros, parecía que mucha gente tenía otros asuntos que
atender y luego ya lo vería en las noticias.
Desde primera hora de la mañana aparecieron ante el Departamento de
Economía centenares de ciudadanos con petos verdes, camisetas fosforito,
banderas y pancartas, también con ramos de claveles para poner sobre los coches dela Guardia Civil. (...)
Gente sinceramente cabreada, que se había enterado por la radio y
faltado al trabajo. Como decía Rosa, 60 años, traductora: “Esto ahora es
lo más importante, es la prioridad”. (...)
Pero solo una manzana más allá, en el paseo de Gràcia, la vida seguía
como en otro planeta. Preguntabas sobre la protesta que se veía al fondo
y la respuesta más repetida era: "Tengo otras prioridades en la vida". (...)
En los cafés de los chaflanes la gente seguía las novedades por los
móviles y comentaba. Aunque era algo que pasaba a cien metros. Ahora
bien, quien estaba allí metido lo vivía. El independentismo es
emocional, y además ayer era emocionante, un factor en el que no se
suele pensar: esto es para muchos la aventura excitante de una vida, y
mañana querrán más. Tipos vestidos de supermán con capa de estelada. Por
fin llegó el momento de ponerse con las flores ante la policía. Se
cantaba muchísimo.
Sobre todo L’Estaca y Els Segadors.
Se palpaba un patente escrúpulo con la violencia, todos muy atentos a
las cámaras, para demostrar que son pacíficos, no como el Estado, y
llegaba incluso exquisitamente a lo verbal. Se oía que alguien empieza a
corear: “¡Fascistas, hijos de puta!”. Y la gente le callaba. También:
“¡Español el que no bote!”. “Noo, no”, le increpaban. Y se abucheaban
gritos a favor de Terra Lliure. “Serenitat, serenitat”, pedían los más
sensatos. (...)
La verdad es que allí hubo muchos roces con los Mossos, les llamaron
de todo, cuando hace nada la gente les abrazaba. Les pedían que se
pusieran de su parte, y probablemente les habría gustado pasarse al
menos a la sombra, porque pegaba mucho el sol y fueron muchas horas. Por
su parte, los todoterrenos de la Guardia Civil aparcados frente a
Economía acabaron con la gente encima y cubiertos de pegatinas. "¡Esta
noche os vais sin coche!", fue uno de los lemas más celebrados de la
jornada.
Ante este espectáculo, los turistas hacían fotos, porque había un
hotel al lado de cada lugar de protesta. "Me parece muy civilizado, en
mi país desde luego las protetas no son así, rompen todo", decía
Haitham, 37 años, un ejecutivo de Dubai que se toma un café en la puerta
del hotel contemplando la movilización ante la sede de Economía.
Guías
con grupos atravesaban la plaza de Sant Jaume, donde está la Generalitat
y el Ayuntamiento, y explicaban lo que ocurría como quien describe
cenefas o gárgolas. “Lo que quieren saber es si esto es seguro”,
comentaba el conserje de un hotel sobre sus huéspedes extranjeros. Y les
dicen que sí, que no se preocupen." (Iñigo Domínguez , El Pais, 20/09/17)
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