"(...) Miguel Ángel pertenecía a una joven generación de valientes
concejales que, tras el asesinato de otro joven líder, Gregorio Ordóñez,
se unieron a otros, socialistas y populares, que aguantaban la
persecución de los nacionalistas que mataban y la incomprensión de los
nacionalistas que no mataban y nos gobernaban.
En el verano de 1997 yo era madre primeriza tras haberse malogrado un
primer embarazo. No puedo explicar la felicidad que sentíamos por
aquella criatura que nació sana y llena de determinación. La niña se
quedaba muy atenta y silenciosa en su cochecito mientras gente de todas
las edades aplaudíamos o coreábamos con todo el alma –profundamente
unidos–, clamando que no asesinasen a Miguel Ángel. Fuimos millones en
todo el país.
Fuera de nuestra familia no comentábamos la amenaza de muerte que ya
se cernía sobre mi hermano Joxeba, porque dos años antes un comando de
ETA había sido detenido por la Guardia Civil a pocos días de asesinarlo.
Nuestra madre había sido increpada por algunos radicales y empezaba a
notar que su presencia resultaba incómoda en algunos lugares donde hacía
la compra.
Nosotros, sus hijos, ya no podíamos salir de noche por
Hernani, porque habían puesto en marcha lo que llamaron “socialización
del sufrimiento”, que consistía en una estrategia de acoso integral para
todos los que no compartíamos la ideología nacionalista vasca sin
ocultarlo.
La ponencia política que había puesto en marcha esa intensa
campaña fue discutida y aprobada por miles de militantes de HB en 1994 y
se fue poniendo en marcha en cada pueblo, en cada barrio, en cada
vecindario. Lo hicieron al mismo tiempo que en asuntos lingüísticos y
culturales se acercaban a los nacionalistas que no mataban. Era una
coartada perfecta.
Los incidentes que iba sufriendo nuestra madre nos sirvieron para
ocultarle en un primer momento que necesitábamos que ellos salieran de
Hernani. A hacer desaparecer las rutinas de las comidas familiares
dominicales, con el fin de evitar dar facilidades a los asesinos. Años después, el que mató a Joxeba fue, de hecho, un vecino de nuestro pueblo.
Pocos
meses más tarde, también nosotros nos habíamos instalado en la capital
donostiarra. Para el verano de 1997, ante el riesgo tan severo en su
caso, Joxeba, su mujer Estibaliz y los niños, muy pequeños, se habían
trasladado a la Rioja alavesa. Si cuento esto es por poner el contexto
real y concreto del alcance de la persecución.
A Miguel Ángel Blanco buscaron matarlo causando el mayor sufrimiento
posible. Los forenses certificaron que el calibre del arma era pequeño
–no el habitual en aquella organización terrorista– para que la primera
bala no lo matase y pudiera sufrir un poco más, siendo consciente de que
llegaba el segundo tiro y para que la agonía durase horas. Uno de los
tres asesinos se suicidó dos años más tarde tras enloquecer.
Del chantaje y la tragedia surgió un espíritu de libertad y el
compromiso de intelectuales vascos, especialmente de profesores, que
también fueron perseguidos. El Foro de Ermua, la iniciativa Basta Ya o
el colectivo de víctimas Covite surgieron en el País Vasco desde un
profundo sentido del deber cívico.
El juicio por el asesinato de Miguel Ángel se celebró en el año 2006.
No quiero que olviden la mirada y la risa despiadada de los asesinos
Javier García Gaztelu e Irantzu Gallastegi. Su familia tuvo que soportar
el dolor añadido de la arrogancia y chulería de los asesinos y de buena
parte de los familiares y amigos que se desplazaron para apoyarles.
Consuelo Garrido, madre de Miguel Ángel, dijo después del juicio que no
podía dejar de pensar y mirar las manos que fueron capaces de matar a su
hijo.
Este es el fuego de la memoria que los nacionalistas desean apagar
implantando –con importantes recursos económicos y un objetivo de largo
plazo– una verdad oficial que mezcla tiempos históricos y otras
violaciones de derechos humanos para esconder la magnitud de esa
estrategia de odio a lo español, de adoctrinamiento ideológico y la
persecución de la libertad de conciencia que no importó a los líderes
nacionalistas que no mataban.(...)" (MAITE PAGAZAORTUNDÚA, Libertad Digital, en Fundación para la Libertad)
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