"(...) Y están luego las consecuencias económicas. Me he referido a ellas en
varias ocasiones y por ese motivo no entraré en demasiados detalles.
Básicamente, lo que hay que decir es que sobre este asunto hay dos
líneas argumentales contrapuestas.
Una, la nacionalista, parte del
supuesto de que Cataluña, aunque independiente, permanecerá vinculada a
España a través de la Unión Europea; y como este es el aspecto
institucional más relevante para las relaciones económicas y
comerciales, al mantenerse incólume, nada cambiará de manera apreciable,
seguirán los mismos intercambios de bienes y servicios, la misma
moneda, la misma prima de riesgo, la misma garantía del Estado del
Bienestar.
Sólo cambiará una cosa: con la independencia los impuestos catalanes se quedarán en la Generalitat
y no se repartirán con España. Los nacionalistas esperan sacar con eso
unos 16.000 millones de euros y financiar así la felicidad de los nuevos
ciudadanos catalanes, que, de ese modo, serán ricos sin hacer ningún
esfuerzo adicional. O sea, Jauja.
La otra es más insidiosa y señala que sí se van a producir cambios institucionales, pues la independencia es incompatible con la permanencia de Cataluña en la Unión Europea.
La secesión crea fronteras, y tras ellas se manifiesta todo un mundo de
aranceles, regulaciones, inspecciones y cambios en las preferencias que
levantan barreras al comercio, incrementan los costes y hacen caer la
actividad económica.
Cataluña puede perder en poco tiempo más del 16 por
ciento de su PIB, con lo que su renta por habitante, bajo el supuesto
de que la población no se mueva del territorio, caerá al nivel de dos
décadas atrás. Además, habrá deslocalizaciones de empresas, que
agravarán aún más las cosas.
Todo ello repercutirá en la recaudación de
impuestos, con lo que Jauja, la arcadia prometida, se desvanecerá al
aparecer un déficit público insostenible del orden del 10 por ciento del
PIB. Y ello sin contar con el respaldo financiero del Reino de España
ni con el amparo interventor del Banco Central Europeo.
Para España también habrá costes económicos, aunque
más moderados. El país se hará más pequeño y su mercado se reducirá, al
ser menor su población y su renta.
Además, el impacto comercial de la
secesión catalana, salvo que se vea compensado en parte por las
deslocalizaciones de empresas, puede llevarse por delante alrededor del
tres por ciento del PIB, y ello hará que la renta per cápita de los
españoles se sitúe en el mismo nivel que tenía hace una década, justo
antes de la crisis financiera internacional.
En resumen, lo que la independencia arrebata es mucho.
Lo es económicamente más para los catalanes que para el resto de los
españoles, aunque en ambos casos está en juego el nivel de bienestar tan
arduamente conseguido en las últimas décadas.
Y lo es también
políticamente, pues en un caso se llegará a una república aislada de su
entorno, condenada al ostracismo internacional, y en el otro a un
sistema constitucional puesto en cuestión, cuya fragilidad puede ser la
antesala de la pérdida de la libertad." (Mikel Buesa, Libertad Digital, 26/12/16)
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