"Debo haber leído decenas de artículos sobre ETA, y muchos ensayos, pero
sólo Patria (Tusquets Editores), la novela de Fernando Aramburu, me ha
hecho vivir, desde adentro, no como testigo distante sino como un
victimario y una víctima más, los años de sangre y horror que ha sufrido
España con el terrorismo etarra. (...)
La acción transcurre en un pueblecito innominado, cercano a San
Sebastián, donde dos familias, hasta entonces muy unidas, se van
enemistando, trastrocando la amistad en odio, por culpa de la política.
Mejor dicho, de la violencia disfrazada de política.
Al principio, se
diría que todos los vecinos hacen causa común con la subversión; eso
indicarían las pintas, las pancartas, las manifestaciones ante el
Ayuntamiento pidiendo la liberación de los presos, los cupos
revolucionarios que pagan los pudientes a Patxo, el patrón de la
taberna, discreto responsable político de ETA, los insultos y el asco
que inspiran los despreciables “españolistas”.
Pero, a medida que nos vamos acercando a la intimidad de las
familias, y las escuchamos hablar en voz baja, sin testigos,
comprendemos que la gran mayoría de los vecinos disfraza sus
sentimientos porque tiene miedo, un pánico que los acompaña como su
sombra.
No es gratuito, porque la pandilla de los que sí creen, los
convencidos, son unas temibles máquinas de matar, implacables cuando
toman represalias y ahí están como prueba irrefutable los cadáveres que
de tanto en tanto aparecen en las calles.
Que lo diga Txato, un empresario empeñoso y buena gente, que, además
de su familia, adora jugar al mus y hacer dominicales travesías en su
bicicleta. ETA le pide cada vez más dinero y él lo entrega, para llevar
la fiesta en paz, pero las demandas son cada vez mayores y, pasado
cierto límite, deja de hacerlo.
Entonces, todas las paredes del lugar se
llenan de inscripciones llamándolo traidor, vendido, cobarde y
miserable. La gente deja de saludarlo; el repugnante párroco, don
Serapio, le aconseja marcharse. Hasta que una tarde lluviosa le clavan
cinco tiros por la espalda.
Su viuda, Bittori, irá al cementerio a conversar con su cadáver a lo
largo de los años, a contarle los avatares de su destrozada familia y su
angustiosa duda respecto al etarra que lo mató: ¿será Joxe Mari, el
hijo de su ex íntima amiga Miren, al que de niño el pobre Txato enseñó a
montar en bici y acostumbraba comprarle chocolates? Joxe Mari,
personaje estremecedor, muchacho forzudo, inculto y un tanto bestia, se
hace terrorista no por razones ideológicas —su información política no
va más allá de creer que España explota a Euskal Herria y que sólo la
lucha armada logrará la independencia— sino por amor al riesgo y una
confusa fascinación por los violentos
. Seguimos muy de cerca su
educación de terrorista, en la clandestinidad de Bretaña, su
aburrimiento con la teoría y su excitación con las prácticas donde le
enseñan a fabricar bombas, preparar emboscadas y matar con rapidez.
Estamos con él, dentro de él, cuando comete su primer asesinato, cuando
la policía lo captura y es torturado, y durante los largos, lentos años
de una cárcel de la que, acaso, nunca saldrá vivo.
Las gentes de Patria no son héroes epónimos ni grandes villanos, sino
seres comunes y corrientes, pobres diablos algunos de ellos, que no
tendrían el menor interés en otras circunstancias.
Los más interesantes
no lo son porque posean virtud excepcional alguna, sino por la ferocidad
con que se abate sobre ellos la violencia física y moral, condenándolos
a unas rutinas hechas de hipocresía y silencio en “este país de los
callados”, y por la estoica resignación con que soportan su suerte, sin
rebelarse, sometiéndose a ella como si se tratara de un terremoto o un
ciclón, es decir, una tragedia natural inevitable. (...)
El libro, una historia tan infeliz como hechicera, es también una
clara toma de posición, una rotunda condenación de la violencia, de los
fanatismos e ignorancias que la suscitan. Y una descripción muy sutil de
la degradación moral que ella provoca en una sociedad, corroyendo sus
valores, enemistando y envileciendo a la gente, destruyendo las
instituciones y las relaciones humanas.
Pero evita, con buen tino, las
disquisiciones ideológicas, limitándose a mostrar, a través de episodios
escuetos y siempre seductores, cómo, sin quererlo ni saberlo, toda una
sociedad de gentes sanas, sin misterio, va siendo arrastrada poco a
poco, concesión tras concesión, a la complicidad y a veces a las peores
vilezas.
Cuando Patria termina, ETA ha renunciado a la lucha armada y decidido
actuar sólo en el campo político. Es un progreso, por supuesto. ¿Pero,
se vislumbra alguna solución al problema de fondo, el condenado
nacionalismo? El libro resulta más pesimista de lo que el autor
quisiera. En la página final, las dos examigas, Miren, la madre del
terrorista, y Bittori, la madre del asesinado, se abrazan,
reconciliadas. Es el único episodio de esta hermosa novela que no me
pareció la vida misma, sino una pura ficción." (Mario Vargas Llosa, El País, 05/02/17)
No hay comentarios:
Publicar un comentario