"Los nacionalismos catalán y vasco han sido hiperlegitimados y
abultadamente votados por efecto de un relativamente extraño fenómeno de
desnacionalización española en el País Vasco y en Cataluña.
Fenómeno protagonizado por la mimetización
de los grandes flujos migratorios hacia esas comunidades que fueron
enormes a partir de los años sesenta del siglo pasado, en combinación
con el acercamiento político y la colaboración estrechísima de la izquierda, que los acogía mayoritariamente, con los nacionalismos de ambas comunidades. (...)
Es paradójico que haya sido la España migrante de hace cincuenta años
la que ha encumbrado a fuerzas políticas nacionalistas en esas dos
comunidades. El vehículo mimético y asimilador no han sido directamente
ni el PNV ni CiU, sino, principalmente, los partidos socialistas (PSE en Euskadi y PSC en Cataluña),
que se quisieron distanciar de la derecha por sus evocaciones
hereditarias del franquismo y demeritaron la identidad española en la
medida en que España resonaba todavía como “Una, Grande y Libre”,
expresión emblemática de la dictadura.
Fueron los socialistas los que doblaron el pulso inicial a la estigmatización de castellanos, gallegos, extremeños o andaluces como charnegos en Cataluña o maquetos en el País Vasco,
vocablos de marchamo nacionalista conceptualmente diferentes porque el
primero alude a lo lingüístico-cultural y el segundo es marcadamente
étnico.
Ahora, y desde hace ya años, en ambas comunidades a nadie se le
ocurre aludir a esas expresiones de origen despectivo y prepotente,
aunque en el imaginario de las terceras generaciones -los nietos de
aquellos inmigrantes de los sesenta- siguen teniendo resonancia y
reactividad.
Los socialistas vascos y catalanes, en una visión de España muy condicionada por la historia precedente a la democracia, han venido ofreciendo una prima a los dos grandes nacionalismos.
El PSE sostuvo en el gobierno vasco al PNV desde 1986 hasta finales de
los años noventa, incluso en una tesitura en la que su partido obtuvo
más diputados que los nacionalistas.
Y el PSC, una convergencia de las
corrientes socialistas catalanas del final de los setenta, no tuvo mayor
objeción en formar dos tripartitos con ERC, siendo el primero de ellos
el que lanzó el Estatuto de 2006.
En ambos casos -y basta comprobar la realidad política actual- en
una y otra comunidad los socialistas están postergados y emergentes y
potentes los nacionalistas en sus alas moderadas y radicales.
El PSOE del inmediato futuro sólo recuperará el terreno perdido si se
constituye en una izquierda que no secunde a las mesocracias
nacionalistas de Bilbao y Barcelona y, por el contrario, ofrezca una
alternativa a ellas. En cuanto a la derecha no nacionalista, el desastre en esas comunidades es histórico y de remontada improbable ahora y por mucho tiempo. (...)
El nacionalismo catalán en sus distintas versiones y el vasco -algo menos- cuidan a los nietos de los charnegos y maquetos
porque no tienen otra alternativa demográfica y social que hacerlo para
sobrevivir y elevar el diapasón de su propia ideología identitaria que
se basó históricamente en la diferenciación del/con el otro. Es decir,
se fundamentó en la pertenencia ancestral.
La sobrevenida de los otros
españoles, primero, fue rechazada (el PNV nació reactivamente a la
industrialización vasca y al obrerismo de finales del siglo XIX) y,
luego, se convirtió en una energía de la que se apropiaron a través del gran fallo histórico de la izquierda española que ha consistido en no serlo.
Esa contradicción interna alcanza su máxima expresión en el PSC que
tuvo todas posibilidades en su mano con un presidente de la Generalitat
que se apellidó Montilla y nació en Córdoba y, en cierta medida, en el PSE, que tuvo un lendakari que se apellidó López.
Resulta difícil creer, y mucho más asumir, que sean los hijos y nietos de charnegos y maquetos los que hagan de serpas a los nacionalismos secesionistas para alcanzar la cumbre de su programa de máximos." (José Antonio Zarzalejos, 22/03/2014)
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