"El canadiense Tyler Brûlé es Editor en Jefe de la revista
Monocle. El pasado día 6 de febrero publicó un artículo en The Financial
Times en su sección “Life & Arts” donde hablaba de la decadencia de
Montreal. Cuenta que estuvo recientemente después de cuatro años de
ausencia y aún le sorprendió más su grisura comparada con el brillo de
los años 70.
En aquellos tiempos los anuncios de las grandes empresas
coronaban los edificios que bordean la autopista que va hacia el centro.
Una vez allí se veían los logotipos y las insignias de los bancos y de
las compañías aseguradoras más importantes. La ciudad había acogido la
World Expo del 67 y se preparaba para ser anfitriona de los Juegos
Olímpicos de Verano en el 76. Ahora el panorama era todo lo contrario.
Las palabras que parecían dominar en las fachadas eran “à louer”. La
generalización de estos reclamos, se lamenta Brûlé, evidencia que la
cosas no están saliendo según lo imaginado. Antes se divisaba un skyline
poblado de grúas y andamios. Justo como hoy en día en Toronto.
¿O han salido cómo algunos deseaban? Para los nacionalistas
puede que sean suficientes determinados logros. No cabe duda de que
Montreal es ahora un faro de la cultura francesa. Quizá el estancamiento
económico, social y cultural sea sólo un daño colateral ante este gran
éxito.
Las empresas han de responder primero en inglés, las
multinacionales gastan decenas de millones de dólares en etiquetar sus
productos de manera que no incumplan con la política lingüística. Como
dice el periodista, ni siquiera en la propia Francia se ve obligado
Starbucks Coffee a ponerle un prefijo a su productos avisando de que se
trata de “Café”.
Cuando Quebec aprobó sus radicales leyes lingüísticas en
1970 cientos de miles de residentes cogieron la ruta hacia la frontera
con Ontario. Lo cuenta el canadiense Steven Pinker sobre la comunidad
judía –muy sensible a las leyes que suenan a discriminación- en su libro
“Los ángeles que llevamos dentro”. Se marcharon masivamente a Toronto. Y
la fuga de cerebros ya no cesó.
Michael Ignatieff, otro canadiense,
denuncia la política lingüística de Quebec en su libro “Sangre y
pertenencia: viajes al nuevo nacionalismo”. Cuenta algo con cierta
similitud a la experiencia en mi comunidad, Cataluña. La red de escuelas
públicas de habla inglesa no puede por ley aceptar la entrada de hijos
de familias francesas.
Y eso a pesar de que las escuelas privadas
inglesas están llenas de hijos de quebequenses cuyos padres quieren que
sean bilingües. ¿Le suena esto? Recuerda con dolor la sacudida que
significó cierta carta bomba en un buzón del barrio inglés de Montreal
en 1963 y el asesinato de un político canadiense, Pierre La Porte, al
final de esa década.
Y reflexiona: “La idea de que hubiera quebequenses,
aunque fueran pocos, que odiasen de tal modo Canadá que estuvieran
incluso dispuestos a matar hizo que todo canadiense inglés se despertase
del feliz aturdimiento en el que hasta entonces había vivido”.
Afortunadamente, no hubo más violencia, aparte de la moral.
El programa de “normalización” lingüística se impuso. Pero, como
constata Tyler Brûlé, 30 años más tarde se comprueba que esas leyes
lingüísticas acarrean pobreza en todos los sentidos importantes." (Teresa Giménez Barbat, ABC, 01/03/2015)
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