"«Llegué a casa de trabajar y vi a uno de mis hermanos llorando. Antes de
poder hablar con él sonó el teléfono. Era un periodista que me dijo que
habían puesto una bomba en el coche de mi padre».
Así recibió Teresa
Díaz Bada el mazazo que cambió su vida, el asesinato a manos de ETA de
Carlos Díaz Arcocha, primer superintendente de la Ertzaintza y uno de
los encargados de alumbrar la Policía autónoma vasca. (...)
P– En su funeral tuvieron que lidiar con una confrontación que no hacía justicia a las creencias de su padre.
R– Ese día las instituciones vascas y españolas no estuvieron a la altura.
De hecho, los militares no acudieron a los responsos porque la
ikurriña había sido depositada sobre el féretro y el Gobierno vasco se
negó a poner la bandera rojigualda junto a la vasca pese a que «mi madre
y la madre de mi padre se lo pidieron».
A partir de entonces, el
«escaso apoyo» cayó en picado hasta que «unos meses después le
entregaron la Gran Cruz al Mérito Policial en Ajuria Enea… Y hasta hoy». (...)
Eso, en su opinión, da buena cuenta de la «dejación absoluta de los
organismos competentes», que apuntala al recordar los «más de 300
asesinatos sin resolver» perpetrados por ETA. En el caso de Díaz
Arcocha, dos exertzainas fueron absueltos de «colaboracionismo» si bien,
asegura su hija, «uno de ellos, arrepentido, dijo que mi padre era un
blanco fácil en un día de niebla».
De lo poco que ha llegado a oídos de
Teresa es que «dicen que fue ordenado por ‘Kantauri’ y ‘Anboto’, pero no
lo sabemos». Porque realmente no conocen prácticamente nada acerca de
aquel aciago 7 de marzo.
P– ¿En qué situación judicial se encuentra el asesinato de su padre?
R– El caso está abierto y metido en un cajón. La Audiencia Nacional no nos da ninguna información.
P– ¿Cree que se cerrará?
R– Sí, pero porque prescribirá, no porque se investigue. Soy escéptica y creo que los gobiernos lo están haciendo mal en ese aspecto.
Expresidenta del Colectivo de Víctimas del Terrorismo del País Vasco,
Covite, es plenamente consciente de que en algunas pesquisas se han
cometido «errores». Pero en las diligencias en torno a la muerte de Díaz
Arcocha está convencida de que no hubo fallos. Simplemente, «no se hizo
nada».
De la «amenaza permanente» que vivían –su padre llevaba «muchos años» en el punto de mira–, aprendieron que «las ideas se defienden argumentando». Eso es lo que creía el superintendente, seguro de que «el terrorismo acabaría y que había que estar aquí para plantar cara».
Así, y a pesar de la insistencia de su familia, no quiso abandonar
San Sebastián. Tampoco esconderse porque, en un momento en el que a los
funerales de militares, guardias civiles y policías nacionales no
acudían ni los representantes de las instituciones vascas y estatales,
Díaz Arcocha y su mujer sí que lo hacían.
«Era una vergüenza ver cómo
iban cuatro a la iglesia y tenían que salir a los coches por la puerta
de atrás», denuncia. (...)
A raíz del «abandono social» que, según denuncia, padecen no solo ella,
sino «casi todas las víctimas», ha tenido mucho tiempo para estar segura
de que «el país no merecía a mi padre. Ni el País Vasco ni España. Sé
que hizo lo que el quería, pero no se si merece mucho la pena morir por
una sociedad que mira para otro lado y no tiene ni una palabra de
compasión». (...)" (ENTREVISTA, TERESA DÍAZ BADA, EL CORREO 07/03/15, en Fundación por la Libertad)
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