"Cataluña se debate entre las grandes expectativas sobre la consulta, y
la aparente disolución del consenso entre los principales partidos
políticos que lo han alentado. Esta tensión es, en parte, el reflejo de
la ambigua relación que existe en Cataluña entre el nacionalismo y la
democracia.(...)
La clave está en un tipo de transformación retórica fundamental, Nietzsche la llamaba Umwertung,que
permite, a través de una serie de artificios discursivos, convertir la
defensa particularista del secesionismo en una misión universal e
histórica de lucha por la libertad, los derechos fundamentales, y el más
puro espíritu cívico.
Esta transformación retórica ha tenido varias funciones estratégicas y
efectos contrastados.
En primer lugar, ha dotado a los independentistas
no solo de un aura de mesianismo democrático sino también de una
extraordinaria legitimidad, difícil de cuestionar incluso por los
adversarios y competidores políticos. ¿Cómo se podría estar en contra de
la misión de salvaguardar la dignidad de los catalanes, y de su
libertad para meramente expresar su opinión? (...)
En segundo lugar, dicha transformación retórica pretende disociar la
“libre”' elección de los catalanes de su arraigo contextual, obviando
problemas crónicos y conflictos sociales. ¿Debería importar que en el
corazón de sectores principales de la sociedad catalana —política,
deporte, cultura, banca— se hayan destapado graves casos de corrupción?
Pues, no. La lucha por la “libertad del pueblo” contra la opresión
borbónica está por encima de los “fallos” o “errores” cometidos por sus
representantes: la historia tiene cita con el pueblo, no con sus
miembros.
En tercer lugar, la transformación retórica tiende a convertir al
oponente en enemigo y a generar emociones negativas. La lógica de la
superioridad moral y la lógica de la hostilidad, el idealismo exacerbado
y el resentimiento van de la mano: si nosotros somos la encarnación de
la dignidad y la libertad, es lógico que los otros no pueden sino
representar la opresión y explotación.
El mal es así externalizado y
objetivado. Este mecanismo confiere inteligibilidad al trauma de la
crisis, y una salida: Madrid es el símbolo del mal y el chivo expiatorio
que tiene que ser sacrificado. (...)
La democracia no es solamente un sistema de procedimientos, sino
también una batalla por la imaginación y por el afecto de los
ciudadanos, proceso en el cual el nacionalismo ha jugado un papel
históricamente ambivalente pero fundamental. (...)
España, con sus reflejos centralistas, no está preparada para una
consulta. Cataluña, tampoco. La consulta —incluso en su versión
alternativa de última hora— sería democráticamente precipitada: la
elección “libre” estaría condicionada por un claro sesgo político y
mediático en tiempos de grave crisis y frustración.
En este proceso, la
Generalitat ha sido a la vez juez y parte: ¿en qué sentido puede ser
libre una consulta (por ahora: social o plebiscitaria) cuando la
Generalitat ha usado sistemáticamente su poder institucional y el dinero
público para canalizar a los ciudadanos en una única dirección: la
secesión? El Gobierno, el president, y medios de comunicación
como la televisión pública catalana predican la libertad de opinión y
decisión, pero sus acciones no dejan de condicionar constantemente esta
libertad. (...)" (
Camil Ungureanu , El País, 31 OCT 2014)
No hay comentarios:
Publicar un comentario