"Todos los nacionalismos surgen de la necesidad y de la voluntad de
defender una diferencia hacia fuera, aunque también todos tienden a
negar diferencia alguna en el interior de sus propios espacios. Pero el
derecho a la diferencia es algo connatural al nacionalismo: sin
diferencia a la que referirse, en la que orientarse, la que defender, el
nacionalismo pierde su razón de ser.
Esa referencia permanente a la diferencia se convierte en un elemento estructural de la cultura definida por el nacionalismo. Somos diferentes, dice el nacionalismo, y ello se ve… cada cual puede aquí añadir todo lo que se le ocurra, desde la filosofía en los clubes de fútbol, en la alimentación, en la lengua, en las costumbres, en los valores culturales, todo vale.
Por otro lado, no se puede negar que la cultura moderna se sustenta sobre un valor que contradice lo anterior: es la fuerza del valor de la igualdad. Todos los hombres son iguales ante la ley, todos los hombres comparten los mismos derechos por naturaleza, no hay nada que pueda llevar a establecer diferencias entre los hombres: todos tienen los mismos derechos.
Incluso el nacionalismo que se basa en el derecho a la
diferencia recurre al principio de igualdad: queremos tener el mismo
estatus político que aquellos de los que nos diferenciamos, queremos ser
iguales a ellos en el estatus político.
Por eso dice algún antropólogo
–René Girard– que cuando deseamos algo no lo deseamos por el valor de
ese algo en sí mismo, sino porque está en posesión de otro. Y por eso
son los nacionalismos miméticos: el nuevo se mira en el nacionalismo que
niega. (...)
Hay bastantes evidencias históricas que ponen de manifiesto que la
defensa de una diferencia termina en la defensa de un privilegio y en el
menosprecio de aquel con respecto al que se reclama la diferencia." (JOSEBA ARREGI, EL CORREO 15/06/13, en Fundación para la Libertad)
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