“La defensa de la identidad se ha vuelto patológicamente agresiva, a menudo xenófoba, sobre todo cuando las identidades son, en parte, ficticias. Hay millones de personas que, liberadas del trono y el altar tras un siglo de modernidad y dos siglos de Ilustración, no pueden soportar la mezcla de una aparente autonomía cultural y una subordinación económica de hecho. Hoy volvemos a encontrarnos con las guerras civiles espirituales de los años treinta y cuarenta, y no sólo en Polonia, sino en el corazón de Europa occidental.
No es exclusivo de los europeos. Sin un pasado medieval ni la experiencia de la Revolución francesa, Estados Unidos cuenta con una violenta derecha cristiana que se siente incómoda ante la sexualidad franca y la libre curiosidad científica. El confucianismo en China, el budismo en Japón, el hinduismo en India, el islam y el judaísmo tienen sus propios fundamentalismos. Marx creía que la modernización capitalista disolvería inevitablemente los cultos locales y la religión universalista. Su más duro crítico en el siglo XX, Max Weber, pensaba lo mismo. Se equivocaron. Ahora disponemos de un capitalismo desmesuradamente celebrado y una modernidad en retroceso. Los seres humanos están contribuyendo a hacer la tierra inhabitable, pero ése es un problema que no podrá resolverse mientras no nos ofrezcan un principio de gobierno a escala mundial. Es comprensible la perplejidad de quienes redactan los programas de los partidos: se enfrentan a una complejidad abrumadora y no saben por dónde empezar.” (NORMAN BIRNBAUM: Un mundo de complejidad abrumadora; El País, ed. Galicia, Opinión, 20/11/2007, pp. 31/2)
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