"Una esperanza de orden, claridad y resolución recorrió España entre el
12 de febrero y el 12 de junio, los cuatro meses que duró el juicio a
los presos nacionalistas.
Como algunos países próximos, España vivía un tiempo inestable y confuso, por el resquebrajamiento de las reglas que hasta entonces habían regido la conversación pública y el debate político.
Como algunos países próximos, España vivía un tiempo inestable y confuso, por el resquebrajamiento de las reglas que hasta entonces habían regido la conversación pública y el debate político.
(...) la sentencia establece que el Proceso fue una ficción, que nunca tomaron
por nada más que un sueño sus propios promotores. El objetivo de los
procesados no fue el ejercicio del derecho de autodeterminación sino el
ejercicio «de un atípico derecho a presionar», como llega a escribirse
textualmente en el insuperable y alucinógeno párrafo final de los hechos
probados.
(...) El lirismo catalán lloriqueará en las calles: «¡Cómo se atreven a juzgar un sueño!». Y tendrá razón.
(...) Marchena adjudica a los sediciosos la conciencia plena de su ensoñación.
Sabe que sabían que soñaban, por más que la urdimbre fáctica de su
convicción acerca de tal sueño vívido sea desdichadamente frágil. Yo
nunca he querido meterme en la piel de un hombre, ecs, y no lo
discutiré.
Sin embargo, sí habría agradecido que la sentencia se hubiese
ocupado en algún momento de los devastadores efectos que ha causado la
acción sonámbula de los ensoñados. Ellos y todos sus planes pudieron ser
una ficción; pero no lo han sido las devastadoras consecuencias de su
conducta, los niveles de ruina moral, económica y política que han
proyectado sobre su comunidad.
Por esas consecuencias, precisamente, los españoles merecían una
sentencia que les hablara a ellos, que confirmara por escrito y para la
memoria del futuro aquella esperanza de orden, claridad y resolución que
supuso el juicio. Un relato de fría transparencia, que uniera los
puntos sin temor a la cara del monstruo resultante. Una sentencia que
reservara la piedad para el castigo y no contaminara los hechos con
ella. Una sentencia, ¡convengámoslo!, que facilitara la convivencia.
Es
decir, que en vez de mirar a cada párrafo de soslayo a «los
ilusionados», que es como el paternalista Marchena llama al pobrecito
pueblo que creyó en las consignas procesionarias –no ha acabado de
comprender el augusto juez que los ilusionados fueron los líderes, y que
fue el pueblo el que los traicionó, porque no se atrevió a darles la
fuerza en la calle que sus líderes le reclamaban–, dispensara también su
mirada y su interés moral sobre la otra mitad: los dos millones de
intimidados y despreciados y vulnerados que han sido las principales
víctimas del Proceso, por más que ningún policía les haya roto la nariz. (...)" (Arcadi Espada, El Mundo, 15/10/19)
"(...) Las condenas podrían haber sido más duras.
Todos los
conspiradores van a tener derecho al tercer grado, lo cual permitirá en
primer lugar a los Jordis disfrutar de permisos carcelarios a mediados
de enero.
Y si tenemos en cuenta que esos permisos los otorga el
Gobierno catalán --ya vimos lo comprensivo que se mostró con el pobre descarriado Oriol Pujol--,
es evidente que los presidiarios en pleno se harán próximamente con un
pase pernocta que les permitirá ver crecer a sus hijos y hasta aburrirse
de ellos: de ahí la propuesta, al parecer rechazada, de trasladarlos a cárceles del resto de España en las que no disfruten de los chollos que han ido coleccionando desde que moran en Lledoners (siempre me los imagino como a los mafiosos de Uno de los nuestros, la película de Scorsese, en camiseta imperio y con Junqueras rebanando en láminas un ajo a la manera de Paul Sorvino).
En muy poco tiempo, los héroes de la República volverán a dar la chapa
para alegría de sus fieles y desespero de sus detractores. Dentro de un
orden, claro, pues estarán inhabilitados de por vida. En ese sentido,
las efusiones del populacho el día de la sentencia quedarán como una
muestra más de sobreactuación a cargo del lazismo. Aunque los participantes, convencidos de formar parte de las Fuerzas del Bien, estarán encantados de haberse conocido.
Y los políticos, como ya están haciendo, seguirán extendiendo la teoría falsa de que la sentencia del Supremo va contra toda Cataluña, aunque más de la mitad de sus habitantes nos sintiésemos devastados y considerásemos cruel que una pandilla de insensatos pasara
de nosotros y de la oposición en pleno y se marcaran aquel cirio
chapucero y ridículo por el que han sido juzgados y condenados. (...)" (Ramón de España, Crónica global, 15/10/19)
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