"El “procés” es como una escalera en espiral en una torre sin fin. Es
una serie en la que, en lo esencial, siempre ocurre lo mismo y sólo
cambian los detalles secundarios. Pero estamos obligados a volver sobre
ello porque afecta a nuestra “praxis” cotidiana, a la gente que nos
rodea, al contexto político. Y de nuevo la coyuntura nos obliga a
reflexionar sobre la cuestión.
En pocos días tendremos la sentencia del juicio a una parte de los
líderes independentistas, lo que puede reactivar, especialmente en
Catalunya, tensiones políticas que en los últimos meses se habían
atenuado. La sentencia es esperada con fruición por todos aquellos que
quieren sacar tajada de la tensión. Tanto en el campo independentista
como en el bando españolista. (...)
El “procés” es, cómo todo fenómeno de amplio alcance, resultado de la
concatenación de diversos elementos. Tratar de describir esta
complejidad nos puede permitir entender no sólo su dinámica sino también
los problemas de la izquierda en este embrollo.
Ciertamente siempre ha existido en Catalunya un amplio sector que no
se ha sentido español y para el cual la independencia ha formado parte
de su horizonte utópico. Es un sector dominante en buena parte del mundo
extra-metropolitano no sólo rural. Un mundo muy articulado en torno a
un tejido de entidades y actividades que generan “socialidad”,
relaciones, visiones compartidas del mundo.
No parece que haya un
determinismo económico en todo ello: muchas de las plazas fuertes de
esta cultura se corresponden con áreas económicamente prósperas. Se
trata, más bien, de la capacidad de persistencia de una visión del mundo
favorecida por el propio tejido social, por la diferenciación
lingüística, por las pautas de comportamiento social dominantes en las
poblaciones pequeñas y medias.
Es, eso sí, un mundo desde siempre
alimentado culturalmente por los medios de comunicación de la
Generalitat, muy especialmente a través de los contenidos de los
programas de entretenimiento, donde a menudo la ideología fluye de la
forma más sibilina.
Aunque esta estructura social está menos presente en las zonas
metropolitanas también se ha conservado en determinados sectores de
éstas, como es el caso del núcleo antiguo de algunas de las poblaciones
de la “banlieu” barcelonesa, o en los barrios de Barcelona que
antiguamente eran poblaciones independientes (Gràcia, Sant Andreu,
Sants…).
A ello debe añadirse que en grandes capas de la sociedad
catalana existe el sentimiento difuso de que somos una sociedad más
moderna, europea y progresista que el resto del país. Un sentimiento que
cosas tan triviales como los éxitos del FC Barcelona o las Olimpiadas
no han hecho más que reforzar.
Pero esta base social, por sí sola, no explica la activación del
proceso. Éste ha sido el resultado de una serie de iniciativas políticas
que no sólo han activado a esa base sino que han conseguido atraer a
sus filas a una población que no se planteaba la cuestión de la
independencia. Por resumir los elementos más importantes:
- La búsqueda de un espacio propio de ERC, que en los primeros años de la
transición fue una simple muleta de CiU, le condujo a adoptar el
independentismo como su marca diferenciadora y a activar iniciativas
para ganar audiencia. A ello se apuntó animosamente el mundo tradicional
catalán en una continua campaña de consultas locales en favor de la
independencia que generó organización y dotó de sentido político a lo
que antes era solo un sentimiento.
Y permitió reforzar el peso político
del independentismo a la izquierda de CiU, el de ERC y el de la CUP. En
toda esa campaña el argumento movilizador central fue, en diversas
versiones, el “España nos roba”, la idea de que gozaríamos de mejores
condiciones de vida sin tener que enviar parte de nuestros impuestos a
Madrid. (...)
- Las brutales campañas “anticatalanas” del Partido Popular, iniciadas ya
antes de la victoria de Aznar como vía para socavar la alianza
parlamentaria entre PSOE y CiU, relanzadas en el segundo mandato
aznarista, cuando ya no era necesario el apoyo pujolista, y llevadas al
paroxismo en el mandato de Zapatero. A lo que hay que sumar la campaña
contra el Estatut (bloque del Tribunal Constitucional incluido).
- Después vino la crisis, la aplicación de brutales políticas neoliberales
por parte del gobierno de Mas (autodenominado sin arrobo el dels
“millors”). La brutalidad legislativa de septiembre de 2017 tuvo un
precedente en la llamada “ley ómnibus” del primer gobierno Mas, donde de
un plumazo se cargaron toda la legislación progresiva aprobada por el
gobierno del Tripartit y colaron numerosas medidas neoliberales. Se
aplicaron con saña recortes en los gastos sociales y se abrieron
numerosas vías de privatización en la ya muy privatizada sanidad
catalana.
La crisis generó algunas respuestas y movilizaciones,
especialmente el 15-M, la PAH (que nació en Catalunya), y también cabreo
en las comarcas, donde los recortes llegaron igualmente. Paulatinamente
se puso en evidencia la corrupción pujolista que conocía la gente
enterada pero que ignoraba la mayoría de la población. Artur Mas vió una
tabla de salvación y una oportunidad (casi todo líder político tiene
una faceta mesiánica) de ponerse en cabeza de la oleada independentista y
de competir en el mismo terreno con su emergente rival ERC.
- La combinación de una creciente activación del bando independentista,
del cabreo generalizado con el PP y la alta judicatura española, y el
giro estratégico de CiU se combinaron para dotar al movimiento de una
dinámica poderosa. Bien engrasada por el eficaz aparato mediático del
nacionalismo catalán (especialmente la pública CMA pero también muchos
medios privados beneficiarios de las ayudas públicas de la generalitat).
En las exitosas movilizaciones de las sucesiva diadas se deja
ver la presencia de una bien pensada creación de actividad
lúdico-política a la que sin duda contribuyeron muchos profesionales
expertos en estos medios. Y no hay cosa que más anime a generar
autoestima y pérdida de sentido crítico como el éxito de lo que se ha
organizado.
Los elementos emocionales han jugado un peso tan sustancial
que han permitido a los líderes independentistas vender sus “faroles”,
su demagogia y sus propuestas nebulosas como una estrategia bien pensada
que conduciría a un país idílico. La propia dinámica del “procés” ha
dado un protagonismo destacado al sector más radical y xenófobo del
soberanismo, del que Torra es sin duda un ejemplo palmario. (...)" (Albert Recio Andreu, Mientras Tanto, 30/09/19)
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