7/2/20

A Espartaco no se le pasó por la cabeza, al ser interrogado por el cónsul, esgrimir que lo suyo no había sido una revuelta auténtica, sino simbólica, y que por tanto no se le podía acusar de nada... y en lugar de encomendar a sus seguidores que fueran el lunes a la oficina y él a esconderse en un coche hacia el extranjero, aceptó con honor su destino...

"Fue por boca de Kirk Douglas, en la piel del coronel Dax de 'Senderos de gloria', que oí por primera vez la sentencia de Samuel Johnson: «El patriotismo es el último refugio de los canallas». Johnson sería un vividor -esto lo supe mucho después-, pero era tan perspicaz que retrató los lacistes incluso antes de que existieran. 

En Cataluña se han refugiado en la patria Jordi Pujol en el asunto Banca Catalana, todos los líderes nacionalistas que le han sucedido, todos los políticos -presos, huidos o aún en libertad- que enarbolan la estelada como última razón, y todos aquellos que no tienen otro discurso que la republiqueta, o sea su patria imaginaria. De canallas, como se ve, no nos faltan.

 Espartaco, uno que tenía razón cuando se quejaba de vivir oprimido por el estado, tenía también la cara de Kirk Douglas cuando se rebeló contra el poder. Cuando fue derrotado por Roma, ya pesar de saber que su castigo no se reduciría a dos o tres añitos en una cárcel-hostal sino que sería la crucifixión, en lugar de encomendar a sus seguidores que fueran el lunes a la oficina y él a esconderse en un coche hacia el extranjero, aceptó con honor su destino. 

 Tampoco se le pasó por la cabeza, al ser interrogado por el cónsul, esgrimir que lo suyo no había sido una revuelta auténtica, sino simbólica, y que por tanto no se le podía acusar de nada. 

 Afortunadamente los guionistas del film no se les ocurrió que el líder de la revuelta de los esclavos, en el momento culminante de la historia, declarara con sonrisa de niño travieso: «No hemos hecho nada, pero lo volveremos a hacer». Hay frases capaces de hundir una película o, lo que es peor, de convertirla en una ópera bufa.

Por eso, porque era hombre de honor, todos los compañeros de lucha de Espartaco se acusaron con él. Bueno, por eso y porque una cosa es llamar «¡Espartaco soy yo!» Y otra muy distinta es decir «¡el Vivales soy yo!».

 No fue casual que Kirk se reservase para él el papel del esclavo que se rebela. De sublevarse sabía mucho. Y de desobedecer. Desobedecer de verdad, no lo que hacen los canallas catalanes. 

El mismo Douglas,  sin interpretar ningún héroe de ficción, desobedeció la ley que impedía que los condenados por la caza de brujas de Hollywood, pudieran trabajar.

 No sólo adaptó con Espartaco la novela de Howard Fast, un comunista que había estado en prisión -lo sí era estar tomado por las ideas, tomen nota los catalanes-, sino que encargó el guión a Dalton Trumbo -uno de los Diez de Hollywood- y exigió ¡exigió! - que su nombre saliera a los títulos de crédito.

 Kirk Douglas se enfrentó a una administración como la americana, pero con hechos, no con retórica. Eso sí que es desobedecer y no colgar durante unas horas una pancarta en el balcón. Por eso Douglas es inmortal y cuando Presidentorra pase a ser en Torra, lo recordarán sólo los fabricantes de ratafía.

 Se necesitará una vida entera, aunque tenga que durar más de un siglo, para
desenmascarar a los canallas que tienen Cataluña secuestrada. Canallas que dan la matraca con derechos a decidir, mandatos populares y pueblos oprimidos, siempre en nombre de su patria y sin atender a razones.

¿ Razones? Normal que no las atiendan. Como espetó -otro vez- Samuel Johnson a un interlocutor que seguramente llevaría pajarita amarillo:

- Yo ya le he dado argumentos, no me pida que también le dé inteligencia para entenderlos."             (Albert Soler, Diari de Girona, 07/02/20)

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