"(...) Hace unos días se celebró en Barcelona el Festival charnego.
La iniciativa ha provocado división de opiniones. La proximidad de las
elecciones estatales (28 de abril) y municipales y europeas (26 de
mayo), el procés y el juicio a parte de los
responsables políticos y dirigentes sociales catalanes acusados de
rebelión, sedición, malversación, organización criminal y desobediencia (Causa especial 20907/2017) han marcado el trasfondo político inmediato de este festival.
El término ‘charnego’ ha sido utilizado, y todavía lo
es por parte de algunas personas, para referirse despectivamente a
quienes viviendo en Cataluña nacieron en otras partes de España, o son
hijos e hijas de personas que vinieron a trabajar a Cataluña desde
Andalucía, Extremadura, Murcia, la Mancha… mayoritariamente entre los
años 50 y 70 del siglo pasado. Muchas y muchos catalanes son
etiquetables como ‘charnegos y charnegas’.
Se ha hecho, o se hace, un uso despectivo de la
etiqueta ‘charnego’ por parte de aquellas personas que consideran que su
‘cultura’, o sus ideas, o sus gustos… son superiores a los de las
personas a las que llaman charnegas. Se trata, como casi siempre, de un
intento por distinguirse como expresión de la voluntad de poder sobre
otras personas a las que se consideran agentes extraños al cuerpo del
soberano, a la identidad cultural nacional.
Para quienes piensan así, el
charnego es un problema en tanto que no se asimiló culturalmente o no
se asimila a lo que se propone en una determinada propuesta
independentista. El charnego es visto como una presencia cultural que se
considera que no debería tener presencia o tanta presencia en Cataluña.
En los últimos meses, el discurso sobre lo ‘charnego’
ha cambiado. Hace unos días, un amigo independentista me decía: pero si
charnegos somos todos. ¿Qué me estaba diciendo, además de evidenciar una
realidad sociológica? Que la posibilidad política de la independencia
de Cataluña, o de una vía política que aumente las cuotas de
autogobierno, pasa por incrementar el apoyo social a las propuestas
independentistas y/o soberanistas.
Y esto requiere en todo caso el apoyo
de decenas de miles de personas a las que se podría describir como
charnegas. ERC ha introducido esta idea al hablar de ‘ampliar la base’.
Dicho con claridad, este ‘ampliar la base’ supone convencer a esta parte
de la población a la que, en la historia reciente de Cataluña, algunos y
algunas han llamado despectivamente ‘charnegos’. La alternativa a este
‘ampliar la base’ por parte del independentismo sería que lo ‘charnego’
quedase representado por otras fuerzas políticas que apuestan por
rentabilizar la tensión entre lo español y lo catalán.
Por este motivo, la estrategia más fiable para el independentismo
democrático es desmontar cualquier uso despectivo del término ‘charnego’
ya que se acepta que no es posible un incremento de autogobierno o la
posibilidad de realizar una consulta pactada sobre la independencia de
Cataluña sin una mayoría social clara.
Durante los últimos tiempos no han faltado las
personas, y las fuerzas políticas, que han identificado ‘ser catalán’
con ‘ser independentista’.
Creo que, al menos en parte, el discurso de ERC asume
(habrá que ver si como estrategia cortoplacista o como principio
propositivo mantenido en el tiempo) que las posturas independentistas no
pueden prosperar a base de presentar a una parte de la población
catalana como gente que no son suficientemente catalanes o, dicho de
otra forma, que no estaban suficientemente impregnados de la cultura
catalana.
La etiqueta ‘charnega’ expresa también la existencia
de desigualdades económicas. Lo charnego no se utiliza para describir a
quien habla preferentemente castellano y vive en barrios de alta renta
en Barcelona (Pedralbes o Sant Gervasi, por ejemplo). Se ha utilizado, y
se utiliza, sobre todo, para referirse a personas (y sus hijos e hijas)
de barriadas o ciudades que acogieron buena parte de la migración
interna entre los años 50 y 70: Santa Coloma, La Mina, Nous Barris, Sant
Adrià del Besós la Verneda (ahora Sant Martí), San Cosme, Hospitalet de
Llobregat…
El uso despectivo de la etiqueta charnega se ha utilizado
también con este trasfondo: el desprecio hacia quienes ‘salir al campo’
quería decir ir a las pinedas de la autovía de Castelldefels en vez de
ir al Montseny; quienes en vacaciones volvían al pueblo y regresaban con
el coche repleto de vino, melones o productos de la tierra de origen;
quienes escuchaban copla, flamenco… a quienes les gustaban, por ejemplo,
los Chichos, el Fary, Rocío Jurado o la Pantoja. El uso despectivo del
término charnego contiene un desprecio cultural y de clase social.
El Festival charnego ha reivindicado el orgullo de ser
charnego. Pretendía reaccionar contra el desprecio. Y lo hacía
proponiendo un orgullo charneguil. Lo charnego como bandera. De nuevo
las etiquetas, porque la etiqueta no deja de serlo porque se proponga
hacer un uso afirmativo de la misma.
Este orgullo charneguil ha sido presentado como una
propuesta novedosa al querer aplicar la teoría queer a lo ‘charnego’. De
igual forma que la teoría queer reaccionó frente al uso peyorativo de
términos como ‘maricón’, se ha propuesto el orgullo de ser ‘charnego’.
Creo que esta pretendida asimilación contiene errores. El movimiento
queer ha sido un movimiento disidente, contrario a la ontologización de
las identidades de género, por tanto no propenso a apostar por las
ficciones identitarias, ni por etiquetaciones como la de charnego. La
transformación social, la emancipación, no se da necesariamente por
cambiar una etiqueta por otra etiqueta.
La inmensa mayoría de personas que vivimos en Cataluña
sin haber nacido aquí, o cuyos padres y/o madres nacieron fuera de
Cataluña, poseemos una configuración cultural que, según el parecer
mayoritario, enriquece y refleja la realidad cultural catalana. Por
tanto, no se propondría un choque entre etiquetas culturales. Es
precisamente este uno de los errores en el que no queremos caer muchas
personas a las que los etiquetadores y las etiquetadoras llamarían
charnegos, en un sentido o en otro. Con una intención o con otra.
El juego de las etiquetas, incluso aquellos usos que
promueven el orgullo identitario, tiene uno de sus puntos débiles en la
tendencia a la dogmatización de las identidades. Creo que la La vida de Brian
(1979) supo ironizar sobre esta práctica que con el tiempo tanto se ha
extendido. Las etiquetas identitarias son rechazables desde el momento
en que expresan o son utilizadas con una voluntad normalizadora y
excluyente.
Llegados al absurdo podríamos organizar concursos para
distinguir los que son y lo que no son charnegos, los
charnegos-catalanes y los charnegos-no catalanes, los charnegos de
Hospitalet y los charnegos de la Mina, los de San Adrián y los de la
Verneda, los de Santa Coloma, Nou Barris... Es reduccionista además de
absurdo.
La propuesta de las identidades esencialistas, aunque
sea la charneguil, correría el peligro de caer en el mismo error que
intenta evitar: hacer el juego a quienes pretenden crear identidades
culturales excluyentes. Frente a quienes han pretendido o pretenden
guetizar a una parte de la población, la solución no está en hacer
bandera del gueto que otros intentan imponer, sino precisamente en
plantear un terreno cultural y social libre de guetos.
Las etiquetas suelen ser normativas; para ser del
grupo hay que… (lo que sea): tener determinado gusto musical, veranear
en determino lugar, ir a determinadas escuelas, leer determinados
autores, suscribir determinadas opiniones, vestir de determinada forma,
presentar determinado comportamiento sexual, vivir en determinada zona…
Son sistemas de clasificación que, por lo general, segmentan y alimentan
las segmentaciones sociales. Son etiquetas que lejos de aportar más
libertad pueden esconder imposiciones.
Si no existe una identidad charnega como tal, quién
puede hablar en nombre de las personas a las que, con una intención u
otra, se querría enchiquerar en el redil. Las etiquetas llevan a buscar
voces autorizadas que hablen en nombre de terceras personas.
Sobre estos riesgos, y con voluntad de romper tópicos y trincheras, se ha hablado en los Diálogos Andalucía-Cataluña,
que se han celebrado este abril en Barcelona y el octubre pasado en
Sevilla. El planteamiento de estos dos encuentros se ha basado en ideas
sencillas y necesarias en estos tiempos: la apuesta por el diálogo entre
personas que piensan de forma distinta, el reconocimiento de los otros
con los que tenemos muchas cosas en común, la disposición a escuchar y
la apuesta por contribuir a trabajar ideas y propuestas que contribuyan a
resolver el atolladero en el que nos encontramos.
Con buen criterio,
las banderas y las etiquetaciones no presidieron los encuentros. Sí la
conversación sobre los tópicos y los prejuicios existentes que en
ocasiones afloran desde las tripas.
Las etiquetas y las banderas se dan la mano. De hecho, el recurso a las
banderas es una forma de etiquetar o de etiquetarse, es una forma de
evitar el diálogo, de apelar al reduccionismo, al simplismo, a la
identidad dogmatizada. Necesitamos más democracia, más riqueza cultural,
más libertad responsable. Si se necesita una bandera, hagamos bandera
de esto último." (Antonio Madrid Pérez, Mientras Tanto, 30/04/19)
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