"(...) ¿A qué se refieren, pues, los nacionalistas cuando dicen que España es
una nación o que Cataluña es una nación? A un concepto mágico,
religioso, metafísico. En ese sentido, una nación no es objetiva ni
objetivable, es un constructo, algo mental,
emocional.
Así, según esta “cosmovisión”, un territorio tendría
propiedades esenciales, como las que tienen los objetos de absorber y
reflejar la luz. Por ejemplo, una lengua propia.
La lengua propia de España sería mágicamente el español, así como la de
Cataluña, no menos mágicamente, el catalán, independientemente de lo que
hablen las personas que vivan allí. Aquí no se habla de lengua
histórica (lo histórico, por definición, es mutable, no esencial) ni de
lengua oficial (que es un término jurídico, convencional, y por tanto
también modificable) ni de lengua comúnmente hablada, sino de la lengua propia, de una propiedad
de ese territorio.
Y eso es así porque los territorios también están
adscritos mágicamente a determinadas poblaciones, que les son propias,
como el color verde le es propio a la clorofila. Todo esto, que no es
cierto, pues los territorios son extensiones de terreno, las poblaciones
van y vienen, mueren y se mezclan, al igual que la cultura, que no es
algo fijo, sino que se recrea continuamente y traspasa fronteras, no
importaría mucho si no fuera porque los que utilizan ‘nación’ en ese
sentido se constituyen en sumos sacerdotes, únicos capaces de
interpretar a la deidad (idealidad) nacional.
Así, población —algo realmente existente— se convierte en pueblo,
algo lleno de connotaciones que hay que interpretar, algo a lo que,
además, se le atribuye voluntad (que también, por supuesto, hay que
interpretar). Para los nacionalistas españoles y para los nacionalistas
catalanes, el origen de sus naciones se pierde en la noche de los
tiempos y es indiscutible.
El problema que plantea esto es que si una nación entendida como este constructo abstracto
con sus símbolos, sus mitos, sus mistificaciones históricas, sus
banderas, se quiere atribuir a una entidad (como España o como Cataluña)
que hace referencia a algo real, físico, en el que hay tierra, bienes,
personas, edificios, miles de intereses y relaciones jurídicas (cosas
todas ellas que configuran la vida de las personas y por las que muchas
de ellas son capaces de matar y de morir), eso siempre va a dejar fuera a
mucha, muchísima gente, que no se identifica con esa idealidad.
La
nacionalidad no debería ser un ideal metafísico alimentado por la
imaginación y el deseo; debería ser única y exclusivamente una
atribución jurídica de ciudadanía, con unos símbolos formales si se
quiere, pero la cultura y la tradición deberían protegerse por otros
cauces (no religiosos).
La voluntad de atribuir a una población esa idealidad
está destinada, pues, al fracaso o a la imposición. Lo sabemos, porque
Franco lo hizo con esa unidad de destino en lo universal que nos embutió
a todos con calzador por salva sea la parte.
Nadie puede ser obligado a
sentirse del Barça o del Real Madrid, nadie puede ser obligado a
sentirse católico o ateo, por mucho que el cristianismo lleve dos mil
años en territorio español (y catalán) y por mucho que la religión
católica haya configurado la idiosincrasia de sus habitantes. Tampoco es
relevante que para muchos cristianos lo más vital, lo más importante
del mundo, sea que su nación sea considerada una nación cristiana.
Hay que tener empatía, escucharlos siempre y respetar sus sentimientos.
Nada más. Pero respetar el sentimiento, no su contenido, que es algo
muy diferente, y puede ser, por ejemplo, antidemocrático. Pretender que un territorio en el que conviven en proporciones elevadas grupos de diversa religión o afición futbolística es oficial y materialmente (como propiedad del territorio) de tal equipo o de tal religión,
es simplemente excluir a gran parte de la población de la sociedad,
crear apátridas.
Y me temo que es exactamente eso lo que están haciendo
los nacionalistas españoles y catalanes al llamar “nación” a sus
particulares entelequias: olvidarse de que conviven con gente, de que hay alguien más que ellos, de que los otros también existen, pero, sobre todo, de que también sienten.
Exigen a poblaciones objetivamente diferentes, sentimentalmente
diferentes, que se conviertan a su religión, a su equipo, so pena de no
ser parte de esa nación. (...)" (José María Camblor, Mientras Tanto, 23/04/19)
No hay comentarios:
Publicar un comentario