"Un año antes de que se realizara La retirada,
la marcha hacia el exilio de cientos de miles de españoles republicanos
de la que se cumplen ahora 80 años, tuvieron lugar unos hechos
realizados por los separatistas vascos y catalanes que, desgraciada y
lamentablemente, enlazan a la perfección con el problema político más
grave de nuestros días.
Sin duda alguna, el más grave al que se ha
enfrentado España desde que, tras la Transición, el pueblo español
recobrara las libertades y derechos democráticos: el golpe de Estado de
los secesionistas catalanes perpetrado en septiembre de 2017 y en torno
al cual se está celebrando la vista oral ante la sala de lo Penal del
Tribunal Supremo.
Los hechos se conocieron en marzo de 1938 y
dejaban a las claras la baja catadura moral y política de los
secesionistas. Mientras el Gobierno legítimo de la II República,
presidido por don Juan Negrín, mantenía la defensa de la República
contra el golpe de Estado de Franco y los militares- – “resistir, resistir y resistir”
había pedido el presidente Negrín-, los separatistas vascos y catalanes
desarrollaban gestiones secretas y al margen del Gobierno en pro de la
mediación de Gran Bretaña para la paz por separado para el País Vasco y
Cataluña. (...)
Unos hechos, en fin, que provocaron ya entonces una contundente denuncia de la deslealtad del secesionismo, en la misma línea que en 2017 se pronunciara el Jefe del Estado, el Rey Felipe VI, cuando rechazó “la inadmisible deslealtad” de los independistas catalanes, en un discurso que supuso un fuerte aldabonazo en la conciencia de los millones de españoles constitucionalistas.
En los años
treinta del pasado siglo, uno de los políticos de más valía del
socialismo español, Indalecio Prieto, había clamado contra ese proceder
de los independentistas catalanes en plena República española. Y, pocos
años después, el presidente del Gobierno republicano, Juan Negrín,
manifestaba encolerizado su absoluto rechazo de las graves maniobras de
los independentistas, realizadas, además, en los momentos cruciales de
la guerra civil. (...)
El
tercer acto de la deslealtad secesionista con la II República, tuvo
lugar, como indico el comienzo de estas líneas, en 1938. Lo relata el
historiador Enrique Moradiellos, catedrático de Historia Contemporánea
de la Universidad de Extremadura y autor de la más amplia y rigurosa
obra sobre el presidente de Gobierno de la II República, el doctor Juan
Negrín (5) y de otros trabajos anteriores sobre la posición que mantuvo
Gran Bretaña en relación con la guerra civil española en general y con
los secesionistas catalanes en particular (6).
La
operación secesionista en Gran Bretaña comenzó a finales de abril de
dicho año, cuando, Josep María Baptista i Roca, que se titulaba “amigo personal del presidente Companys, Jefe del Estado de Cataluña” (sic), se presentó al Foreign Office “para saber si había alguna posibilidad de concertar un armisticio en España”, aunque, en realidad, su pretensión, tal como confesó al subsecretario de Exteriores británico, sir Alexander Cardogan, era “salvar a Cataluña”. A
partir de este momento, Baptista i Roca continuó sus entrevistas en el
Foreign Office, con el apoyo del gobierno autónomo vasco y acompañado
personalmente por José F. de Lizaso, representante personal en Londres
del lendakari del Gobierno Provisional Vasco, el peneuvista José Antonio
Aguirre (7).
Un
año antes, en mayo de 1937, en vísperas de la caída de Bilbao ante las
tropas franquistas, Lizaso había empezado por su cuenta una gestión
unilateral con Gran Bretaña, poniendo como condición de la mediación
británica el reconocimiento del “derecho de autodeterminación de los pueblos” y anunciando al mismo tiempo que las tropas vascas no seguirían luchando fuera de Vizcaya, puesto que España “era un país extranjero y hostil”. Prácticamente,
los mismos términos en que se expresaba un memorándum suscrito por los
gobiernos catalán y vasco, en junio de 1938, que condicionaban la
mediación británica a que tanto Cataluña como Euzkadi estuvieran
representadas “directamente” en cualquier conferencia de paz (8).
Todas
estas gestiones, tanto la de los secesionistas vascos como las de los
catalanes, primero cada uno por su lado y luego conjuntamente, fueron
hechas al margen por completo de la embajada en Londres de la II
República, cuyo titular era entonces Pablo de Azcárate, padre del que
fue dirigente del PCE, Manolo Azcárate y reconocido diplomático e
historiador, que había dejado su puesto de Secretario general adjunto de
la Sociedad de Naciones para desempeñar aquel cargo en la capital
británica.
Su antecesor en la embajada había sido el escritor asturiano
Ramón Pérez de Ayala que, después de haber formado parte de la
Agrupación al Servicio de la República, y tomado posesión del cargo de
embajador en 1932, terminó inclinándose a favor del bando franquista,
por lo que presentó su dimisión.
Sin
embargo, a pesar de estar hechas de espaldas a la embajada española,
llegaron a oídos del presidente Negrín. Según subraya Enrique
Moradiellos, la información le pudo haber llegado a través de los espías
británicos conocidos muchos años después como “los cinco de Cambridge”:
un potente grupo de altos funcionarios de los servicios de inteligencia
de Gran Bretaña que, al tiempo, servían a la URSS como agentes de la
KGB debido a sus firmes convicciones comunistas y del que formaban parte
desde el periodista Kim Philby al historiador del arte y asesor
artístico personal de la Reina de Inglaterra, Anthony Blunt que lo
nombró sir de la Corona Real y. muchos años después, en 1979, fue
destituido de su cargo de conservador de las colecciones reales, por la
premier conservadora Margaret Thacher, la “dama de hierro”.
Resulta
altamente probable que miembros de este grupo fueran la fuente que
informó al Gobierno de la II República. Durante los años de la guerra
civil española, uno de integrantes de “los cinco de Cambridge”,
Donald D. Maclean, era precisamente uno de los funcionarios del Foreign
Office encargados de tramitar y analizar las gestiones de los catalanes
y vascos, mientras que el considerado como responsable de este equipo
de espías de la KGB, el periodista Kim Philby, se encontraba en España,
en la zona franquista, como corresponsal del prestigioso The Times (9), lo
que le permitía moverse en España con suma facilidad y contactar, si
así lo precisaba su trabajo de inteligencia, y aunque tuviera que ser a
través de personas interpuestas, con miembros del Gobierno republicano.
Como
quiera que fuere, el presidente Negrín conoció los turbios manejos de
los secesionistas catalanes y vascos y, reflexionando con profunda
amargura sobre lo que estaba ocurriendo en Londres, pronunció entonces
unas palabras escasamente conocidas todavía hoy en día pero que ponen en
evidencia tanto su frontal rechazo de los nacionalismos
independentistas como el amor a España de un estadista de profundas
convicciones socialistas como él. Un político que, además, fue uno de
los mejores científicos y catedráticos que tuvo nunca la Universidad
española, formado en Alemania y que, dotado de una gran altura
intelectual y políglota, podía hablar en su idioma – como lo hizo- con
los grandes estadistas de su tiempo:
“No
estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona
un separatismo estúpido y pueblerino. De ninguna manera. Estoy haciendo
la guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza.
Se equivocan los que otra cosa supongan. No hay más que una nación:
España. No se puede consentir esta sorda y persistente campaña
separatista y tiene que ser cortada de raíz si se quiere que continúe
siendo ministro de Defensa y dirigiendo la política del Gobierno, que es
una política nacional.
Nadie
se interesa tanto como yo por las peculiaridades de su tierra nativa:
amo entrañablemente todas las que se refieren a Canarias y no desprecio,
sino que exalto las que poseen otras regiones, pero por encima de todas
esas peculiaridades, España.
El
que estorbe esa política nacional debe ser desplazado de su puesto.
Antes de consentir campañas nacionalistas que nos lleven a
desmembraciones, que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco,
sin otra condición que se desprendiese de alemanes e italianos.
En
punto a la integridad de España soy irreductible y la defenderé de los
de afuera y de los de adentro. Mi posición es absoluta y no consiente
disminución” (10).
La
pertinencia y actualidad de estas palabras de Negrín sobrecogen todavía
hoy. Al menos a mí. Y no cabe duda alguna de su autenticidad. Las
recogió de sus labios, directamente, uno de sus colaboradores más
cercanos, otro socialista de la primera hora, el periodista Julián
Zugazagoitia, que fue director de El Socialista,
ministro dos veces de la II República, primero de Hacienda y después de
Gobernación y, finalmente, secretario general de Defensa, cartera que
Negrín aunaba con la presidencia del Gobierno. Un socialista muy próximo
a Indalecio Prieto primero y a Juan Negrín después, al lado del cual
permaneció hasta el último momento de la guerra civil.
Zugazagoitia
– que en su prólogo a esta memorable obra, había escrito “no hay peor
enemigo del español- y de lo español- que el español mismo”(11)- murió
fusilado en las tapias del Cementerio del Este de Madrid el 9 de
noviembre de 1940, tras haber sido condenado a muerte en Consejo de
Guerra celebrado en julio de dicho año, tal como recuerda el historiador
Santos Juliá en un texto biográfico de Zugazagoitia de gran valor (12).
Se había exiliado a Francia y en París fue detenido por la Gestapo, que
lo entregó a la policía franquista junto a Companys y el anarquista
Joan Peiró, ex ministro de Industria de la República.
Zuga, así lo llamaban sus compañeros de partido, reprodujo estas palabras de Juan Negrín en su libro Historia de la guerra en España,
que escribió en París, entre 1939 y 1940, cuando todavía estaban muy
frescos los recuerdos de la incivil contienda, teniendo, además, a la
vista las notas que tomaba día a día a lo largo de una dilatada vida
política. Su Historia de la guerra en España
fue editada por primera vez en la Argentina, en 1940, con ese título y,
posteriormente, en 1968, en París, por la editorial Librería Española,
fundada por el republicano español Antonio Soriano, como Guerra y vicisitudes los españoles,
con un prólogo espléndido de Roberto Mesa, catedrático de Derecho
Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad
Complutense de Madrid y vicerrector de la UCM con el socialista
Francisco Bustelo como Rector, que escribió otro prólogo para la edición
de esta obra editada por Ediciones Éxito en 1978 (13). Posteriormente,
fue editada varias veces por otras editoriales, entre ellas Crítica y
Tusquets.
En su libro, Zugazagoitia apostilla las palabras de Negrín con el siguiente comentario: “El propio Azaña no se hubiera pronunciado con más vehemencia. En este tema, los dos presidentes eran correligionarios”
(Rodrigo Vázquez de Prada y Grande. Director de Crónica Popular, Crónica Popular, 13/04/19)
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