17/4/19

La deslealtad de los secesionistas vascos y catalanes a la II República

"Un año antes de que se realizara La retirada, la marcha hacia el exilio de cientos de miles de españoles republicanos de la que se cumplen ahora 80 años, tuvieron lugar unos hechos realizados por los separatistas vascos y catalanes que, desgraciada y lamentablemente, enlazan a la perfección con el problema político más grave de nuestros días. 

Sin duda alguna, el más grave al que se ha enfrentado España desde que, tras la Transición, el pueblo español recobrara las libertades y derechos democráticos: el golpe de Estado de los secesionistas catalanes perpetrado en septiembre de 2017 y en torno al cual se está celebrando la vista oral ante la sala de lo Penal del Tribunal Supremo.

 Los hechos se conocieron en marzo de 1938 y dejaban a las claras la baja catadura moral y política de los secesionistas. Mientras el Gobierno legítimo de la II República, presidido por don Juan Negrín, mantenía la defensa de la República contra el golpe de Estado de Franco y los militares- – “resistir, resistir y resistir” había pedido el presidente Negrín-, los separatistas vascos y catalanes desarrollaban gestiones secretas y al margen del Gobierno en pro de la mediación de Gran Bretaña para la paz por separado para el País Vasco y Cataluña.  (...)

Unos hechos, en fin, que provocaron ya entonces una contundente denuncia de la deslealtad del secesionismo, en la misma línea que en 2017 se pronunciara el Jefe del Estado, el Rey Felipe VI, cuando rechazó “la inadmisible deslealtad” de los independistas catalanes, en un discurso que supuso un fuerte aldabonazo en la conciencia de los millones de españoles constitucionalistas.

 En los años treinta del pasado siglo, uno de los políticos de más valía del socialismo español, Indalecio Prieto, había clamado contra ese proceder de los independentistas catalanes en plena República española. Y, pocos años después, el presidente del Gobierno republicano, Juan Negrín, manifestaba encolerizado su absoluto rechazo de las graves maniobras de los independentistas, realizadas, además, en los momentos cruciales de la guerra civil. (...)

El tercer acto de la deslealtad secesionista con la II República, tuvo lugar, como indico el comienzo de estas líneas, en 1938. Lo relata el historiador Enrique Moradiellos, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Extremadura y autor de la más amplia y rigurosa obra sobre el presidente de Gobierno de la II República, el doctor Juan Negrín (5) y de otros trabajos anteriores sobre la posición que mantuvo Gran Bretaña en relación con la guerra civil española en general y con los secesionistas catalanes en particular (6).

La operación secesionista en Gran Bretaña comenzó a finales de abril de dicho año, cuando, Josep María Baptista i Roca, que se titulaba “amigo personal del presidente Companys, Jefe del Estado de Cataluña” (sic), se presentó al Foreign Office “para saber si había alguna posibilidad de concertar un armisticio en España”, aunque, en realidad, su pretensión, tal como confesó al subsecretario de Exteriores británico, sir Alexander Cardogan, era “salvar a Cataluña”. A partir de este momento, Baptista i Roca continuó sus entrevistas en el Foreign Office, con el apoyo del gobierno autónomo vasco y acompañado personalmente por José F. de Lizaso, representante personal en Londres del lendakari del Gobierno Provisional Vasco, el peneuvista José Antonio Aguirre (7).

Un año antes, en mayo de 1937, en vísperas de la caída de Bilbao ante las tropas franquistas, Lizaso había empezado por su cuenta una gestión unilateral con Gran Bretaña, poniendo como condición de la mediación británica el reconocimiento del “derecho de autodeterminación de los pueblos” y anunciando al mismo tiempo que las tropas vascas no seguirían luchando fuera de Vizcaya, puesto que España “era un país extranjero y hostil”. Prácticamente, los mismos términos en que se expresaba un memorándum suscrito por los gobiernos catalán y vasco, en junio de 1938, que condicionaban la mediación británica a que tanto Cataluña como Euzkadi estuvieran representadas “directamente” en cualquier conferencia de paz (8). 

Todas estas gestiones, tanto la de los secesionistas vascos como las de los catalanes, primero cada uno por su lado y luego conjuntamente, fueron hechas al margen por completo de la embajada en Londres de la II República, cuyo titular era entonces Pablo de Azcárate, padre del que fue dirigente del PCE, Manolo Azcárate y reconocido diplomático e historiador, que había dejado su puesto de Secretario general adjunto de la Sociedad de Naciones para desempeñar aquel cargo en la capital británica. 

Su antecesor en la embajada había sido el escritor asturiano Ramón Pérez de Ayala que, después de haber formado parte de la Agrupación al Servicio de la República, y tomado posesión del cargo de embajador en 1932, terminó inclinándose a favor del bando franquista, por lo que presentó su dimisión.

Sin embargo, a pesar de estar hechas de espaldas a la embajada española, llegaron a oídos del presidente Negrín. Según subraya Enrique Moradiellos, la información le pudo haber llegado a través de los espías británicos conocidos muchos años después como “los cinco de Cambridge”: un potente grupo de altos funcionarios de los servicios de inteligencia de Gran Bretaña que, al tiempo, servían a la URSS como agentes de la KGB debido a sus firmes convicciones comunistas y del que formaban parte desde el periodista Kim Philby al historiador del arte y asesor artístico personal de la Reina de Inglaterra, Anthony Blunt que lo nombró sir de la Corona Real y. muchos años después, en 1979, fue destituido de su cargo de conservador de las colecciones reales, por la premier conservadora Margaret Thacher, la “dama de hierro”. 

Resulta altamente probable que miembros de este grupo fueran la fuente que informó al Gobierno de la II República. Durante los años de la guerra civil española, uno de integrantes de “los cinco de Cambridge”, Donald D. Maclean, era precisamente uno de los funcionarios del Foreign Office encargados de tramitar y analizar las gestiones de los catalanes y vascos, mientras que el considerado como responsable de este equipo de espías de la KGB, el periodista Kim Philby, se encontraba en España, en la zona franquista, como corresponsal del prestigioso The Times (9), lo que le permitía moverse en España con suma facilidad y contactar, si así lo precisaba su trabajo de inteligencia, y aunque tuviera que ser a través de personas interpuestas, con miembros del Gobierno republicano.

Como quiera que fuere, el presidente Negrín conoció los turbios manejos de los secesionistas catalanes y vascos y, reflexionando con profunda amargura sobre lo que estaba ocurriendo en Londres, pronunció entonces unas palabras escasamente conocidas todavía hoy en día pero que ponen en evidencia tanto su frontal rechazo de los nacionalismos independentistas como el amor a España de un estadista de profundas convicciones socialistas como él. Un político que, además, fue uno de los mejores científicos y catedráticos que tuvo nunca la Universidad española, formado en Alemania y que, dotado de una gran altura intelectual y políglota, podía hablar en su idioma – como lo hizo- con los grandes estadistas de su tiempo:

No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. De ninguna manera. Estoy haciendo la guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza. Se equivocan los que otra cosa supongan. No hay más que una nación: España. No se puede consentir esta sorda y persistente campaña separatista y tiene que ser cortada de raíz si se quiere que continúe siendo ministro de Defensa y dirigiendo la política del Gobierno, que es una política nacional.

Nadie se interesa tanto como yo por las peculiaridades de su tierra nativa: amo entrañablemente todas las que se refieren a Canarias y no desprecio, sino que exalto las que poseen otras regiones, pero por encima de todas esas peculiaridades, España.

El que estorbe esa política nacional debe ser desplazado de su puesto. Antes de consentir campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones, que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco, sin otra condición que se desprendiese de alemanes e italianos. 

En punto a la integridad de España soy irreductible y la defenderé de los de afuera y de los de adentro. Mi posición es absoluta y no consiente disminución” (10).

La pertinencia y actualidad de estas palabras de Negrín sobrecogen todavía hoy. Al menos a mí. Y no cabe duda alguna de su autenticidad. Las recogió de sus labios, directamente, uno de sus colaboradores más cercanos, otro socialista de la primera hora, el periodista Julián Zugazagoitia, que fue director de El Socialista, ministro dos veces de la II República, primero de Hacienda y después de Gobernación y, finalmente, secretario general de Defensa, cartera que Negrín aunaba con la presidencia del Gobierno. Un socialista muy próximo a Indalecio Prieto primero y a Juan Negrín después, al lado del cual permaneció hasta el último momento de la guerra civil.

Zugazagoitia – que en su prólogo a esta memorable obra, había escrito “no hay peor enemigo del español- y de lo español- que el español mismo”(11)- murió fusilado en las tapias del Cementerio del Este de Madrid el 9 de noviembre de 1940, tras haber sido condenado a muerte en Consejo de Guerra celebrado en julio de dicho año, tal como recuerda el historiador Santos Juliá en un texto biográfico de Zugazagoitia de gran valor (12). Se había exiliado a Francia y en París fue detenido por la Gestapo, que lo entregó a la policía franquista junto a Companys y el anarquista Joan Peiró, ex ministro de Industria de la República. 

Zuga, así lo llamaban sus compañeros de partido, reprodujo estas palabras de Juan Negrín en su libro Historia de la guerra en España, que escribió en París, entre 1939 y 1940, cuando todavía estaban muy frescos los recuerdos de la incivil contienda, teniendo, además, a la vista las notas que tomaba día a día a lo largo de una dilatada vida política. Su Historia de la guerra en España fue editada por primera vez en la Argentina, en 1940, con ese título y, posteriormente, en 1968, en París, por la editorial Librería Española, fundada por el republicano español Antonio Soriano, como Guerra y vicisitudes los españoles, con un prólogo espléndido de Roberto Mesa, catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid y vicerrector de la UCM con el socialista Francisco Bustelo como Rector, que escribió otro prólogo para la edición de esta obra editada por Ediciones Éxito en 1978 (13). Posteriormente, fue editada varias veces por otras editoriales, entre ellas Crítica y Tusquets.

En su libro, Zugazagoitia apostilla las palabras de Negrín con el siguiente comentario: “El propio Azaña no se hubiera pronunciado con más vehemencia. En este tema, los dos presidentes eran correligionarios”    

  (Rodrigo Vázquez de Prada y Grande. Director de Crónica Popular, Crónica Popular, 13/04/19)

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