"(...) También ha considerado que democracia y nacionalismo son poco compatibles.
Esto
es claro. La democracia liberal tiene su asiento en personas
individuales dotadas de derechos. El nacionalismo, por el contrario,
presupone la existencia de una entidad colectiva con una suerte de
destino histórico que está por encima de los individuos. Llámese nación o pueblo.
Para el nacionalista lo único importante es ese destino, y para
cumplirlo debe ignorar los derechos de los individuos si eso es
necesario.
Los nacionalismos son tendencialmente antidemocráticos.
Que no se equivoque nadie: los secesionistas catalanes demandan el
derecho de autodeterminación, o el derecho a decidir, no para dar la voz
al ciudadano, sino para que el mero reconocimiento de ese derecho
implique que Cataluña se ha tornado una entidad independiente que puede
decidir su destino político. Si consiguen ese reconocimiento, habrán
logrado su objetivo.
Después, les dará lo mismo lo que voten los
ciudadanos. Si votan que no, pedirán otro referéndum y otro referéndum,
hasta que salga el sí. Y ahí se acabará la democracia, porque no volverán a consultar el tema ni a apelar a ningún derecho a decidir.
Ortega y Gasset señalaba que el problema catalán solo “podía conllevarse”. ¿Sigue siendo un paradigma válido?
No sé qué suponía Ortega que era el problema catalán,
pero esa afirmación me parece desalentadora. Creo que los ciudadanos de
Cataluña son muy capaces de articular unos criterios positivos de
convivencia entre sí, con los demás españoles y con el resto de los
europeos. Y todo ello conservando perfectamente sus derechos, su lengua,
sus tradiciones y su cultura. Sólo hace falta que no les engañen ni les
llenen la cabeza con quimeras absurdas.
Según el
académico italiano Mauricio Viroli, la “única forma de vencer al
nacionalismo es redescubriendo el patriotismo”. ¿Lo suscribe?
El patriotismo de Viroli es un poco forzado. Es una forma intensa de
recordar que uno tiene unas creencias políticas abiertas y un cierto
amor a su tierra y sus gentes. Eso es algo muy común y sencillo. Casi
todos lo tenemos. Y estamos dispuestos a defenderlo. Pero elevarlo a la
temperatura del patriotismo no me parece positivo. Yo tiendo a
considerar al patriota como una amenaza potencial por su exaltación. Y hay ciertos episodios de la historia de mi patria que rechazo profundamente.
Lo
que debe preocuparnos son los derechos y el bienestar de los
conciudadanos que nos ha tocado vivir juntos, no las entelequias que se
inventan a partir de un relato impostado.
Por lo que
respecta al catalanismo, analistas como Ricardo Dudda lo consideran el
“soporte intelectual del independentismo”. ¿Le parece cierto?
Parece
que hay dos catalanismos: el catalanismo que subraya la pujanza de la
lengua y la cultura catalana, y trata de cuidar sus tradiciones, su
historia y hasta su idiosincrasia, pero todo ello en el marco de una
convivencia fluida con los demás ciudadanos (tanto si viven en Cataluña
como si viven en el resto de España); y el catalanismo excluyente y
secesionista que ha inventado esa nueva historia de las
incompatibilidades y ha alentado con ello el procés. Yo creo que sólo esta versión puede servir de soporte al independentismo.
Un estudio reciente demuestra que el modelo catalán de
inmersión lingüística lastra el rendimiento de los alumnos
castellanohablantes. ¿A una sociedad bilingüe no debería corresponderle
una escuela bilingüe?
No conozco ese estudio, pero es
plausible. Yo voy más allá: creo que toda escuela contemporánea debe ser
plurilingüe. Y no sólo porque parece que el plurilingüismo estimula más
la inteligencia de los chicos, sino porque en una realidad tan
globalizada no conocer lenguas equivale a ser medio analfabeto.
Enseñar
el castellano es enseñar una lengua que hablan 500 millones de seres
humanos. La tercera, tras el chino y el inglés. De forma que un chaval
que acabe su educación hablando catalán, castellano e inglés es con toda
seguridad un ciudadano catalán del futuro. Si se limita al catalán,
será un paleto que se queda en la cuneta de la historia. El
parroquialismo es siempre pobre como programa escolar. (...)"
(Entrevista a Francisco Laporta, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid y colaborador habitual en el diario El País, Óscar Benítez, El País, 17/02/19)
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