"(...) No hay duda de que el procesado Sànchez participó de modo activo en los
peligrosos incidentes ocurridos frente al departamento de Economía de la
Generalidad. (...)
A primera hora de la mañana el procesado Sànchez (hummm, me tienta
más de lo que debería este sintagma) se enteró de que la Guardia Civil
había entrado en el departamento de Economía para practicar un registro
por orden de un juzgado de Barcelona.
Ante las preguntas del fiscal
admitió, sin mayor inconveniente, que de inmediato había llamado a los
ciudadanos para que fueran hacia allí. Aunque era seguro que tenían que
ver con el Proceso, casi nadie sabía el motivo de las diligencias. Pero
Sànchez mandó a su gente, que acabó concentrándose hasta llegar a los
cincuenta mil. Una lógica decisión de liderazgo.
Faltaban diez días para
la fecha del referéndum y sólo había una pregunta en Cataluña: ¿la
Policía española lo impedirá? Estuviera o no vinculada con la pregunta,
la irrupción, por primera vez, de la Guardia Civil en una dependencia
del gobierno catalán tenía un alto valor simbólico. Yo recuerdo
perfectamente hasta qué punto la celebré.
El procesado la celebró
también porque le dio oportunidad de poner en práctica, por primera
vez, el concepto de violencia pacífica (tan catalanísimo) al que ha
dedicado su vida, más o menos, adulta. En la pintoresca dialéctica entre
democracia y ley de la que el nacionalismo ha hecho divisa, la
violencia pacífica ejerce de hegeliana síntesis.
Cualquier dirigente del
Proceso sabía que si los ciudadanos no paralizaban la vida cotidiana,
la independencia sería una quimera. Por eso fue y es una quimera. El
procesado Sànchez, encargado de recursos humanos, hizo aquel día 20 el
primer ensayo. Si la Guardia Civil entraba en la Generalidad,
difícilmente saldría: ese era todo su objetivo.
De modo consecuente, la
Assemblea Nacional Catalana, que presidía, publicó aquel tuit que
aclaraba a sus seguidores que el cordón de voluntarios no tenía por
objeto facilitar la salida de la Guardia Civil.
La Guardia Civil salió de allí difícilmente. Y la secretaria judicial
por las azoteas. Luego vino la formidable escena final, pasada la
medianoche. Unos coches de la Guardia Civil habían quedado
imprudentemente atrapados en la concentración. Y, ciertamente, no habían
sido bien tratados por los manifestantes.
Ahora son una incómoda prueba
de cargo, pero aquella noche eran un botín. Como el ambiente iba
quedando ya en manos de los acérrimos, el procesado Sànchez no quiso
perder la posibilidad de aparecer como hombre de paz. Megáfono en mano
llamó a que se fueran los que ya se estaban yendo. Pero el rapto de
inspiración lo había tenido al decidir el lugar desde donde hablaría: el
techo de uno de los coches vejados por el pueblo.
Hoy esa imagen se
vuelve en su contra, pero aquella noche envió un inequívoco, feliz y
alentador mensaje a los ciudadanos cómplices: la Guardia Civil ha
querido profanar el autogobierno de Cataluña y esto es lo que ha
sucedido. El coche parecía un lorquiano toro muerto, con mil abigarradas
banderillas clavadas, y el procesado Sànchez, lo que es la vida del
nacionalista, su torero. (...)" (Arcadi Espada, El Mundo, 22/02/19)
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