"(...) A los 8 años, aterrizas en Cataluña…
Y llegamos a Vich, que tampoco es cualquier sitio. Fuimos a parar a
un barrio popular, donde había una escuela donde me sentí acogida, en un
proceso muy natural, sin demasiados traumas. Pero, luego, con el tiempo
he ido viendo que muchas de las cosas que entonces vivimos fueron una
suerte.
He encontrado un estudio antropológico sobre esa escuela, en la
que había un grupo de maestras, con mucha conciencia social yo creo, que
habían visto como en la anterior inmigración (la de los llamados
“castellans”) se había producido una estigmatización muy importante de
los alumnos. También es verdad que nosotros llegamos en un momento
distinto, en democracia, con la inmersión...
¿Lo cual, poco parece tener que ver con la idea de “un sol poble”, tan al uso?
La situación actual es muy extraña. Habíamos crecido, mi generación y
las posteriores, en una idea de Cataluña como lugar de inclusión. Hora,
utilizamos las mismas palabras para hablar de situaciones que han ido
cambiando con el tiempo. Hay una cierta tendencia en la sociedad
catalana a incluir esa diversidad y acoger, etc.
Creo que en la base sí,
aunque no puedo compararla con otras partes del mundo, porque solo
conozco esto. Pero sí que creo que hay una sensibilidad especial en los
colegios, las asociaciones, en bastante gente. Lo que no sé es si eso
fue objeto de política. Durante la época del tripartito (ahora
demonizado) creo que si se hicieron esfuerzos para acoger al millón de
personas que entonces llegaron a Cataluña, procedentes de todo el mundo.
Se hicieron cosas que no solo iban en la dirección de integrar la
diversidad cultural, sino la económica como, por ejemplo, el Plan de
barrios. Había mucho debate y cuando llegó la crisis todo ese trabajo
quedó absolutamente parado.
Uno de los primeros mensajes que entonces se
lanzó era que los últimos en llegar tenían que ser los primeros en
irse. Hubo una campaña publicitaria con carteles en los que aparecían
personas con diferentes fenotipos que decía. “Si estás pensando en
volver. Plan de retorno voluntario”.
¿Ese enrarecimiento del entorno, con la corrupción, la crisis
económica, la erosión de valores… de por medio, desdibuja el horizonte
de Cataluña?
De alguna forma, se ha dejado de lado la principal soberanía de
cualquier democracia, que es la soberanía ciudadana, para fijarse en la
soberanía nacional. Creo que el principal problema del “Procés” es que
los ciudadanos no podíamos pedirles cuentas a nuestros gobernantes,
porque hay un elemento que condiciona la política.
Cuando se estaban
haciendo recortes, empobreciendo a clases sociales, no se podían pedir
responsabilidades a quienes nos gobernaban. Todo se supeditaba a un
futuro en el que, con la independencia de Cataluña, íbamos a solucionar
todos los problemas. Las campañas (frívolas) contra cualquier voz
discrepante fueron muy salvajes. Hubo un momento en el que nos pedían
que creyéramos. Era un dogma de fe.
¿La recuperación del paraíso perdido?
Mi primer libro se titula “Jo també sóc catalana”. Una reivindicación
que tenía que ver con la reivindicación de ciudadanía. Yo me
reivindicaba como ciudadana de Cataluña. Esa abdicación de la ciudadanía
explica mucho de lo que está pasando. De repente, ya no somos personas
que votamos, que preguntamos y que queremos que en el Parlament se
debata, entre otras cosas la propia cuestión nacional.
Yo vengo de un
lugar donde el chantaje de pertenencia es algo brutal. En el Rif, tal
como yo recibí la identidad colectiva, entre cuyos fundamentos está la
discriminación de la mujer, predomina el “nosotros” sobre cualquier otra
cosa. Y yo tuve que romper con eso. La idea de un “nosotros” cerrado es
asfixiante. La catalanidad que yo viví antes del “Procés” no tenía nada
que ver con esto. Era una forma de reivindicar la ciudadanía, con la
complejidad individual de cada uno. El haber nacido en otro sitio y
poder participar.
Eso existía, cuando todavía no estaba el relato.
Conozco mucha gente que llegó a Cataluña en los años 60, que quiso
aprender catalán y adaptarse por iniciativa propia. Eso es algo muy
valioso. Porque cuando te obligan a elegir entre tus raíces y el lugar
donde estás, resulta muy empobrecedor.
¿Pero, en definitiva, la reacción frente a la
universalización, el internacionalismo, no está condenado a acabar en el
basurero de la historia?
Aquí, desde el “Procés”, la inclusión no está en la catalanidad, como
pasaba antes, sino en el independentismo. Antes teníamos un discurso
público que nos decía que todos los que viven y trabajan en Cataluña son
catalanes (la frase tiene tela, pero bueno) y ahora es como si la
identidad se hubiera desplazado hacia una determinada opción política.
Ahora para poder ser catalán, se dice, tienes que ser nacionalista.
Y
para poder captar el voto de la llamada comunidad musulmana (que es algo
que no existe, porque las personas de religión musulmana que viven en
Cataluña se agrupan y relacionan en función, sobre todo, del origen y
del lugar donde están) se fomenta ese comunitarismo, en el que nos
tenemos que significar no como ciudadanos, sino en base a nuestra
religión, lo cual me parece demencial. Eso ocurrió el año pasado con los
atentados.
¿Hacer frente a todo esto, no reclama un gran esfuerzo cultural? ¿Cómo está la cultura en Cataluña?
La catalanidad, como la he vivido, no tiene nada que ver con las
manifestaciones excluyentes. Una de las cosas curiosas que han ocurrido
en los años del “Procés” es la pérdida de centralidad de la cultura
catalana.
Fíjate como en las entrevistas que se hacen a cualquier
dirigente político (cosa que no ocurre solamente aquí, pero que se nota
más porque estamos hablando de una cultura que tuvo que resistir,
sobreponerse a circunstancias más desfavorables), nadie es capaz de
citar un solo libro. No hay ningún político que cite una novela que haya
leído en los últimos años.
Antes, hipócritamente, se disimulaba un poco
¿Quién habla ahora de literatura catalana? ¿Qué lugar ocupa la
literatura catalana en los medios catalanes? En el otoño pasado, se
sabe, que la gente dejó de comprar libros, de ir al teatro… Cuando
escuchabas los discursos dominantes, mientras se iba recortando en
cultura, en lengua…, empequeñeciendo el espacio de lo catalán, cabe
preguntarse a dónde vamos.
Si se llega a tener un Estado a partir de
estos planteamientos ¿Qué Estado será? ¿Una carcasa vacía?
¿Se percibe alguna luz al final del túnel?
Estoy perpleja y preocupada, porque se ve una escalada de la tensión.
Una falta de liderazgo, que influye mucho. La crispación, los
enfrentamientos…, no me hacen sentirme muy optimista. Hay que educar más
en ciudadanía. Los atentados me dieron mucho que pensar en este
sentido, porque pusieron de manifiesto que es muy peligroso no abordar
las cosas con más profundidad." (Entrevista a Najat El Hachmi, El Triangle, 16/09/18)
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