"(...) ¿Existe algún estado en el mundo que sea confederal más allá del nombre?
(...) siempre ha prevalecido el talante de los que hacen una
lectura naturalizada del hecho nacional y que van desde los sectores más
cerrados del españolismo más o menos democrático, hasta los hijos
ultranacionalistas de las clases medias semirrurales catalanas que ahora
abrazan la causa de un anticapitalismo más que discutible, y pasando
por los que ven en el confederalismo una cómoda salida intermedia al
problema.
Porque los confederalistas, al menos los convencidos, forman
parte del grupo de los naturalizadores del hecho nacional y todo lo que
proponen es una nueva combinación de naciones que dan por existentes
para siempre, si es posible encajándolas de tal forma que, en el momento
oportuno, se puedan hacer independientes al menor coste posible.
De
hecho algunos de ellos son independentistas, yo creo que coordinados, en
parte incluso organizados desde los espacios del secesionismo, y
enviados para intentar pescar algunos votos de los que se oponen a la
secesión infiltrando para ello los espacios políticos y sindicales no
nacionalistas siguiendo el modelo del entrismo trotskista, algo que
resulta realmente fácil de hacer en estructuras como la de Podemos o En
Comú.
Yo no creo que el confederalismo sea un espacio político
intermedio sino más bien una etiqueta para salir del paso y evitar
sufrir un desgaste excesivo en espera de tiempos mejores -así me lo han
confirmado, casi literalmente, algunos dirigentes de Podemos-, en
definitiva para encontrar algún tipo de acomodo temporal dentro de la
situación creada, pero no mucho más.
No es cualquier cosa la que afirmas.
Su propuesta del “referéndum pactado” ilustra bien el
intento de no tener que enfrentarse a una situación políticamente
incómoda salvando los muebles. Es como si una fuerza política dijera,
tras la muerte de Franco: “estamos a favor de la democracia pero no
proponemos ninguna opción concreta para someterla a votación”.
¿Quién se
habría creído eso? Es la posición de un jefe del estado, de la iglesia o
tal vez de una patronal o un sindicato pero no de un partido político.
Esta forma intransitiva de intervenir en el debate democrático -”quiero
que la gente pueda optar, pero no digo el contenido que propongo para
esa opción” beneficia naturalmente al proyecto indepe a costa del
cualquier otra agenda.
Espero En Comú Podem, del que forman parte muchas
personas dignas de todo mi respeto político, se remanguen de una vez y
aborden el problema por la raíz. Pero la discusión en profundidad sólo
se puede realizar hoy fuera de la tutela de los partidos pues es la
única forma de asegurara la libertad discursiva que exige una tarea de
este tipo.
Los partidos progresistas están divididos por esta cuestión y
además están sometidos a tacticismos de naturaleza electoral que
distorsionan las discusiones estratégicas lo cual los hace poco aptos
para abordar un diseño a largo plazo que, además, tiene que tener la
máxima transversalidad política.
De luego nada de todo esto quiere decir
que no haya que hablar con muchos de los que hoy manejan una idea
ahistórica de nación, muchas veces sin ser muy conscientes de ello o,
incluso, ni pretenderlo realmente. Todo lo contrario. Demostrar el
carácter abierto de toda construcción nacional o de país puede provocar
un cambio muy rápido en el universo de significados de muchas personas.
Pero yo creo que lo que toca ahora es propio de la casi hora cero en la
que nos encontramos: generar una masa crítica mínima -milite o no en
partidos políticos pero siempre fuera de su tutela política- que se
ponga de acuerdo en un nuevo diseño de país que pueda llegar a ser
transversal y mayoritario. Sólo después toca someter la propuesta a
debate con partidos, sindicatos, patronales etc.
Frente al concepto ahistórico de
nación, tú defiendes un concepto histórico. ¿Y eso qué significa
exactamente? ¿Que las naciones no son eternas, que nacen, se desarrollan
y mueren? ¿Ya está?
¿Te parece poco?
No sé cómo se puede sostener lo contrario
Toda creación humana, también el capitalismo y por
supuesto las naciones son productos históricos que nacen de los tiras y
aflojas entre grupos e intereses contrapuestos.
Los que han construido
el actual orden nacional e identitario son actores determinados que lo
hicieron en respuesta a necesidades y problemas prácticos de su tiempo,
hacia 1980 en un contexto de correlación de fuerzas determinadas, una
opinión pública determinada y una población con un nivel de instrucción
determinada.
Esta forma de pensar no tiene nada que ver con la idea de
un alma o de una identidad colectiva en busca de un acomodo nacional
independiente. El pensamiento religioso ha alimentado mucho esta forma
de pensar, lo cual explica el radicalismo nacionalista de la iglesia
católica en su intento por impugnar los estados creados en el siglo XIX a
los que acusaba de artificiales e ilegítimos comparados con la hondura y
trascendencia que emana, aparentemente, de los “pueblos” y de su
“voluntad colectiva”.
Aunque entiendo que la palabra “historia” resulte
aquí un poco equívoca pues podría servir para buscar la legitimidad del
presente en cosas que han sucedido -o se pretende que hayan sucedido- en
el pasado y para todos los tiempos. Pero la noción de historia que aquí
manejo no es sinónimo de “pasado”.
El núcleo de la forma “histórica” de
pensar es la conciencia del devenir, del cambio producido por las
generaciones presentes a partir de materiales heredados del pasado,
mayormente inmediato, pero sin dejar que este se haga inviolable y
mítico como sucede con los “derechos históricos” o las patrias lejanas.
Pensar en términos históricos significa adquirir conciencia de una cosa
incómoda y difícil: que todo cambia y que, además, lo hace inducido por
situaciones y actores identificables y no por entes abstractos que
encarnen una continuidad inamovible de un pasado imposible se ser
discutiva.
En realidad, pensar históricamente es el alma de la tradición
progresista, pensar en términos de pasado es el alma del
conservadurismo. En ese sentido hay mucho progresista en este país que
no es consciente de las sombras conservadoras que envuelven muchos de
sus posicionamientos en el tema nacional.
Afirmas también que dos ejemplos de
invención de país serían los proyectos de construcción nacional de los
catalanes y vascos nacionalistas (que no son todos; los otros tienen
también otros proyectos). Pero ellos, cuanto menos aquí, en .Cat,
afirman que no inventan nada, que se limitan a defender lo natural, lo
normal, lo usual, su nación esquilmada, explotada y oprimida. Nada de
inventos: el ser escondido, su nación, sale a la luz. Ellos no inventan,
ayudan a la irrupción de lo que es y ha sido.
Cualquiera que haya vivido en España a lo largo de los
últimos 30 años ha sido testigo de que las naciones efectivamente se
construyen, de que la historia domina sobre el pasado.
A pesar de sus
convicciones conservadoras, los gobiernos nacionalistas han venido
siguiendo una paciente pero persistente labor política de construcción
nacional bajo el paraguas, aparentemente inocuo, del llamado
“autogobierno” que no es una estrategia sino más bien una táctica para
ir ganando tiempo sin que suenen las alarmas hasta crear realidades
irreversibles: han sabido cambiar el presente histórico para regresar al
pasado eterno. Con un presupuesto de 30.000mill€, algo menos en el País
Vasco, es posible hacerlo.
Los ejemplos vasco y catalán son impactantes
e ilustran que no sólo es posible y necesario inventar un nuevo país,
sino que es técnica, económica y políticamente factible hacerlo, que hay
precedentes inmediatos a la vista de cualquiera que decida abrir los
ojos. (...)"
(Entrevista a Armando Fernández Steinko, Salvador López Arnal , Rebelión, 16/07/18)
(Entrevista a Armando Fernández Steinko, Salvador López Arnal , Rebelión, 16/07/18)
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