"(...)--¿Cómo se gestó y por qué el proyecto del documental con el título de ‘Federal’?
--Desde Federalistes d’Esquerres
quisimos impulsar un proyecto audiovisual que sirviera para estimular
el debate y hacer pedagogía de los valores federalistas sin rehuir las
enormes dificultades y contradicciones que conlleva. No es una película
propagandística, como tantas otras que se han hecho sobre el procés,
sino un film que pretende hacernos reflexionar a partir de voces
también discrepantes.
Era un momento, hace un par de años, en que los
federalistas parecían unos seres extraños en Cataluña, como si fuéramos
el pueblo de Asterix asediado por el imperio político y mediático
“indepe”. Pero la idea era pensar no sólo en el problema catalán, sino
sobre todo en la crisis de gobernanza en Europa y en otros países
occidentales.
Si Europa no se construye como una república federal no
tendremos defensa frente al resurgimiento del eterno juego identitario
que la ha desangrando durante siglos. La construcción de la Europa unida
y la consolidación de un modelo de soberanías compartidas como es el
federal es, en realidad, la utopía por la que es necesario volver a
luchar.
--Ese modelo federal, siguiendo lo que pueda ser Europa en el futuro, ¿es válido para Cataluña?
--El caso catalán es una réplica de movimientos
sísmicos e escala planetaria. En Cataluña se dan dos elementos
principales, el nacionalismo y el populismo que también encontramos en los EEUU de Trump, en la Italia de Salvani
o en tantos países europeos. La diferencia aquí es que el enemigo –el
nacionalismo del PP—era de derechas y eso empujaba el independentismo
catalán hacia la izquierda pero, no nos engañemos, hay muchísima gente
que piensa lo mismo que Torra en sus tuits.
En el independentismo
catalán hay también una pulsión provinciana, xenófoba y supremacista muy
potente. El interés de cualquier nacionalismo es llevarlo todo a una
dicotomía entre blanco y negro, o eres amigo o enemigo. Lo hemos visto
tantas veces a lo largo de la historia que parece mentira que volvamos a
caer en una trampa tan pueril en una época en que todas las sociedades
son multiculturales y mestizas.
Lo que sabemos es que las entidades
políticas más eficaces en el mundo tienen sistemas federales: Estados Unidos, Australia, Canadá, Suiza, Alemania o Bélgica.
Y también la Unión Europea que, o se acaba organizando federalmente o
no funcionará. Cataluña ha de encontrar su espacio en ese proyecto,
teniendo en cuenta que cada sistema federal es distinto y obedece a los
particularismos históricos de cada entidad.
No es lo mismo el
federalismo de los EEUU que el Suiza o el de Alemania. Lo único que
comparten es que permiten gobernar sociedades cultural y políticamente
muy complejas.
--¿Un federalismo asimétrico o simétrico?, porque esa es otra discusión.
--Pero es que el federalismo totalmente simétrico no
existe. Ni en Estados Unidos, con estados que tienen la pena de muerte
frente a otros que no la tienen. Hasta Alemania, como referente del
federalismo cooperativo, tiene tensiones periódicas.
Lo que no hay allí
son intentos de ruptura unilateral del espacio de convivencia común.
Tienen un estado, como Baviera, que se define como estado libre asociado
y no pasa nada. Cuando se ha planteado, sin embargo, si Baviera puede
ejercer la autodeterminación, si puede romper con la federación, el Tribunal Constitucional Alemán ha dejado muy claro que no.
--¿Esa cuestión podría ser válida para Cataluña, aprendiendo del modelo de Baviera?
--Sin duda, me parece que sería una salida. Se
trataría de una evolución del estado autonómico. Y eso sin dejar de lado
que en muchos países federales, sus estados no tienen tantas
competencias como algunas de las comunidades autónomas históricas
españolas.
Pero no hay que tener miedo a las palabras. Cada entidad ha
de poder denominarse como quiera mientras sea leal al marco común. En
España podría ser parte de la solución.
--¿Estaría de acuerdo,
entonces, como apuntan algunos constitucionalistas que, en realidad,
seguimos en transición, porque no se completó lo que apunta la
Constitución sobre las autonomías, que en aquel momento no existían y,
por tanto, tampoco se nombran?
--El artículo 2, por ejemplo, permite aún abrir abre
muchas ventanas. No me gusta nada cuando se habla del “régimen del 78”
como si fuera una especie de dictadura bis. Creo que la Constitución
tenía un espíritu federalizante, con un mandato a las generaciones
siguientes: lo podéis completar, o no. El problema no es la Constitución
sino el uso que se ha hecho de ella.
Se podría avanzar hacia una
estructura federal mediante una reinterpretación del texto y el
desarrollo, mediante disposiciones adicionales, de algunos artículos que
permitieran resolver algunos de los grandes escollos como la
financiación o el blindaje de competencias. Es sobre todo un problema de
voluntad y de consensos políticos.
Lo que seguro que exigiría una
reforma constitucional es la reconversión del Senado en un auténtico
“Bundesrat”, el espacio en que dialogaran las comunidades federales
españolas. Ahí sí tenemos un reto porque una parte importante de la
derecha lo va a impedir por todos los medios.
Lo importante es ir
avanzando es esa dirección, sin pasos atrás como los de las dos últimas
décadas. La clave ahora la tiene Ciudadanos, que debería entender que la
recentralización no lleva a ningún sitio.
--Porque, el nacionalismo no ha querido nunca un modelo federal.
--Los constituyentes eran totalmente conscientes de
ese problema. Los nacionalistas vascos y catalanes siempre prefirieron
la negociación bilateral al mal llamado “café para todos”, que nunca fue
tal. La ironía es que Taradellas desconfiaba de Pujol,
entre muchas cosas, porque lo veía como un multilateralista.
Lo que
entendieron los nacionalistas y regionalistas, y Pujol el primero, es
que el estado autonómico era una oportunidad única para monopolizar el
poder jugando al agravio comparativo, teniendo en cuenta además que el
estado central con sus inercias jacobinas tampoco supo apostar
claramente por la descentralización que defendían los constituyentes.
Surgieron muchos “Pujoles” por todo el territorio español y sus hijos
políticos han acabado jugando a la deslealtad institucional, un pecado
imperdonable en democracia. Y sin embargo, el sistema se mueve y avanza.
Lo importante de esta Constitución, como dijo Miquel Roca, no es tanto
la letra como la música y a pesar de los pesares hemos consolidado un
sistema democrático que es capaz de echar, al menos en Madrid, a un
gobierno corrupto. Ahora falta dar un empujón en una dirección netamente
federal.
--Pero en Cataluña ahora, el
problema no será el de hacer entrar el genio en la botella, que, una vez
fuera, se negará a entrar en un terreno de cierta racionalidad, que
pase por abandonar la vía unilateral hacia la independencia?
--El ejemplo es el del plan Ibarretxe, en el País
Vasco, que les acabó costando el gobierno a los nacionalistas vascos.
Cuando entendieron que ese camino llevaba a la vía muerta, volvieron a
lo de siempre, a la negociación y a consolidar pequeños avances
políticos que van sumando más autogobierno gracias a su influencia en el
Congreso.
Creo que una parte de la sociedad catalana entenderá que no
hay alternativa y que el derecho a decidir no se da en ninguna parte,
salvo ese caso singular del Reino Unido. Lo que se ha visto es que
lanzar un cambio legislativo a partir de un referéndum es una trampa.
Debería ser al revés.
Es lo que les pasó a los canadienses. El derecho a
decidir es un arma de destrucción masiva en manos de quienes lo
monopolizan. Querrán repetir el referéndum una y otra vez, como ha
pasado en Canadá, o como puede pasar en Escocia. En Quebec llevan más de
40 años dándole vueltas a lo mismo y dejando la agenda social en un
segundo plano.
Y lo que se ve y eso es lo más importante, es que cuando
visitas y conoces Canadá, percibes que Quebec es un territorio bien
gestionado y con un buen nivel de vida porque es canadiense y es
federal, pero a poca distancia compruebas que el gran poder económico se
ha ido a Toronto. La posición predominante que tenía Quebec en los años 70 la ha perdido.
Ya no la recuperará.
Y aquí, en Cataluña está pasando algo bastante
peor, porque no somos Canadá sino un país tan homologable en los niveles
de corrupción, clientelismo y baja calidad democrática como el resto de
España.
--¿Eso ya está pasando y no se percibe o no se quiere percibir?
--Es que hay dos maneras de vernos, depende del
espejo que queramos elegir. No puede ser que nos miremos siempre en un
espejo deformante que sólo nos diga lo guapos que somos. Y ése es el
papel que ejercen los medios de comunicación públicos.
Las cifras reales
de las industrias culturales nos dicen que han bajado enormemente las
visitas a los grandes museos, que casi no hay producción
cinematográfica, que hay muchas menos matriculaciones en las grandes
escuelas que viven de la clientela de fuera, que la ciudad de Barcelona
pierde su capacidad de atracción como marca mundial.
Hay turistas, sí,
pero los indicadores muestran que perdemos calidad. Las imágenes del
Parlamento saltándose la legalidad aleja el poder económico, las
imágenes de violencia en las calles aleja a visitantes de calidad, los
discursos populistas o xenófobos han hecho que se pierda incluso una
corriente de simpatía internacional que se habían ganado los
indepedendistas.
--¿Barcelona en peligro?
--Creo que, por ejemplo, los Comunes se equivocan
mucho cuando despliegan un lazo amarillo en la fachada del Ayuntamiento.
Deberían darse cuenta de que Barcelona y su área metropolitana son las
grandes perjudicadas por el procés que en la práctica defiende, no lo olvidemos, una Cataluña aislada de Europa y con una capital provinciana. (...)
--Al margen de la discusión
sobre si el independentismo ha tenido o no mayorías suficientes, ¿el
problema no es la propia idea? ¿No es la idea un error, la
independencia, cuando estamos en proyectos federalistas europeos?
--La idea de la independencia es un absurdo absoluto.
Cualquier persona observador de la política europea mínimamente
informado sabe que la independencia unilateral y la UE no son
compatibles. Gente del mundo independentista que conoce a la perfección
los entresijos de la UE sabía que era imposible que Catalunya estuviera
en la UE porque la entrada de un nuevo miembro requiere de la unanimidad
de los 27 estados miembros, y ninguno aceptaría una Cataluña
independiente porque con ello daría alas a sus propios movimientos
nacionalistas internos.
Si difícil resulta gestionar una Europa de 27
imagínese una de 200 enfrentados entre sí. Nos han mentido a conciencia y
después han reaccionado con cinismo, diciendo que iban de farol. (...)" (Entrevista a Albert Solé, Manel Manchón, El Español, 15/07/18)
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