12/9/18

--Usted tiene amigos en el procés. --Algunos muy amigos, alguno en Bélgica, otros en la cárcel. Su actitud es aún más dolorosa para mí. No dejaré de quererlos como amigos pero me indigna que hablen de exilio y de presos políticos porque nosotros sí sabemos qué era eso.

--Pregunta: ¿Qué pasa ahora si se extradita a Puigdemont solo por prevaricación?

--Respuesta: Pues que si al final es extraditado, juzgado y condenado sólo por ese presunto delito quedará, como mínimo, inhabilitado para ejercer cargos públicos por mucho tiempo. A algunos les parecería muy poco castigo para alguien que ha cometido tantos atropellos democráticos y además es un agravio terrible para los que fueron consecuentes con sus actos y se quedaron aquí arrostrando posibles condenas mucho más graves. 

Lo que los líderes del procés no podrán negar, desde luego, es que siempre supieron adónde llevaba su estrategia. Me parece mucho más digna la actitud de Junqueras que la de Puigdemont. Dicho esto, a mí personalmente la extradición me parecería una solución políticamente razonable en aras a propiciar una cierta reconciliación y rebajar la tensión.

 Yo me contentaría con impedirles que vuelvan a ejercer cargo público alguno visto el resultado absolutamente devastador de su gestión. Otra cosa es gestionar la crisis del sistema de justicia europea a la que lleva este caso.  (...)

 --El caso catalán es una réplica de movimientos sísmicos e escala planetaria. En Cataluña se dan dos elementos principales, el nacionalismo y el populismo que también encontramos en los EEUU de Trump, en la Italia de Salvani o en tantos países europeos. La diferencia aquí es que el enemigo –el nacionalismo del PP—era de derechas y eso empujaba el independentismo catalán hacia la izquierda pero, no nos engañemos, hay muchísima gente que piensa lo mismo que Torra en sus tuits. 

En el independentismo catalán hay también una pulsión provinciana, xenófoba y supremacista muy potente. El interés de cualquier nacionalismo es llevarlo todo a una dicotomía entre blanco y negro, o eres amigo o enemigo. Lo hemos visto tantas veces a lo largo de la historia que parece mentira que volvamos a caer en una trampa tan pueril en una época en que todas las sociedades son multiculturales y mestizas.  (...)

--Usted tiene amigos en el procés.

--Algunos muy amigos, alguno en Bélgica, otros en la cárcel. Su actitud es aún más dolorosa para mí. No dejaré de quererlos como amigos pero me indigna que hablen de exilio y de presos políticos porque nosotros sí sabemos qué era eso. 

Nos hemos criado juntos y rodeados de gente que pasaron exilios terribles, como mis propios abuelos. Si volvían les iba la vida. Cuando hablamos de presos políticos pienso en Marcos Ana, en Miguel Núñez o en Juana Dueña. Pasaron decenas de años en las cárceles franquistas, torturas y condenas a muerte simplemente por pertenecer al Partido Comunista. 

Esos sí eran presos políticos. Nada que ver con vivir en el palacio de Waterloo pagado por los líderes xenófobos flamencos y con un equipo de televisión a tu disposición para decir lo que te apetezca. 

La sorpresa fue comprobar como mis amigos, que conocían perfectamente estos casos, empezaban a comulgar y congeniar y a hacerse fotos con aquellos líderes como Artur Mas que siempre había encarnado la antítesis de su manera de pensar y de actuar. 

El pensamiento mágico del nacionalismo es lo que tiene. Son mis amigos pero ahora vivimos en planetas políticos muy alejados.

--¿Y eso de quién es culpa, cómo se llega a pensar eso?

--Es un debate sí, muy complicado. Como periodista he vivido otros procesos nacionalistas descontrolados. La experiencia de Bosnia te dice que la prioridad es retirar a los pirómanos. Sin eso no se arregla. Y hay varios factores, como los medios de comunicación. 

No puede ser que haya presentadoras en la cadena pública de televisión vestidas con camisetas de Puigdemont, no puede ser que los del lacito amarillo no salgan a la calle cuando se conoce la sentencia del caso Palau, no puede ser que Mas, Torra o Puigdemont comparen el procés catalán con la lucha de los esclavos negros y nadie levante la voz. 

Tenemos un problema de calidad democrática. Hay mecanismos de creación de odio que campan a sus anchas. Hay que recuperar la pluralidad y la neutralidad de las instituciones públicas."                      (Entrevista a Albert Solé, Manel Manchón, El Español, 15/07/18)

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