"La catástrofe se consuma: el juez Llarena retira la euroorden contra Carlos Puigdemont: Por lo que dice el periódico
"Llarena destaca 'la falta de compromiso' del tribunal alemán con unos
hechos que podrían haber quebrantado el orden constitucional español, y
estima que con su decisión han anticipado un enjuiciamiento para el cual
no tienen cobertura normativa, sin sujetarse ni a los preceptos de la
Decisión Marco sobre la Orden de Detención Europea, ni a la
jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, ni al
Manual sobre la euroorden elaborado por la Comisión Europea".
Es un párrafo sorprendente: si a juicio de Llarena, el tribunal
alemán no se sujeta a la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la
Unión Europea su obligación era apelar al Tribunal de Justicia de la
Unión Europea. Pero España está llena de hombres pequeños. Y de toreros,
como se sabe. De grandes toreros de salón.
Que nunca rematan. Es
probable que en Luxemburgo le hubieran partido la cara. Pero, al menos,
solo la cara.
Para acabar de rematar sus incongruencias y sus pequeñeces, Llarena
retira la euroorden en lo que afecta al resto de prófugos. O sea, admite
que sus argumentos serían igualmente rechazados en Bélgica y Escocia
que en Alemania. Que es lo mismo que decir en Europa.
Para esa
vergonzante retirada por la puerta de atrás, más le valdría haber
recibido la bofetada por delante: y que en Luxemburgo le hubieran dicho
formalmente lo que es una evidencia: que no existe un espacio moral y
político europeo y que por lo tanto no puede traducirse en una euroorden
de esta naturaleza. Así, de esta catástrofe podría haber surgido, al
menos, una profunda crisis europea.
Lo que ahora queda es un Estado perplejo y humillado, con un juicio en el inmediato porvenir que ya ha sido juzgado." (Arcadi Espada, El Mundo, 19/07/18)
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