"(...) Lo cierto es que el conservadurismo va ganado la
batalla. Se impone la huida del derecho del trabajo, el trasvase de las
rentas de los trabajadores a las del capital, la involución en el
respeto de dos de los derechos básicos de los trabajadores: el de
negociación colectiva, dejando inermes a los trabajadores, y el de
huelga con las nuevas amenazas punitivas del código penal.
La izquierda
política no es capaz de hacer frente a esta ofensiva.
Primero, por su
inconcebible división en el diagnóstico de lo esencial, que debería ser
la recuperación de la presencia y la fuerza organizada de los
trabajadores para recuperar su peso como clase en la sociedad.
Segundo,
por la incomprensible deriva de una parte de esa izquierda que sustenta
la idea de que nuestra democracia es herencia directa del franquismo. O
no saben lo que fue o se equivocan profundamente: la principal tarea hoy
de la izquierda española –y europea- debería ser la defensa de nuestro
Estado social y democrático de derecho, que tanta lucha y esfuerzo costó
conseguir.
Socavarlo, contribuyendo a esa especie de que España es una
democracia fallida o poco menos, solo favorece a la derecha económica y
política más ultramontana, interesada en todo lo que huela a deterioro
del Estado.
Si en el conjunto de España las políticas
desarrolladas durante la crisis han supuesto un retroceso de las
condiciones de vida y trabajo y de las organizaciones obreras, en
Cataluña han tenido más éxito que en ningún otro lugar.
El proceso
secesionista tiene su origen en la necesidad de la burguesía catalana de
perpetuarse en el poder en el momento en que en Cataluña se ponían en
práctica los más brutales recortes sociales como continuación de la para
entonces consolidada deriva privatizadora de la enseñanza y la sanidad
pública. Cataluña es, de lejos, la comunidad autónoma con la
administración más corrupta durante decenios.
Si Artur Mas, el adalid de
los recortes y máximo dirigente de los convergentes, no quería entrar
de nuevo en el Parlament bajando de un helicóptero quería hacer olvidar
los estragos del 3%, tenía que agitar un espantajo: “España nos roba” y
si somos independientes viviremos estupendamente sin el lastre de los
españoles.
No es de extrañar que la burguesía catalana, con gran
tradición de brutalidad con los trabajadores – la misma que les
perseguía a tiros en los años veinte y que se aprovechó como ninguna
otra con las ventajas del franquismo- se pusiera inmediatamente manos a
la obra. Y que el miedo de las clases medias catalanas a las
consecuencias de la crisis, bien agitado por la propaganda
institucional, hiciera el resto del trabajo.
La agitación de los más
bajos instintos supremacistas e insolidarios siempre es rentable para
las derechas en momentos de crisis.
De manera paulatina pero constante, el objetivo ha
sido el desgaste y la demolición del Estado para construir un enemigo
externo. La provocación continua, el doble lenguaje y la insistencia en
la diferencia (naturalmente, la superioridad frente a todo lo español)
han sido el mensaje avasallador en una sociedad, al principio perpleja y
después, en una parte, beligerante.
La grosera sustitución de la
perspectiva de clase por la nacional durante seis largos años ha
permitido llenar de bruma las relaciones sociales en Cataluña.
Esta
pseudo-revolución de ricos contra pobres ha conseguido desviar la
atención de los verdaderos problemas. Porque no se trata sólo de los
“pobres” españoles, sino sobre todo de una acción política calculada y
perseverante contra los trabajadores catalanes, hasta el punto de que su
voz ha quedado callada, sus problemas inéditos y sus organizaciones de
clase mareadas en un papel subsidiario de los intereses de las clases
dominantes.
No se olvide que la emancipación no puede ir nunca de la
mano de la insolidaridad y que democracia es incompatible con
desigualdad. (...)
La resistencia, tras las últimas elecciones, a admitir
que la independencia ilegítima y antidemocráticamente proclamada fue un
absoluto fracaso político, jurídico y de reconocimiento internacional,
conduce ahora a la consolidación de la división y el enfrentamiento
social.
El victimismo se recrudece para intentar que quienes a sabiendas
rompieron el orden democrático no asuman su responsabilidad. Las
continuas invocaciones totalizadoras al conjunto del “pueblo de
Cataluña”, los repetidos intentos de uniformización de la sociedad en el
altar de la patria, sólo pretenden enmascarar un nuevo bonapartismo del
que su principal víctima son, como siempre, las clases trabajadoras.
El
nuevo culto al líder, ahora en la persona de un aventurero como
Puigdemont, junto con la asfixiante intimidación del disidente, produce
escalofríos en quienes conservamos la memoria.
Y estos son los que van diciendo que España no es un
país democrático. Han engañado a muchos y tienen a su favor el desastre
de gobierno del Partido Popular que todos padecemos. Confundir un
gobierno de derechas, por muy inútil que sea, con un Estado democrático
puede ser un buen argumento de propaganda que, si se repite muchas veces
puede llegar a ser creído.
Creer que por invocar la república (su furor
de apropiación no tiene límites) son herederos de los valores
republicanos, -basados, estos sí, en los derechos de los ciudadanos y no
de los territorios, y en el respeto, la igualdad y la solidaridad-
puede contentar a los que se han creído la mentira de que la guerra del
36 la libró España contra Cataluña y no las clases trabajadoras de toda
España contra la reacción y el fascismo, presentes -y bien presentes-
también en Cataluña.
Pensar que la división de los trabajadores en una
Europa constantemente amenazada en su modelo de democracia social es un
buen negocio, puede ser compartido por gentes como la Liga Norte, la
ultraderecha europea o los conservadores del Brexit.
Pero que la
izquierda caiga en esas trampas no sólo es inconcebible, sino que
constituiría una grave traición a la clase que dice defender. Sustituir
el avance democrático en la igualdad por el debate identitario ha sido
-y es aún- la mayor victoria en años de la derecha económica y política
catalana sobre los trabajadores. ¿Seguiremos así o nos caeremos del
guindo alguna vez?" (Juan Ignacio Marín , Metiendo bulla, en Rebelión, 21/05/18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario