"Se me hace cuesta arriba ver el nuevo film de Spielberg Los papeles del Pentágono, sobre la investigación periodística del Washington Post que llevó a la dimisión del presidente Nixon. (...)
Me desternillo de risa cuando escucho a esas clases medias bendecidas
por el erario de la Generalitat, o a sus hijos, haciendo de guardianes
de la contrarrevolución parental, gritar "¡prensa
española, manipuladora!". Pacíficamente, por supuesto, sólo rompiéndote
la cara o los cristales.
¿Saben estos guardias blancos que el presidente
Pujol, el primer corruptor de mayores de la comunidad del oasis, enviaba a los diarios --catalanes, por supuesto-- sus entrevistas
con las preguntas y las respuestas que él se había hecho, incluyendo el
día que debían ser publicadas en primera, a ser menester después de
asistir a misa dominical, para que sirviera como una prolongación del
sermón mesiánico?
Empezaban aquellos interminables años en los que de ética y moral sólo tenía derecho a hablar él y su infausta familia.
Por entonces, hacia 1977, no habían aparecido en su fulgor dos especímenes periodísticos de la corrupción más básica: los tertulianos y los jefes de prensa o gabinetes de comunicación. El tertuliano es a un periodista lo que una chica del music hall es a una actriz de teatro. Cobra tanto por lo que no dice como por lo que sugiere; sólo debe atenerse al gusto chumacero de una audiencia
que desprecia lo que no sabe, es decir, todo.
Son alfalfa de bajo
coste; con media horita tiene el personal para rumiar durante todo el
día, cual buen camello en el oasis. Son periodistas que ni informan, ni
escriben, viven como aquel atorrante valenciano, García Sanchiz, charlista, de quien Valle-Inclán
decía que era el único español que vivía del sudor de su lengua. Ahora
son legión. "¿De qué vamos hoy?". "De lo que toque". Da lo mismo que sea
una guerra oriental, o un chascarrillo político, se paga por jornada.
Los jefes de prensa, que guardan como secreto esta
fórmula que ronda la ilegalidad, son aún más desvergonzados. Y hay
variedad de fórmulas. Desde quien comparte bienes y prebendas en
matrimonio hasta quien se exhibe defendiendo el plus del descaro.
Nunca
son citados como lo que son, no vaya a ser que... Cuando el actual
director de La Vanguardia, Màrius Carol, dirigía el suplemento dominical de su periódico, su esposa, Teresa Lloret,
hacía caja como Asesora de Comunicación de Alto Standing, y la cosa
llegó a ser tan escandalosa que fue retirado y reenviado a otra misión,
de la que sacaría mejor partido.
Cuando hace muchos años denuncié esa
colusión indecente entre quien llevaba las páginas más publicitarias de
un periódico, como es el suplemento dominical, y su señora, ocurrió algo
digno del gran Groucho.
El máximo responsable se dio
por aludido y no volvió nunca a dirigirme la palabra, ni para echarme
del periódico cuando le ascendieron --fíjense bien, le subieron de
categoría, no le abrieron expediente--, pero entonces me telefoneó su
señora, Teresa Lloret, jefa del gabinete más eficaz de relaciones
públicas de Barcelona, para ofrecerme la responsabilidad de la prensa en
¡la unión de Bancos rusos!, o algo así. Son insaciables.
Ahora ya sabemos cómo va la cosa. Es un timbre de gloria y se puede pasar de ejercer en el Banco de Sabadell, como Ramon Rovira, y luego dirigir la radio y la televisión de los Godó.
Aseguró el tal Rovira, ante su despido de promotor del Banco de
Sabadell y en la perspectiva de su nuevo cargo, que estamos en Cataluña
bajo una dictadura nazi dirigida desde Madrid. ¿Entienden por qué no me
apetece ver la versión de Spielberg del año 2018?" (Gregorio Morán, Crónica Global, 27/01/18)
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