"(...) se sostiene que el modelo educativo de la inmersión es uno de los
consensos básicos de la sociedad catalana, un modelo de educación
lingüística exitoso que asegura la cohesión social. A quien pone en
cuestión la inmersión se le acusa de poner en peligro la convivencia,
cuando no se le tiene por enemigo declarado del catalán y de Cataluña.
El resultado, como no pocos analistas han señalado, es que la cuestión
de la inmersión lingüística ha sido tratada como algo intocable e
indiscutible, poco menos que un tabú. (...)
En sentido propio, la inmersión es un método para el aprendizaje de una
segunda lengua en la escuela: en lugar de estudiarla como una
asignatura, todas las actividades de clase y las tareas escolares se
desarrollan en la segunda lengua, que usan los profesores y en la que
están los materiales docentes; en resumen, la segunda lengua es usada
como lengua vehicular de la enseñanza. Es lo que sucede cuando uno envía
a su hijo al Liceo Francés o al Colegio Alemán.
Como es obvio, la
inmersión sólo existe en Cataluña para los alumnos castellanoparlantes,
pues los catalanoparlantes reciben las enseñanzas en su lengua materna.
Sería mejor hablar de un modelo de lengua vehicular única, el catalán, y
donde la otra lengua oficial de la comunidad es una asignatura más, con
dos o tres horas a la semana.
Y, claro, no es como el Liceo Francés. A
diferencia de lo que sucede en otros países, es un modelo obligatorio
para todos los alumnos, con independencia de su lengua materna o de la
elección de los padres. De ahí lo excepcional que resulta cuando se lo
compara con lo que vemos en Europa o en Norteamérica.
No se subraya suficientemente ese carácter excepcional.
Por eso es ilustrativo compararlo con el caso de Quebec y no me refiero a
la provincia canadiense por casualidad. Desde que en los años setenta
el Parti Québécois de René Lévesque
impulsó la nueva política lingüística de protección del francés, la
legislación quebequense no sólo ha ejercido una indudable atracción
sobre la sociolingüística catalana, sino que se ha convertido en modelo
de referencia para el nacionalismo catalán.
Tras su adopción en 1977, la
Charte de la langue française, también conocida
como ley 101, cambió por completo el régimen lingüístico de la provincia
francófona. Por lo que aquí nos importa, en lo relativo a la enseñanza
la ley estableció un sistema de inmersión lingüística con el propósito
de frenar la debilidad demográfica del francés.
Pero la inmersión sólo
se aplica a los inmigrantes (allophones en la
terminología al uso), que están obligados a escolarizar a sus hijos en
escuelas francófonas; una obligación que también alcanza a los propios
francófonos, aunque para ellos no cuenta como inmersión.
En cambio, la
importante minoría anglófona está exenta de tal obligación: si el padre o
la madre, o un hermano mayor, se han educado en inglés, el niño puede
ir a una escuela anglófona. ¡Los admirados québécois tienen un sistema de doble red escolar!
Efectivamente,
en Quebec hay escuelas donde el francés es la lengua vehicular, y el
inglés se enseña como asignatura, y escuelas donde la lengua vehicular
es el inglés, siendo el francés asignatura obligatoria. La libertad de
elección de escuela está así restringida para los padres inmigrantes y
francófonos, pero no para los anglófonos que pueden elegir la escuela de
sus hijos.
La inmersión obligatoria de los anglófonos sería impensable,
pues se vería como un ataque contra el pluralismo social y una
violación de sus derechos lingüísticos. Hablamos de una provincia de
mayoría francófona y donde sólo hay una lengua oficial, el francés, por
contraste con Cataluña donde hay una mayoría que tiene el castellano
como lengua materna y donde las dos lenguas son oficiales.
La
legislación lingüística además se ha ido suavizando allí con el paso de
los años como consecuencia de una serie de sentencias judiciales sobre
la necesidad de que leyes y reglamentos se publiquen en las dos lenguas,
sobre la enseñanza (cláusula Canadá) o sobre señalización y anuncios
públicos.
Por seguir comparando, esas decisiones judiciales han sido
puntualmente trasladadas a la legislación vigente. Y es irónico que
ahora las quejas vengan de padres francófonos que consideran que el
sistema deja a su hijos lingüísticamente en desventaja.
No traigo el caso de Quebec para proponerlo como modelo de nada ni para
abogar por un sistema de doble red escolar, pero sí para señalar que la
doble red es lo más habitual en países multilingües.
La anomalía es un
sistema como el catalán. Salvo Groenlandia, como ha señalado Mercè Vilarrubias
en una entrevista reciente, no es fácil encontrar un sistema educativo
donde el niño no pueda ser escolarizado o desarrollar buena parte de su
currículo en una lengua oficial hablada por la mayoría de la población.
Frente a eso se esgrime el argumento de que la doble red
escolar segregaría a los niños y dañaría así la cohesión social. Rara
vez se explica qué se quiere decir con ‘cohesión social’, pero cabe
preguntarse si un sistema de doble red que permitiera a los padres
elegir la escuela para sus hijos conduce necesariamente a la
segregación.
Desde luego, no parece que Finlandia, por citar un sistema
educativo que se pone como ejemplo y donde coexisten escuelas en sueco y
finlandés, presente un nivel de cohesión social inferior a la Cataluña
fracturada por el procés.
Pero
admitamos en aras del argumento que fuera así. Los defensores de la
inmersión presentan siempre el debate en esos términos, como si hubiera
que elegir ineluctablemente entre ésta y la ‘segregación escolar’, sin
más opción. Con ello escamotean que hay otro modelo de escuela, distinto
al actual sistema y también a la doble red escolar: de conjunción
lingüística o bilingüismo equilibrado, en el que las dos lenguas
oficiales se utilizan como lenguas vehiculares de aprendizaje.
En un
libro imprescindible sobre la cuestión (Sumar y no restar,
2012), Vilarrubias ha argumentado con detalle las ventajas de este
modelo bilingüe en términos educativos y de equidad. Como ejemplo, basta
considerar las actuales tasas de fracaso escolar entre alumnos
castellanoparlantes, que duplican a las de los catalanoparlantes, como
se puede seguir por la serie de informes Pisa.
Además es la clase de
escuela que mejor refleja la realidad plural y mestiza de la sociedad
catalana, y que se ajusta mejor al modelo constitucional de regulación
de la diversidad lingüística, según se desprende de la jurisprudencia
del Tribunal Constitucional.
Difícilmente podrá
alegarse contra una escuela bilingüe que segrega a los alumnos o
perjudica la cohesión social.
De hecho, en ella habría inmersión, pero
en los dos sentidos y no sólo en uno como hasta ahora. Otra cosa es que
la cohesión social haya sido un mero pretexto y que la política
nacionalista persiguiera en realidad una escuela monolingüe como palanca
para la construcción nacional. Razones no faltan, como se ve, para
celebrar que se reabra el debate sobre la inmersión." (Manuel Toscano, Vox Populi, 02/03/18)
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