"Está surgiendo un nuevo carlismo en
Catalunya. Un carlismo que reivindica su legitimidad histórica frente a
las decisiones políticas y jurídicas de un régimen que considera
falsamente liberal. Es el carlismo de Carles Puigdemont. Un carlismo que
impregna y da alma a Junts per Catalunya, el vector con un mayor ritmo
ascendente en las encuestas.
Escribo estas líneas con evidentes ganas de
provocar, puesto que toda mención al carlismo sigue provocando espasmos
nerviosos en este país. El carlismo aún llama la atención.
Hay dos referencias de la historia política
española que han sido caricaturizadas hasta la extenuación: el
federalismo y el carlismo.
El federalismo ha quedado asociado al
grotesco grito de “¡Viva Cartagena!” El federalismo, según el viejo
canon oficial español, conduce al cantonalismo disgregador. Con el
federalismo vuelven los reinos de taifas.
El carlismo también es feo. El carlismo
lleva boina y trabuco. El carlismo es una sotana mugrienta. El carlismo
–esterilizado por Franco después de la Guerra Civil– evoca la España
oscura y reaccionaria que se resiste a las normas unificadoras.
Carles Puigdemont conoce de cerca el
carlismo. Su pueblo natal, Amer, fue centro de operaciones del general
Ramón Cabrera en 1848 durante la guerra dels matiners (segunda guerra carlista, que tuvo como escenario principal Catalunya).
Los matiners
(madrugadores) combatieron en ocasiones en compañía de partidas
republicanas. Carlistas y republicanos se volvieron a encontrar juntos
en la Solidaritat Catalana de 1906-09, amplísima coalición electoral que
puso en crisis a los partidos dinásticos y significó el despegue de la
Lliga Regionalista. .
No es ningún secreto que durante el mandato de
Jordi Pujol los mayores porcentajes de voto nacionalista se registraban
en las comarcas de vieja tradición carlista. Aquellas comarcas son hoy
fuertemente independentistas. Iban a la contra en el siglo XIX. Y siguen
yendo a la contra en el siglo XXI.
La tozudez del carlismo. Esta curva, si no
la cogemos bien, nos lleva de nuevo al tópico y a la caricatura: una
Catalunya rural, egoísta y cerrada sobre sí misma, versus una Barcelona
cosmopolita. (...)" (Enric Juliana, La Vanguardia, 11/12/17)
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