29/1/18

La doble revuelta de los “olvidados”: “los olvidados del procés” que votan a Arrimadas, y “los olvidados por el Estado Espanyol”, los campesinos que votan a Puigdemont. La victoria electoral a Arrimadas es, seguramente, la principal derrota de la hegemonía del procés y de su capacidad de representar el universal de la nación...

"La palabra “olvidados” fue uno de los ejes de campaña de Marine Le Pen. Un significante que supo formular como pocos un eje de antagonismo claro contra la vieja Francia. Esa construcción discursiva que ya explicó Guillermo Fernández en su artículo Los olvidados de Marine Le Pen, nos sirve hoy para leer los resultados de los dos grandes partidos en Catalunya por partida doble: “los olvidados del procésy “los olvidados por el Estado Espanyol”. 

Por seguir aquello de la pirámide invertida del periodismo, lo importante no es lo que ha pasado, sino lo que se viene, y, por lo tanto, titularé las hipótesis de las dos grandes  construcciones del “nosotros” catalán con los dos principales movimientos de fondo que, a mi entender, se abren a consecuencia del resultado.  (...)

Albert Rivera inauguró este movimiento el mismo día 21D cuando recuperó vocablos que creíamos olvidados como “hundimiento del bipartidismo”. Esa restauración en clave de discurso regeneracionista –palabra que Arrimadas ha repetido durante toda la campaña– cabalgaría hoy sobre el fin del nacionalismo banal en España, es decir, sobre el sentir mayoritario de muchos ciudadanos que en un contexto de crisis de las identidades han decidido volver a agitar la bandera. 

Ante este hecho, algunos han querido ver un “auge del fascismo” y la defensa de una idea de España tradicional. Sin embargo, algunos estudios de opinión, como la encuesta que señalaba que el apoyo al referéndum en Catalunya se situaba en un 57%, podría indicar otra línea. Porque este reconocimiento implícito de las soberanías tenía lugar al mismo tiempo que los balcones se llenaban de banderas españolas. 


Esta hipótesis nos diría que, contrariamente a un cierre regresivo de la identidad española, se podría haber producido la apertura de un marco proclive a la disputa por la idea de España, que ha dejado de estar naturalizada y, por lo tanto, ha entrado en el ámbito de lo visible y discutible políticamente. Una formulación que podría expresarse en las calles de la siguiente manera: “Hay que defender España, pero España tiene que cambiar”.

Ciudadanos ganó hablando de Catalunya. Ganó ofreciendo la posibilidad de tener una identidad dual y de estar en contra del procés sin ser, por ese motivo, menos catalán que nadie. La Catalunya de los olvidados por las élites catalanas y el sistema mediático que irrumpió con fuerza impugnando un orden que venía de lejos y que nunca se esforzó en representarles más allá de la subalternidad y la caricatura.


La victoria de Ciudadanos no nos dice que Catalunya sea plurinacional, lo que nos dice es que hay miles de catalanes que han votado afirmándose como parte invisibilizada de esa comunidad política, que es como históricamente han triunfado siempre los movimientos de afirmación de los que se sienten excluidos por un determinado orden. 

En este sentido, es extremadamente peligroso deslizar la idea de que “Catalunya es plurinacional”, un discurso que iría en la línea de alimentar, sin quererlo, el relato de la exclusión de una gran parte de la comunidad política como se ha pretendido hacer con “Tabarnia”. 

Esa irrupción que dio la victoria electoral a Arrimadas es, seguramente, la principal derrota de la hegemonía del procés y de su capacidad de representar el universal de la nación. Esa derrota, sin embargo, no se produjo en las elecciones, sino que se inició en las grandes performances o tomas del espacio público con senyeras y banderas españolas que pasaron a adornar masivamente los balcones. 

Ni el espacio del cambio ni el independentismo se tomaron esto en serio y las personas que se manifestaron esos días o colocaron su rojigualda en el balcón fueron catalogados como “no catalanes” –siguen siendo constantes las acusaciones de que las manifestaciones se llenaron con autobuses y trenes de fuera de Catalunya– o “amigos del fascismo”. 

En este sentido, seguro que hay parte de verdad o mentira en esas afirmaciones, pero la importancia de estas tomas del espacio público no es la cantidad de gente, ni quién estaba, ni cómo llegaron, sino, como diría el sociólogo español Enrique Gil Calvo, es su capacidad de suscitar una catarsis colectiva y de generar identidades colectivas nuevas. 


Siguiendo este análisis, no hay duda de que la manifestación de “recuperem el seny” –por poner énfasis en la disputa que sí se ha dado de elementos de la identidad nacional catalana, en este caso, conservadora– cambió completamente los encuadres y relatos vigentes en Catalunya, pero también en España. 

Puigdemont y los aprendizajes del populismo en Europa

A pesar de haber aumentado en votos, los últimos acontecimientos y la victoria electoral de Arrimadas, han inaugurado una nueva fase resistencialista del procés que, como todo momento de resistencia, podría estar abriendo la puerta a un ciclo de cierre identitario. 

De forma paralela y como causa o consecuencia de esta nueva fase, nos encontramos con un Puigdemont que ha sabido leer, por fin, el papel de un movimiento soberanista en el seno de la Unión Europea que niega las soberanías: una construcción populista anclada en estos mismos “olvidados”, en este caso, por España y por Europa, con un fuerte arraigo en el ámbito rural catalán que rescata operaciones discursivas, salvando todas las distancias, similares a lo que en su día hicieron Trump o LePen.  (...)

Se ha hablado mucho de la incapacidad de ciertos sectores progresistas para entender qué ha representado Ciudadanos en las ciudades. Menos se ha hablado de esa misma incapacidad para entender a las clases populares del interior de nuestro país, donde se viven en primera persona los agravios de desinversión, el olvido del Estado a favor de las grandes urbes y la falta de oportunidades laborales para los jóvenes, y no tan jóvenes, donde la identidad y las tradiciones catalanes son pilares de socialización. 

En el ámbito de la izquierda catalana, esto sólo lo ha entendido la CUP, especialmente en su vertiente municipalista, que ha conseguido que la mayoría de los jóvenes voten y se identifiquen con las consignas de la izquierda independentista evitando, en gran parte, el apoyo mayoritario de una juventud sin oportunidades a posicionamientos reaccionarios. 

El papel de los ‘comunes’

“Cuando la derecha aprovecha a tus autores mejor que tú quizá es hora de tomarse un respiro y valorar la posibilidad de que estás haciendo algo rematadamente mal”. Esta frase extraída de un artículo reciente de Víctor Leonore –de lectura imprescindible– es una de esas lecciones que, como mínimo, merecerían un espacio en las notas de todas las personas vinculadas a los “espacios del cambio” –ese gran cajón de sastre– después de las elecciones catalanas. 

En relación al espacio político del cambio en Catalunya, un compañero siempre me decía que Podem y Catalunya en Comú, en el ámbito nacional catalán, eran como la música house, que parecían que iban a petar, pero nunca lo hacían. 

Más allá de toda la autocrítica necesaria del proceso electoral (el intento por imponer el eje izquierda-derecha, por ejemplo), creo que la incapacidad contextual y de enfoque del propio espacio a la hora de irrumpir generando coordenadas propias ha sido, sin duda, nuestro lastre principal. 

Esta es una tarea que necesita de una sola hipótesis firme y continuada en el tiempo, y que sigue pendiente, aunque seguramente dispone hoy de poco espacio político para tomar la iniciativa. En este sentido, nuestro papel principal en este etapa debería centrarse en el relato de la “Catalunya, motor de cambio” en conjugación con un impulso constituyente en España que frenara la ofensiva de Ciudadanos. 

Dicha tarea se vincula a una meta clara, que son las municipales de 2019, importantes no sólo en el ámbito electoral, sino en vistas de que hoy entramos en una fase de guerra de posiciones que implica construir y coger fuerzas desde la proximidad, más allá del Parlament, allí dónde aún queda mucho espacio político por construir.  (...)"             (María Corrales, CTXT, 17/01/18)

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