22/1/18

Los recortes y la indignación ante los rescates de bancos con dinero público provocan la aparición de diversos movimientos sociales, como el 15-M, las “mareas”... El nacionalismo sintió la necesidad de radicalizarse más y desviar la indignación de parte de la población hacia un enemigo exterior: es cuando nace la consigna 'Espanya ens roba'

"(...) La victoria de Artur Más en las elecciones autonómicas coincidió con el estallido de la crisis económica. El nuevo gobierno convergente, que sustituyó al del Tripartito (PSC, ERC e IC), con el consenso tácito del Partido Popular de Cataluña, inicia un proceso de recortes presupuestarios y sociales, incluso antes de que lo haga el Gobierno de España.

 Los recortes y la indignación ante los rescates de bancos con dinero público provocan la aparición de diversos movimientos sociales, como el 15-M, las “mareas” en defensa de la sanidad pública o movimientos asamblearios (al margen de los sindicatos) del profesorado de la enseñanza pública.
Estos movimientos tienen una especial beligerancia en Cataluña, y alcanzan su punto álgido en el intento de asalto al Parlament. Los manifestantes rodearon la Cámara Catalana el día en que se aprobaban los presupuestos de la Generalitat, insultaron e intentaron agredir a algunos diputados, y obligaron al Presidente Más a salir en un helicóptero.

El nacionalismo, ya cada vez menos moderado, sintió la necesidad de radicalizarse más y desviar la atención y la indignación de parte de la población hacia un enemigo exterior: es cuando nace la consigna Espanya ens roba (España nos roba) y se forma la coalición, ya abiertamente secesionista, entre CiU, ERC y las CUP (Candidaturas de Unidad Popular, movimiento de extrema izquierda y antisistema). En las siguientes elecciones autonómicas, que se plantean como “plebiscitarias” después de la fallida intentona de referéndum del 9 de noviembre, el bloque secesionista, aunque no llega al 50% de los votos emitidos, consigue una precaria mayoría absoluta en el Parlament. Convergencia, que ha perdido a su socio Unió, se presenta en coalición con ERC, con el sugestivo nombre de Junts pel Si (Juntos por el Sí).

 Las CUP se oponen a la investidura de Más por su relación con diversos escándalos de corrupción (caso Pujol, caso Palau, 3%, etc.) y se acaba eligiendo como presidente al alcalde de Girona, Puigdemont. Estos escándalos que acosan al veterano partido nacionalista hacen que este se refunde con el nuevo nombre de Partit Democrátic de Catalunya (PDCAT). Esta es, más o menos, la crónica de lo sucedido. (...)

Hay un amplio consenso en que el sentido político del término nación (y por tanto el de nacionalidad) aparece entre el siglo XVIII y el XIX. Algunos creen poder precisar más y sitúan el origen de la nación política como idea-fuerza en la batalla de Valmy, en 1792, en que las tropas francesas derrotan a sus adversarios al grito de ¡Viva la Nación¡[10] 

 Pero esta idea política de nación aparece vinculada a la idea de Patria: los soldados franceses eran patriotas frente a los aristócratas que habían huido de Francia, y que movilizaban a potencias extranjeras que atacaban a Francia. Además, frente a las tropas “profesionales” (mercenarias) de las potencias atacantes, los franceses eran ciudadanos dispuestos a defender a su patria, la “nación en armas”.  (...)

 Así nos recuerda Bueno[11] que el desarrollo de las ciudades y del comercio dio lugar a la aparición de una  nueva clase social, la burguesía; que la Reforma Protestante rompió el monopolio espiritual de Roma; que el pueblo empezó a cobrar un protagonismo nuevo y que empieza a ser concebido como fuente del poder político.  (...)

Un ejemplo paradigmático es la Guerra de la Independencia española. El pueblo español, abandonado por sus reyes y por parte de la aristocracia, se convierte en protagonista de la guerra contra los franceses, que es el primer ejemplo de “guerra popular”.

 El hecho de que la mayoría de este pueblo, especialmente entre sus estratos más humildes, lo haga en nombre de la ideología contrarrevolucionaria del “Trono y del Altar” y que ves en los franceses no solamente invasores territoriales, sino también ideológicos, portadores de la ideología revolucionaria, no cambia nada. Si el pueblo francés se constituye en nación en Valmy, el pueblo español lo hace en la Guerra de la Independencia.

El cuarto concepto de nación que explora Bueno es el de “nación fraccionaria”[12]. Esta idea de nación es la que corresponde a los “nacionalismos radicales” en clave secesionista, como el vasco, el catalán o el corso.

La primera digresión de Bueno con respecto a estos “nacionalismos radicales” es el rechazo de la tesis, muy común, de que estos nacionalismos no son más que una variante de los nacionalismos (clásicos o románticos) que condujeron a la forja de la nación canónica. Es decir, los nacionalismos integradores que llevaron a la forja de la nación española, italiana o alemana son esencialmente diferentes de los nacionalismos radicales disgregadores que tienden a destruir estas naciones. (...)

La misión política del nacionalismo fraccionario no es tanto crear una conciencia nacional, sino despertarla. Es decir, pasar de la “nación en sí” a la “nación para sí”. La nación fraccionaria no es producto de la historia ni de la actividad política o cultural de los nacionalistas, sino que es una entidad “eterna”, “preexistente”, que tras largos siglos de letargo, opresión y alienación, empieza a despertar en las conciencias, a través de un proceso en el que lo que es “es sí” llegue a tener “conciencia de sí”[16].

De aquí vienen dos importantes conclusiones. La primera es que la nación fraccionaria necesita de la mentira histórica[17], debido a que surgen de modo diametralmente opuesto a las naciones canónicas. Si estas surgen de la historia, aquellas lo hacen de la metafísica, y forzosamente tienen que manipular la historia, distorsionarla para que encaje en sus planteamientos metafísicos.

La segunda es que la nación fraccionaria se constituye siempre en relación a una nación canónica preexistente. Mientras que la nación canónica se forma por integración de pueblos o naciones étnicas previamente dadas, la nación fraccionaria se constituye (o lo intenta) a partir de la desintegración o destrucción de una nación canónica previamente dada, a la que se considera a veces como una “nación invasora” (así el relato separatista catalán, que describe la Guerra de Secesión o incluso la Guerra Civil como una “invasión” de Cataluña) o se le niega simplemente su carácter de nación (“España, cárcel de naciones”).

El concepto de nación histórica aparece como intermedio entre étnica y política[18]. Correspondería a sociedades políticas organizadas en forma de reino o imperio, pero que no son aun naciones canónicas, pues están aparecen después (o durante) la Revolución Francesa y son producto de la transformación del Estado del Antiguo Régimen en Estado Moderno. España, a partir del siglo XII, aun cuando está formada por diversos reinos cristianos, es ya vista por los otros pueblos como nación. Concretamente, el término español parece que data de esta época y parece ser de origen provenzal.  (...)

Cuando los secesionistas hablan de “nación catalana” no sabemos muy bien de que están hablando.  (...)

esta “nación prexistente” que reclama un Estado propio será una nación étnica. Pero aquí surge otro problema, pues si nos atenemos a la definición de Bueno de nación étnica podemos sostener que en la Cataluña actual existen diversas naciones étnicas superpuestas (como en la Monarquia visigótica coexistían la “nación de los godos” y la “nación de los hispanorromanos”).

Tenemos en primer lugar la “nación” de los “catalanes viejos”. Son los que pertenecen a generaciones catalanas desde tiempo inmemorial, los que llevan apellidos catalanes, los que tienen al catalán como lengua materna y, en definitiva, los que se sienten catalanes, sin prejuicio de que pueden considerarse también ciudadanos de la Nación Española y contrarios a la secesión.

Tenemos después la “nación” de los “catalanes nuevos”. Sus padres o abuelos llegaron a Cataluña en la década de los 60, procedentes de Andalucía, Murcia o Extremadura. Llevan apellidos de origen castellano y, aunque entienden el catalán o lo hablan, su lengua materna es el español. Se sienten catalanes, pero a la vez andaluces, murcianos o extremeños, sin prejuicio de que puedan sentirse seducidos por el secesionismo y su promesa de crear un “país nuevo”.

Pero la lista no acaba aquí. El fenómeno de la inmigración, muy intenso en Cataluña, ha traído al Principado gentes de orígenes etnoculturales muy diversos, que prefiguran otras naciones étnicas. Así podemos hablar de una “nación” hispanoamericana (que puede subdividirse en función de la nación de origen) formada por personas procedentes de América Central o del Sur, que se caracterizan por tener al español como lengua materna y unos orígenes culturales católicos (aunque no sean practicantes). 

De la misma forma podemos hablar de una “nación” musulmana, formada por todas aquellas personas que practica esta religión, sin prejuicio de que pueda subdividirse en función de la región de origen y de la lengua hablada (magrebís o norteafricanos, pakistanís, o subsaharianos, que pueden hablar dialectos del árabe, urdú, etc.).

El catalanismo cultural, el regionalismo de la Lliga de Cataluña, o incluso el nacionalismo “moderado” de CiU tomaron como base social a la “nación” de los “catalanes viejos”. Pero el secesionismo es consciente de que por una parte los “catalanes viejos” son minoría (el apellido más frecuente en Cataluña es García), y que por otra parte, aunque la mayoría de los dirigentes del secesionismo sean “catalanes viejos”, no todos los “catalanes viejos” son secesionistas. 

En consecuencia han puesto en marcha un proceso que coincide con lo que Bueno llama “holización”[25], utilizando para ello las estructuras autonómicas como “estructuras de estado” en espera de tener un estado propio.

Bueno define la “holización” como un proceso de racionalización de la sociedad política, que consta de un regressus, en cuanto está sociedad es descompuesta en sus partes atómicas, los individuos, y un progressus, en cuanto a partir de estas partes atómicas o individuos se construye una sociedad nueva. 

El ejemplo canónico de holización lo tenemos en la Revolución francesa: regressus de todos los franceses a ciudadanos “libres e iguales”, triturando así las estructuras del Antiguo Régimen (con la eliminación física de los que se opinan al proceso, como los realistas de la Vendée) y un progressus a partir de estos individuos-ciudadanos, construyendo con ellos la Nación Política, con el Francés como lengua única (eliminando o casi las lenguas regionales) y la laicidad de la República como dogma de Estado.

El nacionalismo secesionista intenta realizar un proceso de holización, utilizando las “estructuras de estado” que el propio Estado de las autonomías ha puesto a su alcance, y que son básicamente TV3, la enseñanza (sobre la cual tiene competencias plenas) y la consejería de cultura. En el regressus se intenta destruir las estructuras previas, reduciendo a nivel de individuos; en el progressus se intenta construir nuevas estructuras con estos individuos.

Así la política lingüística se propone que los castellanohablantes renuncien a su lengua, y que los catalanohablantes renuncien a sus variedades a favor del “catalán estándar” de TV3.  En el terreno cultural se trituran todas las estructuras propias del catalanismo tradicional (sardana, juegos florales), con las cuales solamente se sentían identificados los pertenecientes a la “nación” de los “catalanes viejos” para crear “de novo” nuevas estructuras con las cuales se puedan sentir identificados todos los ciudadanos/as de la futura “República catalana” (sea cual sea su origen): F.C. Barcelona, Castellers etc.

Más problemática es la holización de las “naciones” de inmigrantes. La “nación” hispanoamericana es reacia a renunciar al castellano (aunque hay excepciones: hay furibundos secesionistas de origen argentino). Los secesionistas han puesto más esperanzas en la “nación musulmana”, a la que prefieren a la hispanoamericana.

 El motivo principal es que aprenden el catalán con más facilidad, pero se engañan: los musulmanes jamás renunciaran a sus costumbres, ni consideraran la religión un “asunto privado”. Jamás dejarán que la Republica este por delante de la Umma (comunidad de creyentes) a menos que esta sea una República islámica.

De este proceso de holización podemos sacar dos importante conclusiones. La primera es que los secesionistas (al menos los más lúcidos) son conscientes de que su “nación catalana” no es preexistente, sino que hay que construirla si quieren que sea propiamente una nación política. 

La segunda es que, paradójicamente, muchas de las señas de identidad tradicionales de Cataluña como “nación étnica” pueden ser trituradas en este proceso de holización, pues estas señas de identidad son solamente sentidas como propias por una parte de la población, la “nación” de los “catalanes viejos”, y el secesionismo, en su intento de creación de una nación política, debe crear nuevas señas de identidad en las que puedan identificarse todos los ciudadanos/as de la futura República catalana.  (...)"              (“Gustavo Bueno y Cataluña” por José Alsina, Somatemps, 09/01/18)

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