"(...) La victoria de Artur Más en las
elecciones autonómicas coincidió con el estallido de la crisis
económica. El nuevo gobierno convergente, que sustituyó al del
Tripartito (PSC, ERC e IC), con el consenso tácito del Partido Popular
de Cataluña, inicia un proceso de recortes presupuestarios y sociales,
incluso antes de que lo haga el Gobierno de España.
Los recortes y la
indignación ante los rescates de bancos con dinero público provocan la
aparición de diversos movimientos sociales, como el 15-M, las “mareas”
en defensa de la sanidad pública o movimientos asamblearios (al margen
de los sindicatos) del profesorado de la enseñanza pública.
Estos movimientos tienen una especial
beligerancia en Cataluña, y alcanzan su punto álgido en el intento de
asalto al Parlament. Los manifestantes rodearon la Cámara Catalana el
día en que se aprobaban los presupuestos de la Generalitat, insultaron e
intentaron agredir a algunos diputados, y obligaron al Presidente Más a
salir en un helicóptero.
El nacionalismo, ya cada vez menos
moderado, sintió la necesidad de radicalizarse más y desviar la atención
y la indignación de parte de la población hacia un enemigo exterior: es
cuando nace la consigna Espanya ens roba (España nos roba) y
se forma la coalición, ya abiertamente secesionista, entre CiU, ERC y
las CUP (Candidaturas de Unidad Popular, movimiento de extrema izquierda
y antisistema). En las siguientes elecciones autonómicas, que se
plantean como “plebiscitarias” después de la fallida intentona de
referéndum del 9 de noviembre, el bloque secesionista, aunque no llega
al 50% de los votos emitidos, consigue una precaria mayoría absoluta en
el Parlament. Convergencia, que ha perdido a su socio Unió, se presenta
en coalición con ERC, con el sugestivo nombre de Junts pel Si (Juntos por el Sí).
Las CUP se oponen a la investidura de Más
por su relación con diversos escándalos de corrupción (caso Pujol, caso
Palau, 3%, etc.) y se acaba eligiendo como presidente al alcalde de
Girona, Puigdemont. Estos escándalos que acosan al veterano partido
nacionalista hacen que este se refunde con el nuevo nombre de Partit
Democrátic de Catalunya (PDCAT).
Esta es, más o menos, la crónica de lo sucedido. (...)
Hay un amplio consenso en que el sentido político del término nación (y
por tanto el de nacionalidad) aparece entre el siglo XVIII y el XIX.
Algunos creen poder precisar más y sitúan el origen de la nación
política como idea-fuerza en la batalla de Valmy, en 1792, en que las
tropas francesas derrotan a sus adversarios al grito de ¡Viva la Nación¡[10]
Pero esta idea política de nación aparece vinculada a la idea de
Patria: los soldados franceses eran patriotas frente a los aristócratas
que habían huido de Francia, y que movilizaban a potencias extranjeras
que atacaban a Francia. Además, frente a las tropas “profesionales”
(mercenarias) de las potencias atacantes, los franceses eran ciudadanos
dispuestos a defender a su patria, la “nación en armas”. (...)
Así nos recuerda Bueno[11]
que el desarrollo de las ciudades y del comercio dio lugar a la
aparición de una nueva clase social, la burguesía; que la Reforma
Protestante rompió el monopolio espiritual de Roma; que el pueblo empezó
a cobrar un protagonismo nuevo y que empieza a ser concebido como
fuente del poder político. (...)
Un ejemplo paradigmático es la Guerra de
la Independencia española. El pueblo español, abandonado por sus reyes y
por parte de la aristocracia, se convierte en protagonista de la guerra
contra los franceses, que es el primer ejemplo de “guerra popular”.
El
hecho de que la mayoría de este pueblo, especialmente entre sus estratos
más humildes, lo haga en nombre de la ideología contrarrevolucionaria
del “Trono y del Altar” y que ves en los franceses no solamente
invasores territoriales, sino también ideológicos, portadores de la
ideología revolucionaria, no cambia nada. Si el pueblo francés se
constituye en nación en Valmy, el pueblo español lo hace en la Guerra de
la Independencia.
El cuarto concepto de nación que explora Bueno es el de “nación fraccionaria”[12].
Esta idea de nación es la que corresponde a los “nacionalismos
radicales” en clave secesionista, como el vasco, el catalán o el corso.
La primera digresión de Bueno con
respecto a estos “nacionalismos radicales” es el rechazo de la tesis,
muy común, de que estos nacionalismos no son más que una variante de los
nacionalismos (clásicos o románticos) que condujeron a la forja de la
nación canónica. Es decir, los nacionalismos integradores que llevaron a
la forja de la nación española, italiana o alemana son esencialmente
diferentes de los nacionalismos radicales disgregadores que tienden a
destruir estas naciones. (...)
La misión política del nacionalismo
fraccionario no es tanto crear una conciencia nacional, sino
despertarla. Es decir, pasar de la “nación en sí” a la “nación para sí”.
La nación fraccionaria no es producto de la historia ni de la actividad
política o cultural de los nacionalistas, sino que es una entidad
“eterna”, “preexistente”, que tras largos siglos de letargo, opresión y
alienación, empieza a despertar en las conciencias, a través de un
proceso en el que lo que es “es sí” llegue a tener “conciencia de sí”[16].
De aquí vienen dos importantes conclusiones. La primera es que la nación fraccionaria necesita de la mentira histórica[17],
debido a que surgen de modo diametralmente opuesto a las naciones
canónicas. Si estas surgen de la historia, aquellas lo hacen de la
metafísica, y forzosamente tienen que manipular la historia,
distorsionarla para que encaje en sus planteamientos metafísicos.
La segunda es que la nación fraccionaria
se constituye siempre en relación a una nación canónica preexistente.
Mientras que la nación canónica se forma por integración de pueblos o
naciones étnicas previamente dadas, la nación fraccionaria se constituye
(o lo intenta) a partir de la desintegración o destrucción de una
nación canónica previamente dada, a la que se considera a veces como una
“nación invasora” (así el relato separatista catalán, que describe la
Guerra de Secesión o incluso la Guerra Civil como una “invasión” de
Cataluña) o se le niega simplemente su carácter de nación (“España,
cárcel de naciones”).
El concepto de nación histórica aparece como intermedio entre étnica y política[18].
Correspondería a sociedades políticas organizadas en forma de reino o
imperio, pero que no son aun naciones canónicas, pues están aparecen
después (o durante) la Revolución Francesa y son producto de la
transformación del Estado del Antiguo Régimen en Estado Moderno. España,
a partir del siglo XII, aun cuando está formada por diversos reinos
cristianos, es ya vista por los otros pueblos como nación. Concretamente, el término español parece que data de esta época y parece ser de origen provenzal. (...)
Cuando los secesionistas hablan de “nación catalana” no sabemos muy bien de que están hablando. (...)
esta “nación prexistente” que reclama un
Estado propio será una nación étnica. Pero aquí surge otro problema,
pues si nos atenemos a la definición de Bueno de nación étnica podemos
sostener que en la Cataluña actual existen diversas naciones étnicas
superpuestas (como en la Monarquia visigótica coexistían la “nación de
los godos” y la “nación de los hispanorromanos”).
Tenemos en primer lugar la “nación” de
los “catalanes viejos”. Son los que pertenecen a generaciones catalanas
desde tiempo inmemorial, los que llevan apellidos catalanes, los que
tienen al catalán como lengua materna y, en definitiva, los que se
sienten catalanes, sin prejuicio de que pueden considerarse también
ciudadanos de la Nación Española y contrarios a la secesión.
Tenemos después la “nación” de los
“catalanes nuevos”. Sus padres o abuelos llegaron a Cataluña en la
década de los 60, procedentes de Andalucía, Murcia o Extremadura. Llevan
apellidos de origen castellano y, aunque entienden el catalán o lo
hablan, su lengua materna es el español. Se sienten catalanes, pero a la
vez andaluces, murcianos o extremeños, sin prejuicio de que puedan
sentirse seducidos por el secesionismo y su promesa de crear un “país
nuevo”.
Pero la lista no acaba aquí. El fenómeno
de la inmigración, muy intenso en Cataluña, ha traído al Principado
gentes de orígenes etnoculturales muy diversos, que prefiguran otras
naciones étnicas. Así podemos hablar de una “nación” hispanoamericana
(que puede subdividirse en función de la nación de origen) formada por
personas procedentes de América Central o del Sur, que se caracterizan
por tener al español como lengua materna y unos orígenes culturales
católicos (aunque no sean practicantes).
De la misma forma podemos
hablar de una “nación” musulmana, formada por todas aquellas personas
que practica esta religión, sin prejuicio de que pueda subdividirse en
función de la región de origen y de la lengua hablada (magrebís o
norteafricanos, pakistanís, o subsaharianos, que pueden hablar dialectos
del árabe, urdú, etc.).
El catalanismo cultural, el regionalismo
de la Lliga de Cataluña, o incluso el nacionalismo “moderado” de CiU
tomaron como base social a la “nación” de los “catalanes viejos”. Pero
el secesionismo es consciente de que por una parte los “catalanes
viejos” son minoría (el apellido más frecuente en Cataluña es García), y
que por otra parte, aunque la mayoría de los dirigentes del
secesionismo sean “catalanes viejos”, no todos los “catalanes viejos”
son secesionistas.
En consecuencia han puesto en marcha un proceso que
coincide con lo que Bueno llama “holización”[25], utilizando para ello las estructuras autonómicas como “estructuras de estado” en espera de tener un estado propio.
Bueno define la “holización” como un proceso de racionalización de la sociedad política, que consta de un regressus, en cuanto está sociedad es descompuesta en sus partes atómicas, los individuos, y un progressus,
en cuanto a partir de estas partes atómicas o individuos se construye
una sociedad nueva.
El ejemplo canónico de holización lo tenemos en la
Revolución francesa: regressus de todos los franceses a
ciudadanos “libres e iguales”, triturando así las estructuras del
Antiguo Régimen (con la eliminación física de los que se opinan al
proceso, como los realistas de la Vendée) y un progressus a
partir de estos individuos-ciudadanos, construyendo con ellos la Nación
Política, con el Francés como lengua única (eliminando o casi las
lenguas regionales) y la laicidad de la República como dogma de Estado.
El nacionalismo secesionista intenta
realizar un proceso de holización, utilizando las “estructuras de
estado” que el propio Estado de las autonomías ha puesto a su alcance, y
que son básicamente TV3, la enseñanza (sobre la cual tiene competencias
plenas) y la consejería de cultura. En el regressus se intenta destruir las estructuras previas, reduciendo a nivel de individuos; en el progressus se intenta construir nuevas estructuras con estos individuos.
Así la política lingüística se propone
que los castellanohablantes renuncien a su lengua, y que los
catalanohablantes renuncien a sus variedades a favor del “catalán
estándar” de TV3. En el terreno cultural se trituran todas las
estructuras propias del catalanismo tradicional (sardana, juegos
florales), con las cuales solamente se sentían identificados los
pertenecientes a la “nación” de los “catalanes viejos” para crear “de
novo” nuevas estructuras con las cuales se puedan sentir identificados
todos los ciudadanos/as de la futura “República catalana” (sea cual sea
su origen): F.C. Barcelona, Castellers etc.
Más problemática es la holización de las
“naciones” de inmigrantes. La “nación” hispanoamericana es reacia a
renunciar al castellano (aunque hay excepciones: hay furibundos
secesionistas de origen argentino). Los secesionistas han puesto más
esperanzas en la “nación musulmana”, a la que prefieren a la
hispanoamericana.
El motivo principal es que aprenden el catalán con más
facilidad, pero se engañan: los musulmanes jamás renunciaran a sus
costumbres, ni consideraran la religión un “asunto privado”. Jamás
dejarán que la Republica este por delante de la Umma (comunidad de
creyentes) a menos que esta sea una República islámica.
De este proceso de holización podemos
sacar dos importante conclusiones. La primera es que los secesionistas
(al menos los más lúcidos) son conscientes de que su “nación catalana”
no es preexistente, sino que hay que construirla si quieren que sea
propiamente una nación política.
La segunda es que, paradójicamente,
muchas de las señas de identidad tradicionales de Cataluña como “nación
étnica” pueden ser trituradas en este proceso de holización, pues estas
señas de identidad son solamente sentidas como propias por una parte de
la población, la “nación” de los “catalanes viejos”, y el secesionismo,
en su intento de creación de una nación política, debe crear nuevas
señas de identidad en las que puedan identificarse todos los
ciudadanos/as de la futura República catalana. (...)" (“Gustavo Bueno y Cataluña” por José Alsina, Somatemps, 09/01/18)
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